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Cada jueves era una pesadilla para Guadalupe —quien solicitó omitir su nombre y el de su ex pareja—, sabía que pasara lo que pasara todo acabaría mal: era el día en que su pareja, Manuel, salía de fiesta con sus amigos y al regresar a casa buscaba algún pretexto para agredirla.
“Tenía miedo de que llegara tomado, al principio yo le reclamaba que por qué llegaba tan tarde y ya después ni le reclamaba nada, él buscaba provocarme para tener argumentos para agredirme; vivía con miedo”, recuerda la mujer de 30 años.
Hace nueve meses decidió dejar a Manuel y llevarse a la hija de ambos, su relación duró siete años: “No fue una, ni dos veces las que me golpeó pero fueron suficientes, lo que me hizo decir basta fue que la última vez que me pegó fue delante de mi hija… ver su cara de miedo es algo que no podría describir”.
Guadalupe dice que la violencia la fue cercando, las palabras se convirtieron en empujones y los empujones en golpes.
“Si estábamos en una reunión y se levantaba al baño, él no quería que hablara con nadie, me decía que no podía hablarle a sus amigos si él no estaba”, dice.
Guadalupe narra que cuando se embarazó, Manuel intentó cambiar, aunque aún no comenzaba a golpearla ya ejercía violencia psicológica.
Ella trabaja con su familia y eso también fue problema; Manuel aseguraba que en casa de Guadalupe la solapaban para que saliera con otros hombres.
Hace dos años ocurrió la primera golpiza, Guadalupe intentó que ambos fueran a terapia para mejorar la relación, pero él se negó, le dijo que se atendiera ella primero, que él no lo necesitaba.
Después de la última agresión, Guadalupe requirió atención médica, tenía un ojo con derrame, un corte en la cara y laceraciones en la espalda, los brazos y las piernas; después, ella intentó escapar y llevarse a su hija, pero la alcanzó en la calle y la regresó a patadas.
Uno de los golpes alcanzó a la niña y eso lo trastocó todo. Guadalupe se fue de la casa, se refugió con sus padres y denunció a Manuel por lo civil y en lo penal; hoy no se puede acercar a ella, tiene orden de restricción, pero se le permite ver a su hija.
“Hablamos por teléfono porque lo único que paga es la colegiatura de la niña, me dice que lo quiere intentar de nuevo por nuestra hija... después me sale con que todo esto no hubiera pasado si yo no lo hubiera dejado”, afirma.
Manuel tiene otra pareja, está embarazada y se la ha llevado a vivir a otra ciudad para alejarla de su familia.