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Los gritos no dejan escuchar qué sucede en la casa de dos pisos situada en Lomas del Rubí. Alguien escupe una letanía de improperios y termina con un anuncio: ¡Una rata menos! Unas 50 personas, hombres y mujeres de todas las edades, clavan su mirada en el segundo piso de la vivienda.
Arriba está El Charal, joven identificado como uno de los ladrones de la colonia. Todos lo esperan abajo para arrebatarle las cosas que intentó robar de una de las 89 casas que dejó partidas por la mitad el movimiento de tierra del cerro donde fueron construidas Lo esperan enfurecidos para lincharlo.
Dos oficiales de la Policía de Tijuana que resguardaban la colonia, y que se habían negado a intervenir, son llevados casi a rastras por otros vecinos que observaban el casi linchamiento. Los elementos llegan a la casa y ya en su presencia, El Charal se lanza del segundo piso y se deja esposar. Dentro de un par de horas quedará en libertad.
Antes del 19 de enero, los 365 residentes delfraccionamiento Lomas del Rubí no se imaginaban que se quedarían sin dónde vivir. Ese día empezó una lucha contra corriente para salvar su patrimonio o lo que queda de él, pues han sido testigos de robos a manos de delincuentes: primero les dicen que los ayudarán a sacar las cosas atrapadas, luego desaparecen con ellas.
Vigilar pedazos de una vida. Vecinos como Sergio —de más de 60 años y quien perdió el hogar que habitó por más de tres décadas—, dice que en las últimas tres semanas ha atestiguado al menos tres intentos de linchamiento de quienes intentan robar aquellas viviendas rotas que quedaron abandonadas.
Por esa razón Sergio y otros residentes se han negado a abandonar los restos de sus casas fracturadas para irse a un albergue. Prefieren pasar la noche en vela para cuidarlas y que nadie más se meta para llevarse lo que no es suyo.
También han pedido la intervención de la Policía de Tijuana y de otras corporaciones para que los apoyen a vigilar. Por su petición unas seis patrullas fueron enviadas a la colonia siniestrada, pero en la noche, cuando ocurren los robos, los vecinos dicen que los oficiales prefieren quedarse dentro de su camioneta.
Son las tres de la mañana. La temperatura apenasalcanza los cinco grados, pero Guadalupe permanece sentada bajo una lona con una vecina y otros residentes. Entre todos comparten una cobija, café y la tragedia de perder un hogar sin poder hacer nada para evitarlo.
Guadalupe tiene más de 50 años. Viste un gorro, una chamarra gruesa y un pantalón de algodón. Unas grandes ojeras surcan su rostro, pues reconoce que no recuerda cuando fue la última noche que durmió. Como ella una treintena de hombres y mujeres se organizaron en cuadrillas para vigilar puntos estratégicos de la colonia, sólo armados con unas cuantas lámparas.
Cada uno de los grupos se calienta con una fogata entre las casas derrumbadas y alumbra con sus pequeñas linternas para advertir de su presencia a los saqueadores que han aprovechado que laComisión Federal de Electricidad (CFE) cortó la energía y los dejó en penumbras.
Ladrones y dueños son los únicos que bajan entre los escombros de calles y viviendas que prácticamente desaparecieron. La diferencia es que los delincuentes brincan entre los techos con televisores, radios y hasta platos, mientras los vecinos sólo miran pasar los restos de su vida en manos de extraños.
“Cómo no vamos a hacer algo si nadie nos cuida, nomás nos tenemos nosotros”, dice Luis, de 17 años, uno de los vecinos que vigilan alrededor de una fogata.