En dos años la familia Ramírez pasó de comer carne tres veces por semana a comprarla sólo cuando podían darse el lujo.

Sentada en una silla improvisada, María de Jesús Ramírez, de 44 años, dice que la situación del país es difícil y culpa a las reformas estructurales.

Hasta 2016 su familia tenía un ingreso de más de 5 mil pesos al mes, pero su esposo perdió su trabajo y ahora apenas juntan 4 mil pesos mensuales.

Habitante de la colonia Xonaca, en Puebla, tiene que hacer milagros para sobrevivir. Tan sólo para comprar la comida del día necesita dos salarios mínimos, es decir, 176 pesos. El encarecimiento de la canasta básica, dice, redujo la compra de productos que permitían cocinar algo decente para su familia.

La inseguridad es el otro aspecto que frena a las familias poblanas. “Mi esposo perdió el trabajo porque asaltaron el transporte que manejaba y las autoridades se llevaron la unidad”, explica. Por cinco meses la única salida de esta familia fueron los préstamos bancarios.

Además, su hija de 21 años tuvo que dejar la universidad. Entró a trabajar a una cafetería y después en una heladería, pero no percibe un buen salario y mucho menos prestaciones de ley. Para María esta fue una de las situaciones más injustas “Ella tenía promedio de nueve y tuvo que renunciar a su carrera para ayudarnos”.

Actualmente su esposo renta un taxi por 18 horas diarias y María vende tamales los fines de semana. Al mes logranganar 4 mil pesos, aproximadamente.

Su otro hijo, José Ángel, ayuda en la casa y se va a la preparatoria en bicicleta para así ahorrar 60 pesos semanales de transporte, dinero que su mamá utiliza para la comida.

Ángel quiere estudiar Arquitectura. Sus padres aseguran que tiene el talento y esperan que él no tenga que truncar sus estudios por su situación económica.

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