No era su primera vez aquí. Andrés Manuel López Obrador había estado antes en Palacio Nacional; primero como visitante del museo que se encuentra dentro y después como asistente a alguna ceremonia del 15 de septiembre.

Este inmueble histórico trastocó su rutina 24 horas antes de la reunión que sostuvo el tabasqueño con el presidente Enrique Peña Nieto. Un equipo de limpieza sacudió la biblioteca y dejó listo el despacho del mandatario. A la par, un grupo del Estado Mayor Presidencial (EMP) determinó que el lugar era seguro.

El sobrevuelo de un helicóptero anunció la llegada de Peña Nieto, mientras que López Obrador arribó en un Jetta blanco. Empleados de la Secretaría de Hacienda, así como los visitantes del museo, pararon sus actividades para tomar (primero por curiosidad y luego con emoción) fotos del candidato electo, cuyo auto se estacionó en el patio principal.

El despacho presidencial, ubicado en el segundo piso, está iluminado, pero sus puertas de cristal polarizado no permiten ver al interior, aunque todos saben que ahí dentro están ambos acompañados de sus equipos de prensa.

Nadie más puede ingresar, y mientras López Obrador conversa con Peña Nieto a un costado de esa oficina se encuentra el lugar donde Benito Juárez estuvo preso en 1857 y que hoy funciona como puerta de acceso al balcón presidencial, donde sucede el grito anual del 15 de septiembre.

En el Jetta espera el chofer. Elementos del EMP se acercan a él para señalar y conversar sobre las abolladuras que dejó la campaña presidencial en el vehículo. En los pasillos donde caminó algunas veces el ex candidato presidencial priísta José Antonio Meade cuando era secretario de Hacienda) los visitantes aguardan para ver salir al ganador.

Casi 80 minutos después, sin la prensa presente, López Obrador y el Ejecutivo salen y caminan hacia la explanada. Van solos, sus colaboradores les brindaron privacidad. Peña Nieto es quien habla, realiza ademanes con las manos; López Obrador habla poco, sólo escucha. Al término caminan unos pasos, cruzan algunas palabras con sus equipos, se dan la mano y se retiran.

El Presidente da vuelta a su despacho; el ganador, a una conferencia. Al final de ésta, se dirige a la salida acompañado del vocero del gobierno de la República, Eduardo Sánchez, quien le muestra brevemente el lugar. Su charla no concluyó: visitantes y empleados corren hacia el candidato por una selfie, a la que, gustoso, accedió.

“¡Presidente! —le grita una mujer— ¡Felicidades! ¡Líbrenos de la corrupción!”.

Sonriente, López Obrador sólo asiente.

Oficialmente su rancho, La Chingada, quedó atrás.

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