El aire que se cuela por debajo de la carpa donde viven desde septiembre de 2017 provoca ruidos que aterra a los gemelos y entonces corren a buscar la protección de su madre María Guadalupe Parra. Cuando el aire es acompañado de relámpagos o ráfagas de lluvia, la escena es peor.

Los episodios de pánico son recurrentes y al percatarse la madre abraza con fuerza a sus hijos Angélica y Ángel, porque sabe que en esos momentos reviven el impacto del sismo que desplomó el cuarto donde vivían, en la colonia Emiliano Zapata, decretada como zona cero tras el sismo.

La impresión para los gemelos de dos años de edad fue tan fuerte que les arrebató el habla. Nada dicen ni pronuncian desde el 19 de septiembre y a partir de entonces viven con el diagnóstico de mutismo paulatino. Hablarán cuando ellos lo decidan, le dijo el médico a María Guadalupe.

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Desde el golpe del sismo en este municipio donde se cuentan más de 300 casas colapsadas y 27 de los 74 fallecidos en el estado, María se entrega a sus hijos pero también a tratar de que la Fundación Delta cumpla con su compromiso de construir su casa.

Desde noviembre pasado varios vecinos de la Zapata confiaron en la Fundación Delta, que como todas las fundaciones recoge las tarjetas otorgadas por el Fondo Nacional de Desastres (FONDEN), y con los 150 mil pesos de los beneficiarios por daño total construye una vivienda.

Pero entre los grupos de damnificados se propaló la alerta porque desde febrero pasado la fundación debió iniciar con la construcción de la casa de los gemelos y entregarla a finales de junio. Hasta ahora María y sus hijos viven en una carpa colocada sobre los escombros de lo que fue su casa.

En ese predio los gemelos corren mientras su madre hurga en el tiempo y rescata su tragedia la tarde del martes 19 de septiembre. Estaba al fondo del terreno lavando la ropa cuando sintió la primera sacudida. Angélica jugaba a un lado del lavadero mientras Ángel estaba en el cuarto absorto con la televisión mirando caricaturas.

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El violento movimiento le impidió a la mujer moverse con agilidad y sólo alcanzó a cargar a la pequeña, luego quiso correr hacia la calle y entregarla a uno de sus hermanos para regresar por su otro hijo pero no pudo, la construcción del frente se vino abajo, luego la de al lado y enseguida la de atrás.

“Que sea lo que Dios diga, lo que nos pase que nos pase a los tres”, pensó y entró al cuarto donde Ángel lloraba desconsolado porque todo se venía abajo.

En el pequeño cuarto había un ropero propiedad de su madre, que con las sacudidas se abrió. Ahí dejó a sus hijos, se apoyó sobre la puerta para que no se abriera de nuevo y el cuarto se derrumbó.

La joven sintió un intenso dolor en el tobillo, una varilla se le enterró y parte de los escombros cayeron sobre su cabeza. En penumbras escuchó que la llamaban así como a sus hijos, sus familiares y vecinos se asomaban por un hoyo con la esperanza de que estuvieran vivos.

A los gemelos los sacaron por la pequeña abertura que quedó de lo que fue su casa mientras que María tuvo que esperar un poco hasta que retiraron los escombros para salir.Los pequeños necesitan juguetes didácticos que “hablen” y provoquen la imitación de los gemelos, pero los recursos de la madre son escasos y por eso pide el apoyo de la gente para lograr alguna donación de ese tipo de juguetes.

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Los niños no van a la escuela, ni siquiera a una guardería a pesar de que la madre se gana la vida vendiendo aguas frescas y chicharrones en el centro de Jojutla, a unas cuadras de distancia de la colonia Emiliano Zapata, donde viven.

“No quiero que nadie les vaya a hacer algo, ya ve que luego les pegan y si así no hablan, no quiero que vayan a tener una experiencia más traumática”, comenta María.

Los gemelos se quedan con sus tíos y primos que viven en el mismo terreno, en otra carpa. En ese predio hay otros niños que juegan con ellos sin necesidad de palabras. Adivinan lo que los gemelos quieren. Se hacen entender a señas o con gestos, señalan, lloran, pelean, gruñen pero no hablan.

Un mes antes del terremoto, la abuela materna de los gemelos murió. Con ella pasaban prácticamente toda la mañana, “platicaban” como lo hace un niño de dos años, luego vino el derrumbe de su casa.

Sin casa ni tarjetas del Fonden. El mutismo paulatino de los hijos de María Guadalupe no es su única preocupación. Desde noviembre pasado varios vecinos de la Zapata buscan a los representantes de la Fundación Delta, porque su personal recogió las tarjetas del FONDEN con los 150 mil pesos que dan a los damnificados por daño total de su vivienda.

Desde febrero la fundación debió iniciar con la construcción de la casa de los gemelos para entregarla a finales de junio pero lo único que obtuvo la familia de María fue una visita de personal de dicha fundación hace dos meses, pero pretextaron problemas con la licencia de construcción y de nuevo desaparecieron.

La familia debe esperar a que Delta cumpla el compromiso porque ya no es posible otro tipo de ayuda. La federación cerró la lista de damnificados meses atrás y el gobierno del Estado se comprometió a ayudar a más de 15 mil damnificados con daño total o parcial que quedaron fuera, a través del organismo descentralizado Unidos por Morelos, pero esta instancia sólo avala a las fundaciones Slim y Proviváh.

A pesar del retraso por más de siete meses, María Guadalupe no ha querido iniciar una denuncia penal en contra de Delta, dice que esperará a que cumpla con el compromiso.

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