San Pedro Ixtlahuaca, Oaxaca. — Mario Reyes no puede decir un año exacto. Lo único que él y sus hermanos Victorino y Rufino saben es que la música de viento ha sido parte de su familia desde los tiempos de su tatarabuelo José Reyes, mucho antes de la Revolución Mexicana.

Con 74 años, Mario es el mayor de siete hermanos, de los cuales los cuatro varones, como casi todos los hombres de la familia Reyes, tomaron el camino de las partituras y las notas desde muy pequeños. Es lo que han hecho siempre.

Él y sus hermanos las aprendieron de su padre Alfredo y de su abuelo Lorenzo. Así es como los sonidos de los instrumentos de viento perviven en esta familia: músico viejo, enseña a músico joven, platican entre risas.

Acostumbrados a la memoria, los Reyes no tienen otra forma de reconstruir su pasado musical más que confiando en lo que recuerdan que les contaron los abuelos, que a su vez les fue transmitido también por la palabra, hasta llegar a un momento en el pasado en el que los recuerdos ya no alcanzan. Y la tradición oral muere en el tiempo.

Aún así, han logrado rastrear los orígenes de su apellido hasta los años 1600, cuando el tronco de los Reyes, junto con otras de las familias principales del pueblo, las más viejas de esta comunidad de raíces zapotecas, defendieron sus tierras de un cacique de la región.

Ellos ganaron, y el triunfo quedó plasmado en un documento antiguo en poder de la familia, donde se narra esta disputa encabezada por “los indios de Ixtlahuaca”. Lo que no dice el papel es si entonces ya se dedicaban, entre la pugna por tierras, a vivir de la música.

Pese a ello, saben que su herencia no puede ser otra si no las notas que han tocado siempre y que sus propios hijos varones ya han adoptado como forma de vida. En el caso de Mario, sus tres hijos y sus tres nietos ya han pasado por esta banda familiar; en el caso de Victorino, de 69 años, son dos hijos y dos nietos, mientras que Rufino, de 60, sólo tiene un hijo en la banda, pues sus nietos aún no tienen la edad para incorporarse.

No basta el talento

“Necesitas trabajar por el sustento, si quieres ser borracho, sé músico”, recuerda Mario que le decían cuando a los 12 años decidió que seguiría la tradición familiar.

Pero aunque ser músico se ha entendido más como un pasatiempo que como una forma de ganarse la vida, en el caso de los Reyes ni la entrada es sencilla, ni tener el apellido basta.

Cuando uno de los hijos o nietos decide que es momento de formar parte de la banda familiar, lo primero que tiene que hacer es tomar un método de enseñanza compuesto de 58 lecciones, las necesarias para aprender solfeo y leer los mensajes encriptados en las partituras y los pentagramas. Lo demás, sólo se trata de talento.

A los Reyes no les falta. Mario, por ejemplo, sabe tocar el barítono, la trompeta y el clarinete. Victorino, la trompeta, el saxofón alto y el clarín, mientras que Rufino domina la trompeta y el trombón.

El encargado de impartir las lecciones a quienes aspiran a integrarse a la banda familiar es el responsable de la banda, que puede durar por varios años hasta que “entrega”, y entonces todos los integrantes vuelven a elegir a un responsable, quien además de las lecciones tiene la encomienda de amarrar los contratos y de convocar a los ensayos.

“La música es como una familia, no dejas de estar hablando. Puedes estar sacando una pieza y compartirlo, así es la comunicación del músico”, cuenta Victorino.

Actualmente son dos los que llevan a cabo dichas actividades, pues con 17 se trata de la primera vez que la banda cuenta con tantos integrantes, lo que les permite contar con tres trompetas, tres clarines, tres trombones y una tuba, entre otros instrumentos.

La pérdida

“Ya es puro ruido, pura música carnavalera”, dice Victorino sobre la pérdida que actualmente se vive de los sonidos tradicionales, como la música sacra o las marchas fúnebres, las cuales se han ido perdiendo en el tiempo, porque la misma gente ya no las pide.

Victorino recuerda, por ejemplo, que fue hace como cinco años cuando les pidieron por última vez que acompañaran el sepelio de un difunto con las notas de una marcha fúnebre. De su catálogo familiar, que está compuesto por unas 500 piezas, calculan, unas 60 son piezas fúnebres cuyas notas podrían desaparecer.

—¿Ya no los contratan para acompañar los sepelios?

—Sí, pero ahora lo que piden son jarabes y chilenas, se perdió lo solemnidad del difunto y ahora es como una fiesta —dice este músico de seis décadas, que incluso reconoce que hay piezas fúnebres y sacras que él ya nunca tocó.

No es lo único que se ha perdido. Aunque comenta que nunca se han quedado sin tocar y que diciembre es su mejor mes, con hasta cuatro tocadas por semana, explica que ya son pocos quienes aceptan pagar 7 mil pesos por un día de música.

Otro problema es el surgimiento de más agrupaciones. De ser la única banda del pueblo, por ejemplo, pasaron a existir cinco, la mayoría integradas por músicos sin tradición. Son a esas a las que Victorino se refiere como “carnavaleras”.

“Cuando uno sale, es el nombre del pueblo el que va adelante, luego preguntan de dónde somos y dicen: ‘Ah, es la banda de San Pedro’. Es un orgullo”, explica Mario sobre ese prestigio comunitario, otra de las pérdidas que ha traído el tiempo a quienes como ellos viven de dar cuerpo a los sonidos.

Los hermanos calculan que hasta hace 20 años, ser músicos era la forma en la que ellos hacían tequio al pueblo, tocando en eventos cívicos y religiosos y excluyéndolos de cooperaciones o de cumplir con cargos como policías o mayordomos, algo que incluso les dejó el apodo de “Moleros”, pues en cada festividad a la que asistían se les servia mole como platillo.

Lo único que ha traído la modernidad, bromean, es que ahora también los contratan candidatos.

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