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El olor a café se pasea entre los pasillos del mercado, un par de sillas y mesas de madera están en la entrada del pequeño negocio. En el marco de la puerta, Edwin fuma su segundo cigarro, no es ni mediodía y ya piensa en un tercero, dice que allá en Honduras, de donde es oriundo, casi no fumaba, pero desde que llegó a Tijuana el estrés lo ha obligado a regresar a su único vicio.
Él es uno de los 6 mil 200 centroamericanos que llegaron a Tijuana en caravana. Narra que vino en uno de los primeros buses que tocaron la frontera, cuando estallaban las protestas y nacían las fricciones entre los residentes y los migrantes. En ese lapso cumplió años y su celebración la vivió hacinado en un albergue instalado por las autoridades locales, en medio de la tierra y el lodo.
A casi un mes de que llegó, Edwin se estrena en su primer empleo en tierras mexicanas; ahora atiende un pequeño café, al que llegó por mera casualidad y desde el lunes se encarga de recibir a la gente, atenderla y ayudar a los dueños.
Durante su estadía en Tijuana ha escuchado y le han dicho de todo. Que si los migrantes no trabajan y que si tampoco saben ser agradecidos, pero a él no le molesta escuchar esas expresiones, dice que en un gran grupo hay de todo, desde quienes se ganan cada bocado, hasta los que esperan que la vida se los regale.
“Así no son las cosas. Para comer hay que levantarse temprano y trabajar, darle… A mí nunca me ha gustado no hacer nada”, dice el joven de 20 años que ríe tímidamente, y agrega: “Me gusta trabajar por mi alimento, por mis cosas, así fue desde chico, cuando empecé a trabajar”.
Apenas terminó el primer año de secundaria cuando tuvo que empezar a trabajar, primero picando la piedra para preparar la mezcla en construcción, junto a su abuelo.
En su familia hay tradición de trabajo, porque en Tegucigalpa, capital de Honduras, la educación y el dinero es un privilegio al que no todos tienen acceso. El trabajo que más le ha gustado es el de comerciante, así es como él y sus seis hermanos se mantuvieron desde niños, algunos se casaron y él se quedó a vivir con su mamá, un hermano de 15 años y un sobrinito de cuatro. Aunque tenía trabajo, la violencia de aquel rincón del triángulo dorado casi lo arrastra a las pandillas.
“Allá te dicen que si entras vas a andar enfierrado, con dinero y protegido. Que sólo hay que matar a unos, vender droga y robar. A mí me lo ofreció El Meme”. De ese sujeto Edwin sólo recuerda que era un veinteañero con el tatuaje de un diablo rojo en el brazo, que un domingo cualquiera llegó y le ofreció trabajar para él.
Como no quiso entrar, decidió huir, porque en Honduras rechazar a una pandilla prácticamente es una sentencia de muerte.
Acá hay trabajo. La última semana de noviembre la Asociación Industriales de la Mesa de Otay (AIMO) ofreció entre 7 mil y 10 mil vacantes en la Feria Nacional del Empleo realizada en Tijuana.
Durante el evento se atendió a unos 2 mil 500 migrantes, de los cuales AIMO reporta que cerca de 100 ya fueron contratados, el resto espera el avance de sus trámites, como permisos de trabajo temporal y regularizar su estatus migratorio.