“Toma el vaso de leche y el pan y súbete, no quiero que te vean aquí”, escuchó María de la Luz, al tiempo que sintió un jaloneo en su camisola. La trabajadora del hogar no entendió por qué la mamá de su jefa le pidió que se escondiera, pero se sintió triste, discriminada.

Para María ser empleada doméstica, de tez morena, apenas haber concluido la secundaria, tener pocos conocimientos en tecnologías y un arreglo personal que no incluye ropa de vestir y tacones son factores que se suman para ser víctima de discriminación.

“En los bancos te niegan un crédito porque no compruebas ingresos, te llaman despectivamente por trabajar en las casas, te miran de arriba hacia abajo por cómo te vistes, porque quizá quisiste pintar tu cabello de rosa, porque tienes un tatuaje o tus pantalones están rotos, algunos empleadores tienen esa necesidad de que portes un uniforme para que te cataloguen, para que no se te olvide quién es quién en el lugar donde trabajas”.

María se convirtió en empleada doméstica hace ocho años, mismos que tiene su hijo mayor: “Cuando me embaracé, busqué trabajo, fui a centros comerciales, tiendas departamentales, pero nadie me contrató, decían que por mi bebé pediría permisos para sus vacunas o si se enfermaba, que no tendría compromiso”.

Su mamá y tías han trabajado en hogares ajenos “desde siempre”, así fue como la mujer, que entonces tenía 23 años, llegó con su primera jefa. Vivía en Ixtapaluca, Estado de México, y le pagaba 600 pesos semanales por una jornada de cinco días y más de ocho horas.

“Esa es otra forma de discriminar, te pagan según la zona, en el Estado de México los sueldos son más bajos que en la Ciudad de México, pero la gente es más estricta, se fijan más en la forma como vistes y en tu tono de piel”.

María lamenta que los actos de discriminación se normalicen. Cuando la mamá de su empleadora la mandó a esconderse, se apenó, días después escuchó cómo se expresaban de ella y decidió poner un alto.

“Escuché a mi jefa hablar con sus amigas, cuando les contó cómo había estado la cena, habló de mí de una manera despectiva, les dijo que hubieran visto cómo estaba vestida, que le daba pena que sus invitados me conocieran, ahí me cayó el veinte, eso no estaba bien, yo no merecía ese trato, porque mi trabajo es igual de digno que cualquier otro y esas actitudes no son normales”.

La madre de familia viste un pantalón de mezclilla y una playera color amarillo. Asegura que la ropa no debe importar en su labor.

Considera que sus tareas deben ser reconocidas como un trabajo y no como una “ayuda”, cuando una señora quiere contratar a una mujer para que haga la limpieza, lave trastes o ropa, a veces dicen “necesito una muchacha que me ayude, pero no es así, es un trabajo que requiere tiempo, esfuerzo y dedicación, tenemos que dignificar este empleo porque no hacerlo también es otra forma de discriminar”.

Aunque ella decidió dedicarse al trabajo del hogar, asegura que hay muchas personas que no tienen esa oportunidad y su condición social las obliga a hacerlo con las mínimas garantías.

En la actualidad, María de la Luz trabaja de entrada por salida, sólo los días miércoles su jornada es de cinco horas: “Cuando conoces tus derechos y de qué manera no quieres ser tratada es más difícil que te contraten de planta, pero uno debe poner un alto, dejar claro que nuestro trabajo es digno y no tienen derecho a hacernos menos o excluirnos”.

Pide a los empleadores que respeten su labor, “que no les importe nuestro lugar de origen, si migramos, si el tono de piel es oscuro, si nuestras costumbres o vestimentas son distintas, si no tenemos la misma religión, nuestro aspecto personal, porque todo eso no nos quita valor como personas ni nos hace incapaces de realizar a la perfección nuestro trabajo”.

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