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Le apodan La Basura, porque cuando era un morro de 10 años andaba envalentonado en las pandillasqueriendo tirar trompadas, la raza decía: “Ese mugrero qué hace ahí”, “hagan ese escombro pa’cá”. Y así se le quedó La Basura, pero a Jesús Garza Olivares no le incomoda su mote.
“Cuando eres pandillero un apodo se porta con orgullo porque te da identidad”, dice. Ahora tiene 40 años y es flaco con porte de boxeador, correoso como la calle. Le cuelga un collar con una placa que dice: “Danzas de la Calle”, que lo lleva con orgullo.
Es domingo en la Gran Plaza de Saltillo, en unos minutos Danzas de la Calle y otros grupos invitados practicarán cumbia colombiana, un baile folclórico al que las pandillas de Saltillo han adaptado a una especie de estilo urbano con mezclas electrónicas y cumbia editada.
El número no es exagerado. La policía de Saltilloestima que existen más de 300 pandillas en la ciudad, y hay más de 20 catalogadas de alta peligrosidad. Los Pelones, Guerrilleros, Pachucos, Los Bebés, Los Felinos, Los Pitufos, Los Cazafantasmas, Las Lobas Sur, Ladies Omega y Las Tetillas son algunos de los nombres.
Jesús La Basura es del barrio Las Teresitas, una colonia disputada por varias pandillas. Allí en el inframundo del barrio es tan habitual el consumo de chemo, resistol, marihuana y la malandreada, como el gusto por bailar cumbia colombiana o simplemente la colombia, como le llaman.
Aunque todo Saltillo la baila, es una música asociada con grupos marginados, con los barrios peligrosos, con pandillas, con cholos. Pero esta tarde hay unas 200 personas reunidas para ver la presentación.
Vamos a gozar
Jesús recuerda que bailaba la colombia en una disco que se llamaba Estudio 85, donde la raza se subía a los estrados a zapatear y competir. Por 1994 bailaba en una obra de teatro callejera, hasta que empezaron a reunir gente para cambiar los puñetazos por la danzada.
Así nació Danzas de la Calle, con chavos desde los ocho hasta 40 años, que se reúnen para bailar y hacer presentaciones, muchas de ellas a beneficencia. Actualmente son 30 jóvenes que ensayan los sábados por la tarde, pero hay más grupos como Esquina de mi Barrio o Los Traviesos de Colombia con el mismo propósito: bailar la colombia.
La cumbia colombiana, explica La Basura, es para romper con el estrés y los vicios, para que conozcas gente, hagas algo productivo y las personas no te odien. El baile busca también desterrar la imagen del pandillero y con ello la discriminación.
“La gente siempre hace así la bolsa, se hacen a un lado”, dice La Basura y actúa como si alguien protegiera un bolso. “Ya ven que bailamos y cambian, ya nos buscan”, añade el joven, quien es albañil de oficio.
A la Gran Plaza se van acercando chavos vestidos con shorts que les llegan a los tobillos, camisas largas con la leyenda “Danzas de la Calle”, anteojos negros o pañoletas en la frente. Si posan para una fotografía, dibujan alguna seña con los dedos.
Los que están en Danzas de la Calle no sólo llegan porque saben y les gusta bailar cumbia, también por las reglas: tienen que estar estudiando, no andar en drogas, no llegar borracho ni oliendo a “chemo”. “Como si fueran a la escuela”, resume La Basura”, uno de los líderes de Danzas.
Los cumbieros empiezan a calentar en círculo previo a su presentación. Hacen ejercicios y corren un poco.
En lo que prueban el sonido, se mira a muchos empezando a bailar, practicando pasos. “Ya tengo ganas de bailar”, dice una morra de unos 15 años. Llega una niña que no pasa de los 10 y saluda a la banda con palma y puño. Se toman selfies y sacan la lengua.
Tercera llamada. La noche se está encimando. Suena la cumbia. Danzas de la Calle sale a la plaza y los morros se carean como si se avecinara un pleito. “Sobres, Basura, sobres”, dice el DJ del sonido y La Basura entra como si los separara. Empieza el baile.
“Vamos a bailar/vamos a gozar/cumbia/vamos a gozar con la raza”, se escucha. La colombia tiene un paso básico: punta talón, punta talón. Los que más tienen desarrollado el baile mueven las piernas tan rápido como un latigazo.
“Cada quien saca sus pasos, como sientas la música te pones a bailar”, explica Fernando Luna Babis, el DJ del grupo.
Babis tiene 31 años y hace 13 una amiga lo vio bailar en una boda y lo invitó al grupo. A Babis nadie le enseñó la colombia, como la mayoría de los morros y morras aprendió mirando, sintiendo el ritmo, sintiendo la esquina del barrio, de la carencia, de la segregación.
Babis revela que de morrillo —ocho o nueve años—, miró a La Basura bailar y siempre lo admiró. “El ritmo me permite ser, expresar lo que siento”, explica.
Antes de que su amiga descubriera su talento en una boda, el Babis malandreaba en las esquinas y se peleaba con otras pandillas. Pero el baile lo sacó de ese ambiente. “Para la mayoría no deja nada bueno, pero para los que la bailamos te deja una familia, es lo que somos”, dice el Babis, nacido en el barrio de la Buenos Aires.
La cumbia suena de nuevo: “Esto es cumbia /esto es cumbia/vuelta, vuelta”.
Cumbia con reflexión
Cristian Gurrola tiene 18 años y le apodan Blazer porque era su firma de grafitero. Tiene cabello a rape y dos piercings en la parte alta del tabique nasal. Blazer habla con el entusiasmo de un niño hiperactivo y se emociona cuando platica que a sus 15 años estuvo a punto de pisar la cárcel para menores.
Rayaba espectaculares, vagones de tren, patrullas de policías y su “magna obra”: rayar el carro del director de la Procuraduría de Menores. “Teníamos que llamar la atención. Era un mensaje y el mensaje era que no te importaba nada”, cuenta Blazer con una sonrisa.
Cristian pertenece a la pandilla de Los Pitufos en la colonia Centenario, la cual, aseguran muchos, es la más legendaria de Saltillo. Blazer presume ser quinta generación. Se llaman Los Pitufos porque se juntaban cerca de un arroyo y sentían que estaban en algo parecido a una aldea.
—¿Qué significa ser quinta generación de esa pandilla?
—Representa los años. Nadie puede sacar el nombre porque se la hacemos de guerra. Es lo que hacemos.
Desde que era morro, Blazer, el mayor de cinco hermanos, se arrimaba a los pandilleros. Su padrastro y su bisabuelo le cuentan de las viejas andanzas, cuando se prendían y se agarraban a moquetazos con pandillas rivales o con los policías.
El acérrimo rival siempre ha sido la pandilla Wong Centenario. “Nos tiramos a muerte, ya no nos llevamos bien con ellos. Ha habido muertes. Apenas nos vemos en la calle y nos agarramos a trancazos”, relata el morro.
A los 15 años Blazer tomaba alcohol, fumaba mota e inhalaba chemo. “Lo que pudiera”, rememora y se ríe.
Cuando rayó el coche del funcionario lo atraparon. Sus padres tuvieron que pagar 8 mil pesos y lo obligaron a realizar un año de servicio comunitario lavando baños, barriendo y limpiando como cualquier intendente de edificio público.
Hace un año y medio dejó el vicio y las riñas. Lo invitaron a formar parte de Danzas de la Calle y aceptó sin pensarlo. Su padrastro tenía videos de los bailes y él se enamoró de ese ambiente desde chico, pero siempre vio difícil entrar. “Era un sueño, cuando era niño me imaginaba ser parte y dejé todo porque es un requisito para entrar a Danzas”, explica.
Blazer asegura que antes se expresaba vandalizando y ahora lo hace bailando. Le gusta el ritmo, las rutinas, la expresión, el mensaje de la calle.
Las presentaciones incluyen dramatizaciones del barrio. La noche ya cubre la plaza y unas farolas alumbran a un bailarín que se sienta en un bote y simula que maneja un auto. Después un morro finge que le limpia el vidrio y el DJ pide por el micrófono hacer conciencia sobre la gente de la calle.
Hay mensajes para evitar las drogas o protegerse del sida. Es cumbia colombiana con sabor a reflexión.
Y con las presentaciones y el baile, lo que más le gusta a Blazer es que han logrado ayudar a mucha gente. Presume que en una ocasión recaudaron 10 mil pesos para apoyar a una señora que tenía cáncer.
Danzas de la Calle ha hecho presentaciones para ayudar a niños con hidrocefalia, cáncer o como ahora, para apoyar a unos compas que tuvieron un accidente. “Nos gusta el significado, es venir a demostrar lo que sabemos y nos gusta”, platica Babis.
Han llevado el baile a Torreón, Acuña, Monclova y Castaños, en Coahuila, e inclusive a Guadalajara y Cuba.
De la calle soy
Los morros de Danzas se alejan de los vicios, pero siguen en pandillas. Allí pertenecen. Adriana tiene 17 años y desde los 14 está en esta agrupación, pero pertenece a Las Chicas W, “una pandilla de puras morras”, dice Adriana, quien de más grande quiere ser veterinaria. Ella viste short y sudadera larga y gorro en forma de campana.
Platica que cuando baila siente como si estuviera sola, como si se perdiera en ella, en sus problemas. “Si estás enojada, bailas y se te quita”, asegura. El baile es como una terapia.
“Blazer sigue viendo a sus compas drogándose y peleándose, pero él ya no se mete en pleitos”, afirma Adriana. Agrega que como ya lo reconocen como bailarín de Danzas, puede caminar en territorios contrarios y no le hacen nada.
—¿Qué hace tu pandilla?
—Andan cotorreando y también se pelean. Yo no, yo les ayudo en las retas.
—¿Con sus rivales [Wong Centenario] no ha ayudado el baile para reconciliar?
—No, pero sí han disminuido los pleitos. Antes nos agarrábamos ahí en el paseo y ahora con la reta no. Hasta que pusieron la reta, ahí nadie puede tirar ningún trancazo, así estén cara a cara.
Las retas son competencias de cumbia colombiana que las pandillas llevan a cabo en lugares públicos. Pese a que persisten las riñas y odios, lo más importante ya no es quién madrea más a quién. Lo que importa es quién gana el baile.
Casi al final de la presentación en la Gran Plaza, los muchachos bailan y actúan un pleito de pandillas; así en bola y con el público a su alrededor tiran puñetazos al aire mientras bailan, alzan los brazos en señal de superioridad, suben los puños y bailan, punta talón, punta talón.
Una letra de la colombia dice: De la calle soy/de la calle he sido/éste es mi lugar/éste es mi destino.