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Delgada, con pantalón y saco negros y las manos libres, Elba Esther Gordillo aparece iluminada por reflectores y levanta una aclamación de los maestros que ocupan la mayor parte del salón en su vuelta al circuito del poder.
Allí, con el aliento de una cerrada aclamación magisterial, renace y coloca en un atril, usual para partituras, la sentencia que la declara libre, y con voz cargada de emoción pregona: “¡Soy inocente!”. Con énfasis añade: “Recuperé la libertad y la reforma educativa se derrumbó”.
Habla unos 12 minutos y a medio mensaje se presenta un desorden en la entrada del salón. Periodistas se desesperan por tener acceso y lo que era un vocerío a medio volumen se vuelve grito que rasga el orden. “¡Puerta!, ¡puerta!”, gritan; otros contrarrestan: “¡Elba!, ¡Elba!”.
En la calle protestan con cartulinas de varios colores: “¡Tu lugar es la cárcel!”, “la reforma educativa se firmó en diciembre de 2012 y tú fuiste cómplice de ella”.
Hay integrantes del magisterio que en su mayoría ocupan sillas, unas 200 en total, muchos están de pie, y los camarógrafos atrás.
La ex lideresa que estuvo presa cinco años continúa la lectura de dos hojas y media, que ve en el teleprompter, palabras a las que da vida con evocación de oratoria escolar, suave y, a veces, con furia modulada.
El brazo derecho permanece vertical y lo usa para acompañar y remarcar sus palabras, al tiempo que lanza señalamientos duros tales como: persecución política, mentiras, encierro, orquestación perversa, y nos traicionaron.
Se retira de inmediato de ese salón de su presentación, del momento “que espero marque el futuro de mi vida”; va rodeada por su familia, todos varones, al lado de ella, el nieto destaca, René Fujiwara.
Tras retirarse, decenas de maestros entusiasmados forman fila para saludar al ex secretario general del SNTE en el esplendor de Gordillo, el profesor Rafael Ochoa Guzmán, pleno de felicidad. “Ella regresará al sindicato, como si hubiera sido ayer, no como si hubieran pasado más de cinco años, en que fue presa política”, afirma su colaborador perpetuo.
Gordillo se va por la puerta que está junto a la gran pantalla ante la cual la chiapaneca comunicó su mensaje. Por ahí entró en cuanto un maestro de ceremonias, a las 11:00 horas, se dirigió a la concurrencia después de una ronda de música ambiental, en la que se entonaron canciones estadounidenses de la década de 1980.
El maestro de ceremonias dice que no habría espacio para preguntas, da continuidad al evento con un aire de interlocutor teatral: “Bienvenidos. Comenzamos”.
Enseguida entra sonriente, escoltada por nietos, la maestra, de la manera cuando llegó a la funeraria en la que recibió el pésame por el fallecimiento de su hija, la senadora Mónica Arriola Gordillo, en una dispensa carcelaria, llevada en un vehículo de traslados penitenciarios.
Salió de su domicilio en Galileo 7, en Polanco, y para llegar al hotel bastan un centenar de pasos. Galileo es el nombre del legendario Grupo Galileo, un foro democratizador, antes de la primera alternancia. Es su espacio. En un entrepiso abajo del vestíbulo, el restaurante Balmoral es el lugar preferido por Elba Esther para desayunar, dejarse ver y recibir a todo aquel que sin cita pidiera su favor, o para llevarle resultados de lo que pedía. Los comensales de la mañana ya se fueron y de las mesas de siempre, pocas están en servicio.
Llega de manera discreta, y nada más asoma al salón, una cascada de luz baña a una de las mujeres más poderosas en México.
La cabellera clara, todo negro en torno suyo. Sube a una tarima y se detiene en una marca, una cruz blanca en el piso donde estará de pie, fija, quieta; sí, serena; enfática en las ideas clave. Siempre con el brazo derecho vertical. “Aquí tienen la imagen que ha predominado durante cinco años”, dice, como ha escrito en la primera línea de su mensaje, y atrás de ella se proyecta en toda la pantalla a Gordillo tras las rejas.
Es gigante la imagen suya en el juzgado, sobrepasada de peso, atribulada, en contraste con la figura esbelta que luce en su presentación ante la sociedad 12 días después de haber obtenido su libertad, justo en la mañana de la vuelta a clases, significativa para el magisterio.
Unos seis aplausos la acompañan, y también la siguen quienes creen en ella, con expresiones de respaldo, como cuando condena la traición, y la escuchan silenciosos en su expresión amorosa, maternal, con la que dice: “Lo que viene debe plantearse con cuidado, sin obsesiones y sin odios, sin rencores por el pasado y pensando en el futuro”.
A su salida por el hotel, rodeada por sus adeptos, recibe muestras de afecto, peticiones de selfies, eso sí, “fórmense”, pide, y a las preguntas responde que “ahora no”. Lo dicho, dicho está. Y vale.