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Juchitán de Zaragoza.— Las huellas del maestro Francisco Toledo siguen imborrables en la populosa Séptima Sección de esta ciudad zapoteca, donde vivió su infancia haciendo dibujos al lado de su amigo Roberto. También, donde se dio con las manos abiertas cuando la tierra tembló tan fuerte, como si hubiera querido borrar la historia de una tierra inagotable.
En Juchitán el maestro Toledo conoció la técnica para la cocción de ladrillos y tejas en el horno de Ta Lipe Mati (Felipe Ramírez), luego se despidió de todos para irse a París.
Roberto Ramírez murió hace dos años, después del terremoto del 7 de septiembre de 2017, pero los recuerdos sobre ambos amigos, ya fallecidos, quedan en la memoria de Valentina Ramírez, quien agobiada por la tristeza lloró hasta liberarse del dolor, luego que en la mañana del viernes, su nieto José Antonio le dijo: “Abuela, hay malas noticias. Murió el maestro Toledo”.
“Éramos como hermanos, me llevaba como 12 años de edad, pero todos los días llegaba a casa de mi papá, Ta Lipe Mati, dibujaba con mi hermano Roberto. Yo les preparaba el pozol de maíz blanco que tomaban con camarones secos; ahí dormía”, recuerda Valentina, quien a sus 69 años vende mariscos horneados y crudos en una casa pintada de blanco, que se ubica en la esquina de 2 de Noviembre e Insurgentes.
La última vez que Na Valentina vio al maestro Toledo fue en 1960. Hace unos 20 días, a principios de agosto, habló por un teléfono celular con el fallecido pintor juchiteco.
“Le di las gracias porque nos ayudó a levantar la casa que tiró el terremoto. No nos dio dinero, pero pagó el cemento y la varilla que sirvieron para colar el techo, repellar la casa y comprar el piso. El dinero que entregó el gobierno federal pasado no alcanzó para terminar la vivienda de 60 metros cuadrados”.
Blancas como lienzos. Después de 59 años de no verse y tampoco de comunicarse, el terremoto fue la oportunidad para que el artista, nombrado hijo predilecto de Juchitán, y Valentina se reunieran mediante la comunicación telefónica, a través de su asistente Jorge, conocido como El Chino.
“Unas semanas después de los temblores de septiembre llegó un señor que preguntó por mí. Me dijo que venía de parte del maestro Toledo, me preguntó qué era lo que necesitábamos. Le dije que mi casa se cayó y quería que me ayudara. El señor apuntó, preguntó dónde vivían otras personas y se fue. Volvió otras semanas después y desde su teléfono hablé con Chico [Toledo], para agradecerle.
Valentina se enteró después que los nombres de las otras personas de Juchitán, por las que había preguntado su asistente, correspondían a decenas de damnificados a quienes el maestro ayudó a construir sus viviendas derribadas por el terremoto. En la Séptima Sección, todas las casas pintadas de blanco fueron levantadas con el apoyo del maestro Toledo.
Esas casas forman parte de las imborrables huellas de Chico Toledo en la ciudad de Juchitán.
“¿Quién y cómo va a olvidar al paisano que tomaba pozole blanco con camarones secos en su niñez y de grande de edad, y como artista, nos ayudó a terminar de levantar nuestras casas? Nadie, nadie olvidará al maestro Toledo”, machaca Na Valentina, mientras oprime los dedos entre sus manos.
Valentina está devastada por la muerte de su amigo. En el patio donde vende pescados y jaibas huele a leña, hay humo, pero lo que hace lagrimear es el sentimiento desprendido de la compañera de infancia del pintor más importante de la historia actual de México.