Luis Alberto Hernández Hernández iba a cumplir 25 años cuando abandonó su natal Huejutla, Hidalgo, para enlistarse en el 89 Batallón de Infantería del Ejército con la matrícula D-2346950.

Entre mayo de 2015 y abril de 2017 participó en operativos contra el crimen organizado en el norte de Sinaloa, donde abunda la amapola, la mariguana y los grupos delictivos.

Cambió su trabajo en el campo para servir al Ejército, fue situado en el poblado de San Miguel Zapotitlán, 11 kilómetros al norte de Los Mochis. Los decesos de algunos compañeros, la carga emocional, los constantes enfrentamientos contra grupos armados y dormir a cielo abierto en la sierra —armado y en alerta— desgastó su mente y lo llevó a la paranoia.

Ante el desgaste mental de Luis Alberto, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) lo abandonó y ahora pretende darlo de baja sin responsabilizarse del tratamiento, denuncia Guillermo Nicolás, hermano de Luis, quien viajó hasta Sinaloa para hacerse cargo de él.
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El militar desvaría constantemente, mezcla la realidad con sus vivencias en la sierra. Cuando habla, recuerda que en una emboscada en Culiacán cinco de sus compañeros murieron. Ese, dice, fue el comienzo del deterioro de su salud mental, en septiembre de 2016.

Luis comenzó a tomar actitudes extrañas: lo veían dar vueltas en el interior del cuartel, inspeccionando el lugar y pedía asumir una estrategia de defensa.

Por ello, fue valorado en el Hospital del Ejército en Mazatlán y en el de la Ciudad de México; los médicos militares Damián Pantoja y Eduardo de la Cruz certificaron que no era apto para el servicio armado.

El general Gonzalo Corona González, director de Justicia Militar, autorizó iniciar un proceso de retiro contra Luis, argumentando que enfermó fuera de servicio. El proceso nunca se inició y Luis Alberto fue enviado de regreso a su puesto de vigilancia por dos meses más, pero sus alteraciones mentales y de conducta empeoraron.“A mi hermano le diagnosticaron un trastorno síquico agudo, delira continuamente, pero el Ejército afirma que fue contraído fuera del servicio activo”, explicó Guillermo.

Se decidió medicarlo y delegarle labores de limpieza y jardinería. “Le recetaron diazepam y otros medicamentos que él tuvo que comprar, esto lo estresó hasta que perdió la noción del tiempo”, relata.

En ese tiempo fue presionado para regresar al servicio bélico hasta que en junio de este año volvieron a armarlo. “No te hagas pendejo”, le respondian cuando mencionaba su estado de salud y las recomendaciones médicas. Ello desencadenó una nueva crisis y el 7 de julio pasado se perdió por ocho días. Cuando regresó al cuartel estaba sucio y quemado por los rayos del sol y contaba a sus compañeros que venía de una misión.

Baja por deserción. A Luis Alberto lo acusaron de desertar del Ejército por el tiempo que estuvo desaparecido y se le prohibió hospedarse en el campamento militar. Un compañero le dio hospedaje hasta la llegada de su hermano Guillermo Nicolás.

Con donativos de amigos y familiares de su comunidad, donde aún vive su madre, Luis Alberto fue atendido en un siquiátrico privado.

Eduardo Navarrete Montes, teniente coronel inactivo y abogado de Luis, contó a este diario que su cliente desarrolló la patología tras pasar 30 días en operativos de seguridad.

Asegura que Luis Alberto ha sido hostigado por la Sedena para que deserte y así ahorrarse el proceso de retiro que le otorgaría una pensión y tratamiento médico.

Navarrete informó que los estudios que se realizaron por médicos privados amparan que el trastorno del militar es por estrés postraumático.

En agosto se les negó un juicio de amparo para evitar la baja y la suspensión de la atención médica a la que tiene derecho. “Los jueces federales están subordinados ante las autoridades militares, siempre se le niegan derechos a los soldados que a los civiles sí les dan”, dice el abogado.

Sedena se mantiene firme. EL UNIVERSAL buscó a la Sedena para conocer su posición ante este caso. La institución, vía correo electrónico, reafirmó su postura y respondió que el soldado abandonó su cargo por más de un mes.

“El C. Luis Alberto Hernández Hernández ostentó el empleo de soldado de infantería; sin embargo, no se ha presentado a laborar desde el 7 de julio de 2018”, replicó el departamento de comunicación de la Sedena.

La familia de Luis Alberto advierte que el proceso le gal contra la Sedena seguirá .

Elementos con trastorno s . E n los últimos 10 años, 56 soldados han sido diagnosticados con algún trastorno sicótico y sólo la mitad recibe atención médica por parte de la institución, informó la Sedena a EL UNIVERSAL a través de transparencia. La secretaría comunicó que únicamente 28 de estos elementos tienen derecho a ser tratados por el servicio médico militar del organismo al continuar activos en el Ejército nacional o la Fuerza Aérea Mexicana después de desarrollar los padecimientos.

Los soldados que presentan síntomas de algún trastorno sicótico son canalizados a uno de los 45 hospitales de la institución, donde los médicos determinan si la enfermedad fue adquirida dentro.

Si consideran que el padecimiento no es consecuencia de las labores prestadas, se inicia un proceso de retiro, como se indica en la sección VI del artículo 24 de la Ley del Instituto de Seguridad Social de las Fuerzas Armadas (Issfam).

La institución detalló que no cuenta con un registro de los militares retirados bajo este lineamiento desde el 1 de enero de 2008 hasta el 31 de diciembre de 2011.

No obstante, la Sedena reveló que desde enero de 2012 al 9 de agosto de este año, 33 militares sufrieron de algún tipo de trastorno sicótico, de los cuales 14 fueron dados de baja siguiendo al artículo citado.

De acuerdo con las cifras presentadas por la dependencia militar, de los 56 casos diagnosticados, 26 se presentaron en soldados raso; le siguen los cabos (17 casos), sargentos primero (tres casos), sargentos segundo (tres casos), tenientes (tres casos), subtenientes (dos casos), cadetes (un caso) y mayores (un caso).

El 50% de los militares diagnosticados tenían entre 20 y 29 años, detalló la Sedena.

Estos trastornos afectan más a los soldados hombres, quienes conforman 96.4% del total contabilizado en los últimos 10 años.

Nueve soldados del Ejército fueron diagnosticados con trastornos sicóticos en 2012, año que reportó la cifra más alta. En contraste, el número más bajo se registró en 2017, con cuatro casos. En 2018, hasta el 9 de agosto, se diagnosticó con un tipo de trastorno a tres elementos: dos cabos de 41 años y un soldado raso de 33.

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