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Paulina aún narra con incredulidad el momento en el que se enteró que estaba embarazada sin haberlo planeado. Tenía 14 años cuando su vientre comenzó a verse cada vez más abultado. No le quedó otra opción más que crecer de golpe. Sin tener tiempo de asimilar lo que le ocurría a su cuerpo y la forma en la que su vida iba a cambiar, su pareja y su madre decidieron por ella. Abortar o darlo en adopción no eran las opciones.
“Cuando se los dije a mi mamá y al papá del bebé me dijeron que estaba loca, que el bebé no tenía la culpa de mis tonterías. Fue la única vez que lo mencioné”, cuenta. Fue entonces cuando su madre decidió mudarse a otro estado y dejarla con el padre. Ismael, de 18 años, su pareja, también se convirtió en su tutor y en el que tenía el voto final de las decisiones sobre su cuerpo.
Pasó de preocuparse por la tarea de la escuela a tener un bebé a su cargo. Así es la vida de miles de niñas en México que experimentan la maternidad, antes de que su cuerpo termine de desarrollarse. Todos los días, en promedio, 28 niñas de entre 10 y 14 años dan a luz en México.
De 2012 a 2017, 62 mil 340 menores se convirtieron en madres, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). En los últimos seis años, la problemática se redujo 11%, pero el gobierno federal tiene hasta 2030 para cumplir con los objetivos que se plantearon en 2015 en la Estrategia para la Prevención de Embarazos en Adolescentes y erradicar este fenómeno que provoca que más de 9 mil niñas al año tengan que madurar de un momento a otro. El dato más revelador es que en ese periodo siete de cada 10 menores de 14 años se embarazó de un hombre de 18 años o más.
En 50% de los casos el padre del bebé tenía entre 17 y 20 años. “A partir de las edades que se registran por parte de los responsables encontramos que están siendo forzadas o coaccionadas por adultos”, explica Fernanda Díaz de León Ballesteros, de la organización Ipas México.
Además, en la mitad de los registros el padre tiene entre cuatro y ocho años más que la madre.
“No es sólo el acceso a la información, sino una consecuencia de la violencia de género en lo macro, la cual se traduce en la imposibilidad de tomar decisiones”, afirma.
A los 14 años, Paulina comenzó una relación con un joven mayor de edad que trabajaba en un sitio de taxis cercano a su casa. Tenía un par de años desde que había llegado de Puebla junto a su madre y su hermana. Después del divorcio de sus padres su familia se dividió y ellas tres decidieron mudarse al Estado de México. La inestabilidad en su hogar la llevó a abandonar la secundaria. Cuando se enteró de su embarazo la decisión final nunca recayó sobre ella. Su pareja, cuatro años más grande, se negó a cualquier otra opción que no fuera tenerlo.
El círculo de la pobreza
El embarazo infantil en México es el resultado de una violencia estructural; son niñas que viven en medios en los que no se les permite expresar sus deseos y mucho menos tomar decisiones, además de que tener un hijo a tan corta edad limita de diferentes maneras su desarrollo. En 2012, 10 mil 919 niñas de entre 10 y 14 años se convirtieron en madres; esta cifra logró bajar a 9 mil 545 en 2016, pero el ligero repunte de 2017 preocupa a los especialistas.
Los riesgos físicos muchas veces son más fáciles de sobrellevar, pero una niña no está lista mentalmente para tener un hijo, aseguran. Ser madres a tan corta edad les niega la posibilidad de un desarrollo integral e implica un deterioro en su salud, asegura Julia Escalante de Haro, integrante del Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres (Cladem).
“Es muy difícil que logren reincorporarse después de tener un bebé. Esto genera, en la mayoría de los casos, que no tengan acceso a trabajos bien remunerados en su vida adulta y se traduce a nivel nacional en un círculo que reproduce la pobreza y la marginación”, dice la coordinadora de Ipas México.
En 2017 se registró una tasa a nivel nacional de 15 embarazos por cada 10 mil niñas entre 10 y 14 años.
Aunque esta cifra está cuatro puntos abajo de lo que se reportó en 2012, la mitad del país tiene una tasa superior. Chiapas, Guerrero, Tabasco, Coahuila y Zacatecas ocupan los primeros lugares. Sus tasas van desde los 23 hasta los 27 nacimientos por cada 10 mil menores.
La problemática no se limita a las poblaciones rurales o indígenas del país, asegura Escalante de Haro. Paulina abandonó la secundaria antes de quedar embarazada. Ese primer hijo que llegó cuando ella aún no tenía ni 15 años murió a las pocas semanas. Su interés por la escuela regresó, pero volvió a embarazarse. “Quiero terminar la secundaria”, dice.