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El comedor comunitario de la calle de Serrato, en Valle de Aragón, está a punto de desaparecer. Sin los insumos que recibía de la Sedesol se extingue poco a poco. Hoy opera con el trabajo de voluntarios que, si pueden, ayudan a quienes no tienen para comer.
Antes, los que acudían a este comedor —que en el barrio se conoce como La Cocina de Mayra— pagaban 10 pesos por una comida completa; hoy, quienes se sientan ante sus mesas pagan entre 15 y 30 pesos por un platillo.
Mayra Dávila, quien ha administrado este comedor durante cuatro años, comenta que desde diciembre del año pasado dejó de recibir apoyo del gobierno federal y ha tenido que sacar adelante el proyecto para apoyar a quienes menos tienen.
“Hay gente que viene y trae 20 pesos o trae menos, a los que puedo les ayudo, porque hay a quienes mi corazón no les puede decir que no se pueden quedar a comer”, dice.
Ella es una mujer joven, delgada, con el cabello corto. Siempre lleva un delantal con la imagen de Bety Boop. Dice que ahora todo lo que se usa en el comedor sale de sus bolsillos.
Incluso ha tenido que intercambiar con tenderos harina para hotcakes por aceite, porque es de las cosas más necesarias en su cocina junto con el azúcar, el arroz y el agua.
Hay vecinos que aportan alimentos para complementar su cocina. El menú cotidiano se compone de chilaquiles, tortitas de verduras, pechuga asada, arroz y frijoles, ensaladas y huevo, principalmente.
Después de recordar que durante mucho tiempo camiones de Liconsa ayudaban a abastecer su local, pero ya van tres meses sin que el gobierno les mande provisiones.
También mencionó que todos lo comedores comunitarios en Valle de Allende o en Calle 14, de la colonia Campestre Guadalupana y sus alrededores, han tenido que cerrar o aumentar sus precios para solventar los gastos.
“Ya no abrimos como comedor comunitario porque ya no tenemos abasto, no tenemos cómo darle a la gente ayuda”.
Mayra menciona que sigue manteniendo su cocina abierta porque busca ayudar a la gente y siguen llegando comensales que aún piensan que el lugar es comunitario. Ante esta situación tuvo que quitar los letreros que anunciaban el lugar como comunitario, ya que “de otra manera no se puede solventar esto”, agrega.
Sus comensales, que llevan años comiendo en el lugar, como Mari Carmen, de 70 años de edad, quien sólo se dedica al hogar y a veces al comercio, comentó a EL UNIVERSAL que le ha pesado que los precios aumenten.
Lo mismo dice Javier García, de la misma edad, pensionado y exmilitar, quien dijo que “la Presidencia pinta todo para que se crea que se está apoyando al pueblo, pero está mal que cierren los comedores comunitarios, es lo que la gente más necesita”.