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Es una fría mañana. Una banqueta en la zona centro de laCiudad de México (CDMX) está cubierta por tres capas de cobijas con figuras de superhéroes. Sobre ellas está la familia Hernández (apellido ficticio).Julio, el esposo y padre, quien duerme boca bajo, está cubriéndose del sol de las 8:00, mientras su esposa, Ana, comienza a levantar a sus hijas. “¡Ándale! Ahora no te quieres mover, pero qué tal andabas ayer a la una de la mañana… a risa y risa”. Sara, hija de ambos, la ignora, tiene ocho años y no todos los días, pero sabe que hay periodos en que lo único seguro es que despertará en la calle. Porque sí, hay ocasiones en que consiguen pernoctar en un cuarto de hotel de la colonia Guerrero, por 200 pesos.
Otras veces, pocas, algún familiar les da hospedaje aunque sea por unos meses, pero cuando no tienen nada de eso duermen en la calle. La hermana menor de Sara, Tania, de cinco años, escucha todo debajo de las cobijas. Se destapa una parte de la cara y sonríe. Imita el comportamiento del cachorro que tienen por mascota y sigilosamente comienza a desenvolverse de las cobijas hasta arrojarse sobre su hermana. Las dos ríen.
La madre comienza a sacar ropa de una de las bolsas negras que son el equivalente al buró de una recámara promedio. Saca un par de tenis y de chamarras para sus hijas. Sara, todavía sin ganas de levantarse, mete un brazo dentro de la chamarra y luego el otro, su madre termina por jalarle las mangas. Le cierra el broche. Tania, con mayor energía, ya tiene puestos los tenis. Se los colocó al revés, pero asegura que así le quedan bien y se levanta.
Se despiden de su madre y mascota y se van de la mano de dos educadores que trabajan en la Fundación Casa Alianza I.A.P., que hoy les darán de comer, las llevarán a un espacio donde podrán bañarse y realizar actividades bajo formato de escuela. Ana las recogerá más tarde. Un día de escuela… en la calle.
El Instituto de Asistencia e Integración Social (IASIS) del gobierno capitalino organizó el primer Censo de Población Callejera en la metrópoli a mediados de 2017; registró 4 mil 354 personas en situación de calle, lo que representa, según las propias autoridades, un incremento de 20% en relación con el registro anterior de 2012, de las cuales 110 están entre los 8 y 17 años de edad (2.5%).
Por su parte, la delegación Cuauhtémoc, en su propio conteo, tiene una base de 28 niños de 0 a 9 años, y 228 de 10 a 19 años. Consigna un aumento de 50% en la población menor de edad de 2015 a 2018.
“Sabemos que se va incrementado el número de generaciones en calle, (y seguirá) mientras las autoridades no se pongan las pilas de que niñas de 13 a 14 años están embarazadas (y busquen prevenir y controlar)”, dice Martín Pérez Montañés, titular de Atención a Población en Situación de Calle de esa demarcación.
“Sí, hay un aumento. La población callejera ha crecido”, reconoce a su vez Héctor Maldonado, director del IASIS. Pero matiza: “No en la misma medida que el crecimiento de la ciudad. Recordemos que vivimos en una metrópoli donde convergen no solamente los capitalinos, sino que viene mucha gente”.
Otra manera de medir el número de niños en situación de calle es a partir de las estadísticas que presenta el programa del DIF en la CDMX llamado Hijos e Hijas de la Ciudad, que atiende a niños, niñas, madres con hijas o hijos menores de edad y mujeres embarazadas en situación de calle o en riesgo. En 2010 registró 94 canalizaciones (para brindar atención); en 2011, 130; 2012, 78; 2013, 98; 2014, 90; 2015, 94 y en 2016, 140.
Pero a la fecha no existe un conteo claro sobre la cantidad de menores que viven en situación de calle, ni sobre las condiciones reales en las que crecen, pero en las que muchos de sus derechos, como la educación, la salud y el cuidado, quedan vulnerados.
Ser un niño o niña que crece en las calles es, en palabras de Juan Martín Pérez, director ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia en México, (Redim) “el símbolo del fracaso del Estado”.
“Es la demostración que los derechos humanos solamente son de papel. La demostración de la falta de voluntad política del jefe de Gobierno en turno para poder cambiar esta situación para cientos o miles de personas que sobreviven en el espacio público”, expresa el también integrante de la Red Latinoamericana y Caribeña por la Defensa de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes.
¿Dónde queda el interés superior?
Raquel es novia de Rodrigo. Ella tiene 24 años y ha estado en situación de calle, él tiene 17 y vive actualmente en la explanada del Monumento a la Revolución. Desde hace una semana “andan”, son pareja. Raquel ahora trabaja en un hotel cerca de ahí en la colonia Tabacalera y tiene cuatro hijos; tres se encuentran en el DIF, y uno más, el más pequeño, vive con su abuela.
En la zona se conocen, se saludan a lo lejos, se ven y chocan puños. Son un grupo. Aunque no tengan ninguna relación familiar, se presentan como “mi tío”, “mi primo”, “mi hermano”. Rodrigo sigue el paso de sus ideas, mientras camina y en una mano con el puño cerrado sujeta su mona (inhalante) y asegura estar dispuesto a mantener al niño con tal de sentir su mano sosteniendo la suya.
“El Estado tiene que hacer todo lo posible para que los niños no estén institucionalizados y permanezcan con sus familias, cuales quieran que sean. Para eso hay que trabajar con las familias, eso es lo más laborioso y a largo plazo, generalmente lo tienes que hacer caso por caso: ¿cómo apoyas a estas madres? ¿pueden ser buenas madres aunque vivan en la calle? Si tienen problemas de adicciones hay que sacarlas, lo que hay que hacer es velar por el interés superior de la infancia y sólo en casos extremos hacer la separación”, expone Nashieli Ramírez, titular de la Comisión de Derechos Humanos de la CDMX.
El organismo que representa Ramírez, especialista en derechos de niños, niñas y adolescentes, registra 66 quejas en los últimos cinco años relacionadas con este sector de la población en situación vulnerable, 35 de ellas presentadas en 2017.
Historias inconclusas y de discriminación
La madre de Sara y Tania pasó por sus hijas ese día más tarde a las oficinas de Casa Alianza en la colonia Guerrero, comieron. Días más tarde, los educadores de calle no las encontraron. Para la familia es algo normal, la gente se mueve de la zona con frecuencia. Un día pueden hallarse en una plaza, en un jardín o en una banqueta, y otro en un hotel, en un cuarto rentado, todo dependerá de los ingresos que tengan disponibles.
“Hay que destacar esencialmente que esta es una población permanente, una población crónica en términos de que son los mismos por muchos años y por otra parte que es una población altamente discriminada, que se oculta intencionalmente para no ser vista por la persecución policiaca y el hostigamiento que reciben de los comerciantes y vendedores ambulantes de las zonas”, explica Juan Martín Pérez García.
“Los niños y niñas que nacen con sus padres y madres en poblaciones callejeras, tienen sobre todo y esto es súper importante, el derecho a vivir en familia”, enfatiza.
La práctica habitual en la Ciudad de México, encabezada por el sistema del DIF, a través de la Procuraduría de Protección y el programa Hijos e Hijas de la Ciudad, ha sido la separación familiar. “Los retiran, les retiran a los niños y a las niñas de sus madres argumentándoles negligencia, malos tratos, abandono, cuando esto es una forma más de criminalizarlos y particularmente de vulnerar los derechos de los pequeños.
Es sumamente grave y lo hemos estado denunciando en todas las instancias posibles y especialmente con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos”, sentencia Pérez García.