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Érika, una joven médico de 28 años, ha sido víctima de la mayor parte de los delitos que las mujeres pueden experimentar en la Ciudad de México. Ha padecido desde un silbido y piropos en la calle, agresiones en el transporte público, acoso en la escuela, hostigamiento en el trabajo, hasta ser víctima de abuso sexual por parte de uno de sus familiares.
Ser mujer en México cuesta mucho, concluye la joven luego de relatar todo lo que ha enfrentado. La herida más dolorosa para ella y que nunca podrá sanar a 100% fue provocada por la serie de violaciones que un tío cometió en su contra cuando era niña.
Apenas tenía ocho años y el supuesto amor de un ser querido se convirtió en el peor infierno y eso sólo era el inicio: “Primero fue él, luego uno de sus trabajadores, luego otro y llegó un momento en el que fueron hasta 10 hombres quienes abusaron de mí”.
Con el paso del tiempo el cuerpo de la pequeña se convirtió en un negocio para su agresor. La joven recuerda los primeros ataques en su casa. Posteriormente era llevada a una bodega donde varios hombres pagaban para satisfacer sus deseos con ella. Fue al menos un lustro en el cual Érika, quien prefirió no revelar su nombre real por temor a represalias de su atacante, recibió ataques con frecuencia y sólo se salvó porque llegó su adolescencia.
“Él dejó de cometer estos delitos porque comencé a ser más grande y sólo viola niñas. Cuando tenía 13 años escuché en medio de una agresión que ya estaba grande, que ya no servía para eso. Fue así como las agresiones empezaron a disminuir”, asegura.
Para su victimario, ella era el blanco perfecto: sabía dónde vivía, sus horarios, la escuela donde estudiaba, tenía la confianza de los padres de la joven, la dejaban bajo su cuidado y nunca creerían en ella si algún día revelaba las violaciones. Aunque han pasado 10 años desde la última agresión, en mayo de 2019 Érika acudió a la Fiscalía de Delitos Sexuales para levantar una denuncia.
Ahí se encontró con la resistencia de las autoridades. “¿Por qué quieres denunciar si ya pasó tanto tiempo? ¿Estás segura que quieres seguir adelante con esto?”, la cuestionó el agente del Ministerio Público e incluso su abogada de oficio. Acusa que siete meses después de interponer la denuncia penal la investigación no avanza. Critica que los agentes del MP le han pedido entregar pruebas para respaldar su declaración.
“Me han pedido el acta de nacimiento de los agresores y fotos donde se vea que viven en los domicilios que mencioné. Dicen que así voy a agilizar el proceso, pero si ellos son la autoridad y no pueden conseguir esa información. ¿Cómo lo haré yo? Me están exponiendo a ver a mis agresores nuevamente, regresar al lugar donde ocurrió todo”. Antes soportó más agresiones en su contra: la más fuerte ocurrió hace unos meses, cuando su antiguo jefe intentó abusar de ella en el hospital donde trabajaba.
Recuerda que las agresiones de ese jefe escalaron de palabras a tocamientos y la noche en la que estuvo a punto de ser violada, otra vez, un compañero interrumpió el acto. “Me convertí en una persona aislada, no hablaba ni me expresaba, cuando alguien me agredía sólo me quedaba callada y daba la espalda, pero este segundo trauma de volver a pasar por la misma situación me hizo cambiar, no me iba a pasar toda la vida recibiendo agresiones. Claro que esto me sigue doliendo y lastimando, pero ya no va a impedir que disfrute mi vida”.
Érika advierte que su familiar aún no sabe de la investigación en su contra por el retraso de las autoridades, pero está segura de que su victimario sigue afectando a menores y en eso se inspira su búsqueda de justicia: en que más niños no sufran lo mismo. “Si no continúo con la denuncia y esta persona vuelve a cometer una agresión, no tendrá ningún antecedente penal. Pienso que esto no es sólo por mí, sino por la gente que puede seguir en sus manos. Cuando pasaba por una violación quería que alguien llegara, que alguien pudiera salvarme de ese momento, y nunca pasó, pero si ahora tengo las herramientas para salvar a alguien más lo voy a hacer”.