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Por cinco años Carmen ha intentado bajar de peso. Entre lo que ha intentado están desde dietas, acupuntura, gotas, remedios caseros, yoga e incluso ir al gimnasio, pero lo único que ha conseguido es aumentar más kilos.
Carmen tiene 35 años, es recepcionista en una empresa de seguros, su horario de trabajo es de las 9 de la mañana a las 6 de la tarde. Vive en el municipio mexiquense de Ecatepec, diario viaja dos horas y media para llegar a su trabajo en Polanco, debe salir a las seis de la mañana para llegar a su oficina o incluso unos minutos antes para tener tiempo de reserva por si hay mucho tráfico.
Antes de salir de su casa toma una taza de café o un plato de cereal, aunque la mayor parte de la semana deja su hogar sin desayunar. Al llegar al metro Indios Verdes se compra un jugo de naranja, procura buscar una ensalada pero no hay muchas opciones y termina comprando un tamal, galletas o pan de dulce.
“Salgo a la carrera, me despierto a las 5 de la mañana para bañarme y dejarle el lunch listo a mi hija para que mi mamá la lleve a la escuela. No me da tiempo para desayunar y mucho menos para llevarme algo para ir comiendo en el camino. Cuando llego al metro tengo mucha hambre, cuando puedo me compro un jugo de naranja y una ensalada, pero el puesto casi no se pone a la hora que yo paso y no me queda otra que comprar un tamal”, comenta.
Carmen mide 1.63 y pesa 83 kilos, en los últimos años ha intentado bajar de peso, más que por estética por salud, puesto que padece hipertensión y tiene antecedentes familiares de diabetes. Calcula que en los últimos tres años ha subido 10 kilos, aunque a veces se le dificulta saberlo porque baja un par de kilos y en unos meses los vuelve a subir, además no acostumbra ir con frecuencia al médico.
“He intentado ir con el nutriólogo y por más que he intentado seguir con la dieta no puedo. De verdad no es por falta de decisión, llego como a las 8 u 8:30 de la noche, reviso la tarea de mi hija, le doy de cena, alisto mis cosas para el día siguiente. Cuando menos me doy cuenta son las 11 de la noche, si todavía me preparo algo para el día siguiente me duermo a las doce de la noche o la una. ¿Duermo o me preparo de comer?”, se pregunta.
Además de la falta de tiempo, Carmen argumenta que los precios de los alimentos son muy altos lo que dificulta que pueda llevar una dieta saludable. Refiere que una ensalada en un puesto la venden en 45 pesos, mientras que el tamal con el atole le cuestan 20 pesos. A la hora de la comida en su trabajo, consumir en un lugar establecido para ingerir una comida balanceada le puede costar mínimo 200 pesos, pero si come en los puestos tacos se gasta alrededor de 70 u 80 pesos.
“No es que yo quiera ser gorda porque no tengo disciplina o porque no me quiera cuidar, pero el ritmo de vida, de andar siempre a la carrera, pasar mucho tiempo en el gimnasio y el precio de los alimentos se combinan para que uno no pueda bajar de peso y recurra a comida grasosa y chatarra, porque es lo que está más accesible, en todos lados encuentras un puesto de tacos o tortas, pero no de ensaladas”, cuenta.
Carmen se inscribió a un gimnasio hace un par de semanas, acude por las noches, trata de comprar lo necesario el fin de semana para prepararse su comida y llevarla al trabajo. Espera que hacer ejercicio y comer de manera balanceada le ayuden para ir perdiendo peso.