Más allá del pulque, tequila y mezcales, el cultivo de agave y el uso de sus derivados han creado un paisaje distintivo de la literatura, las películas, la música y las artes.

El agave se encuentra en 75 por ciento del territorio nacional, aunque algunas regiones concentran más especímenes que otras. De ella se extraen fibras, alimento para ganado y aún sus desechos se usan como combustible.


El maguey, un tipo de agave

En la región geográfica que hoy ocupa México, el uso del agave surgió hace unos siete mil años. Las plantas se reproducen gracias a murciélagos, colibríes y algunos insectos como abejas y palomillas que transfieren el polen de una flor a otra. Sin embargo, otras especies de agave mueren después de reproducirse.

El género Agave, en sentido estricto, es endémico de América. De las casi 200 especies al menos 150 se encuentran en México, más otras 36 que pertenecen a diversas categorías. Las plantas se distribuyen desde el sur de Estados Unidos hasta Colombia y Venezuela, de acuerdo con un artículo de Abisaí García Mendoza, doctor en biología de la UNAM.

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En náhuatl, el agave era llamado “metl” o “mexcametl”. En purépecha, “tocamba”. Y en otomí, “guada”. Foto de un campo de maguey en San Juan del Río, Querétaro. Tomada entre 1880 y 1897 por William Henry Jackson. Archivo: Library of Congress.

En el siglo XIX no existían reglas para nombrar a las plantas, así que los botánicos trabajaban de manera independiente, generalmente sin conocer el trabajo de sus contemporáneos.

La falta de especímenes de estudio y el desconocimiento de todas las variantes del agave en el mundo dio lugar a gran cantidad de nombres para esta planta. Por ejemplo, en 1876 se describió el Agave caespitosa por Todaro. Más tarde en 1860, Karl Koch lo llamó Agave sartorii y después Agave aloina en un periódico local alemán.

Pasaron 125 años de su primera mención en la literatura para que el agave y sus variantes tuvieran nombres reconocidos por la comunidad científica. De hecho, el sistema de clasificación más reciente del agave fue elaborado en 1982 por el botánico Howard Scott Gentry, pero no consideró especies del Caribe y de Sudamérica.

 

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Vista desde el cerro de la estrella entre 1880 y 1897, William Henry Jackson. Foto: Archivo Library of Congress.


Reyes del henequén

Uno de los principales productos del maguey es el henequén, fibra altamente cotizada durante el siglo pasado. Sin embargo, los altos rendimientos de su explotación desencadenaron ambición, esclavitud y precarias condiciones de trabajo.

“¿Esclavitud en México? Sí, yo la encontré”, escribió el periodista John Kenneth Turner en su libro “México Bárbaro” (1911) donde narra las dinámicas de trabajos forzados en la industria henequenera.

El estadounidense llegó a Yucatán fingiendo ser un inversionista “con mucho dinero” que quería colocar su capital en propiedades henequeneras de la región. De ese modo se mezcló entre los esclavos y entendió el sistema que rodeaba a la industria del henequén.

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Agave viene del griego “admirable” o “noble”. El nombre fue acuñado por el sueco Carl Von Linneo en 1753. En la imagen, un paisaje de agaves en Iztapalapa alrededor de 1890. Foto: Archivo Library of Congress.

El periodista se entrevistó con los “reyes del henequén”, como él decía, para comprender las fases de producción de la fibra, mientras en sus ratos libres observaba las condiciones de las miles de personas en esclavitud.

 

Escribió que los hacendados no llamaban “esclavos” a sus trabajadores, pero se referían a ellos como obreros.

 

“No llaman esclavitud a su sistema. Lo llaman servicio forzoso por deudas. No nos consideramos dueños de nuestros obreros, consideramos que ellos están en deuda con nosotros. Y no consideramos que los compramos o los vendemos, sino que transferimos la deuda y al hombre junto con ella (...) La esclavitud es contra la ley, no llamamos a esto esclavitud”.

 

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Imagen de un campo de agaves en marzo de 1979. Foto: Jesús Hernández. Archivo/EL UNIVERSAL.

 

Aunque el libro de Kenneth Turner tuvo varios detractores por sus constantes críticas al gobierno y subordinados de Porfirio Díaz y su complicidad con el tráfico de personas, es un texto que describe las ambiciones por la milenaria planta.

Paisaje de agaves, Patrimonio Cultural

El cultivo de agave es parte de la identidad mexicana y los paisajes no son la excepción. Alrededor de esta actividad se tejen relaciones humanas sobre los alimentos, bebidas, medicinas, construcciones y fibras.

 

El agave fue una de las primeras plantas que los pobladores de Mesoamérica aprovecharon y su uso en México data de al menos siete mil años. En náhuatl lo nombraron “metl” o “mexcametl”. En purépecha, “tocamba”. Y en otomí, “guada”.

 

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Mujer productora de maguey en los años 90. Foto: Jesús Fonseca Valle/Cortesía

 

Hasta la fecha conservan sus usos como bebidas tradicionales: pulque, aguamiel, mezcales (mezcal, tequila y bacanora). El nombre de “maguey” lo adquirió con la llegada de los españoles, quienes adoptaron esa palabra de los nativos del Caribe.

En 2006, los paisajes de agave de Tequila, Jalisco, fueron nominados a Patrimonio Cultural de la Humanidad, por la UNESCO. Los estudios indicaron que la planta se usa en la región desde el siglo XVI para elaborar tequila, pero desde hace dos mil años es utilizada en bebidas fermentadas y fibras textiles.

 

La distinción incluye la protección de vestigios arqueológicos de cultivos de agave en terrazas, templos y terrenos de juego de pelota que datan del 200 al 900 a.C. Así que el agave como producto de la naturaleza también se asocia con significados culturales que las personas le han asignado.

El agave permanecerá en el cine, la literatura y la fotografía. Pero también, en las memorias de quienes hicieron de la planta un recuerdo de encuentro familiar.

 

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Retrato de doña Isaura Escamilla Barraza en los años 60. Foto: Jesús Fonseca Valle/Cortesía.

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