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Olga Sánchez Cordero, ministra en retiro, subió al pleno del Senado al filo del mediodía del pasado jueves para presentar una iniciativa a nombre de Morena que versa sobre la regulación del uso lúdico de la marihuana. Apenas dos horas después, y a pocas cuadras de distancia, el consumo lúdico de la yerba, sin regular, es toda una realidad.
Sentado en un sillón café está Orlando Pacheco a quien apodan Ted, tiene 32 años y sostiene en las piernas una bandeja de aluminio color verde. Porta con orgullo una playera negra con letras blancas que dicen Club Cannábico Xochipilli, en el centro de su pecho resalta la hoja de la cannabis. Usa sus manos para “limpiar” la yerba que después fumará.
Ted se integró al club cannábico hace dos años por invitación de un amigo del CCH. Lo que lo motivó, dice, es que en la organización “se defiende a los usuarios de la cannabis y se busca la desestigmatización.
Junto con él, cerca de 250 usuarios de cannabis conforman el club, en donde se reúnen para fumar marihuana y convivir.
En el club hacen concursos para catar a la yerba o sobre quien forja mejor un “porro”. Los premios son un grinder —herramienta para moler la marihuana—, “sábanas” —papel especial para hacerse un cigarro con dicha planta— o bongs —pipa de agua—.
También apoyan a los miembros del club con asesorías legales, médicas y sicológicas.
En un departamento de la colonia Tabacalera, Ted recuerda su primer “viaje”: Era estudiante de secundaria y tenía 13 años, sintió que “flotaba” y cuando se miró en un espejo le “atacó el payaso” y comenzó a reír.
Ted tenía 13 años cuando consumió marihuana por primera vez.
Ted saca una “sábana” y coloca marihuana sobre ella, a la par relata cómo le ayuda porque su personalidad “sin estar grifo” es un poco agresiva y ansiosa: “Cuando estoy pacheco es todo más relajado”. El joven fuma diario y varias veces al día.
Al hablar de la calidad de la yerba, indica que en ocasiones se percata de “que no está buena, entonces el mal viaje es que ya la compraste y no la vas a poder utilizar, porque el sabor no es agradable ni el olor”.
Para entrar al Club Cannábico Xochipilli se requiere ser mayor de edad, ser usuario de cannabis y responder una solicitud de ingreso. Los miembros tienen un espacio de consumo seguro y la solicitud de cultivo, que aún no han obtenido “porque nos han puesto trabas desde Cofepris”, indica Orlando Pacheco.
El camino que han seguido ha sido a través del amparo. La reciente jurisprudencia la consideran un triunfo para todos los que fuman.
Cuenta que a él la marihuana lo relaja y le ayuda a que le dé hambre: “Trabajé mucho tiempo de noche y esto [la marihuana] me ayudaba a no volverme loco por tanta desvelada”. Sobre el uso lúdico señala: “Es nuestro derecho”.
Adán, conocido como Champi, es otro de los miembros del Club Cannábico, tiene 25 años y es portador del VIH. Su primera experiencia con la marihuana fue a los 15 años, y a diferencia del “viaje” de Ted, el suyo “fue horrible”.
En una fiesta le preguntaron si fumaba, “y por sentirme incluido dije que sí; fumé y me perdí completamente”. Recuerda que revolvió alcohol con marihuana y que se puso una de sus peores borracheras.
Champi es arquitecto y la marihuana le ayuda con el proceso creativo de su profesión, ya que así “se suelta a dibujar”. Se acercó al club cuando lo invitaron a la Primer Copa de Cannabis en México, que se celebró en Playa Paraíso, Guerrero.
En esa competencia, un jurado deliberó cuál era la mejor yerba con base en su potencia, textura y aroma. Organizaron juegos y un triatlón para que las personas se entretuvieran de forma recreativa.
Champi suspendió por dos años su consumo de marihuana, pero hace cuatro años fue diagnosticado con el virus del VIH y comenzó su medicación con antirretovirales, “que son muy agresivos con el estómago”, por lo que sus deseos de comer se esfumaron. Así fue como recordó que cuando fumaba, el efecto era que le daba mucha hambre “el famoso munchies”, ahora consume la yerba con fines terapéuticos.
Con una máscara de calavera de color verde, Delta Kan, de 31 años, narra que conoce la marihuana desde los 16 años. La primera vez que fumó fue en la esquina de su casa, mientras echaba el cotorreo con sus amigos: “Fue muy agradable la primera colocación, comienzas a percibir las cosas de forma diferente”.
Comenta que el club es agradable porque “fumas más en confianza, sin tabúes y sin la banda pedera que dice ‘pinche marihuanito’”.
A Delta Kan le gusta más el lado medicinal de la planta porque le da alivio corporal y le ayuda con el insomnio: “Yo no fumo para andar en la fiesta o para andar de vicioso, yo fumo para dormir”.