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Ayotzinapa, Tixtla, Guerrero.- Estudiar en la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa es sinónimo de resistencia. Resistir a La Caverna, esos cuartos húmedos, oscuros, con chinches donde viven amontonados cinco, seis pelones —como les dicen a los de nuevo ingreso—. A la mala alimentación, a la falta de infraestructura adecuada, a la falta de apoyo gubernamental, a las largas ausencias de casa. Resistir a la represión. Sobre todo a la represión que a Ayotzinapa le ha costado muchas vidas.
En la última década, los jóvenes de Ayotzinapa han sido reprimidos de muchas formas. En 2011, dos estudiantes, Jorge Alexis Herrera y Jesús Echeverría, fueron asesinados por policías estatales y federales en la Autopista del Sol cuando bloqueaban la vía en demanda de una reunión con el entonces gobernador Ángel Aguirre Rivero para pedir mejoras para la escuela.
En 2014, se vino el golpe más fuerte contra la normal: policías de Iguala junto con criminales desaparecieron a 43 jóvenes, asesinaron a otros tres y dejaron en coma a uno.
La noche de Iguala ha tenido impacto en la normal de Ayotzinapa. En los tres primeros años después de la desaparición, se dificultó completar la matrícula. En 2014, por ejemplo, sacaron ficha 321 jóvenes y se completó la matrícula sin problemas; es más, se quedaron sin lugar 181. Aunque de esa generación —la de los 43 estudiantes desaparecidos— en las aulas sólo quedaron 63 jóvenes.
Los jóvenes que cada año ingresan a la normal de Ayotzinapa se preparan para la vida comunitaria y replican lo que muchos hacen en sus pueblos: siembran maíz, flores y crían animales.
En 2015 sacaron ficha 172 aspirantes, 47% menos que el año anterior. En 2016 llegaron a sacar ficha 79 aspirantes, apenas poco más de la mitad de los 140 que se requieren. En esos años, los estudiantes tuvieron que salir a las comunidades y hacer una segunda convocatoria que se difundió en otros estados.
Ayotzinapa ofrece una matrícula para albergar a 140 estudiantes, 100 para la Licenciatura en Primaria y 40 para Educación Intercultural Bilingüe.
Sobre la baja en la demanda de estudiantes hay dos razones. Una la ofrece un profesor de la normal: afirma que la ausencia de jóvenes es un asunto generalizado en todas las normales públicas del estado y del país, porque desde 2014 la entrega de plazas dejó de ser automática. La versión de los estudiantes es que esta ausencia se debió a la constante campaña que hay en contra de la normal.
“Yo vengo del Estado de México, tengo un amigo que estudia en la normal de allá [Tenería] y me dijo que acá había oportunidad. Mi mamá me insistió que no viniera porque era peligroso, pero aun así me vine porque dije: más vale comprobar lo que se está diciendo. Y acá estoy; no pasa nada, me gusta la normal”, cuenta Manuel, un estudiante.
Ingreso temeroso
Juan, quien pide reservar su nombre real, tiene 21 años. Después de la desaparición de los 43 estudiantes esperó dos años para ingresar a la normal por petición de su madre y su hermana. Tenían miedo de que le sucediera algo.
¿Por qué a Ayotzinapa? Porque no tenía otra opción. Su familia no tenía la capacidad económica para pagarle los estudios donde él quisiera.Juan tiene claro por qué resiste estar en Ayotzinapa, que significa largas jornadas de estudio y trabajo, lo hace porque ser profesor significará una posibilidad para ayudar a su familia.
Los jóvenes que cada año ingresan a la normal de Ayotzinapa replican lo que muchos hacen en sus pueblos: siembran maíz, flores y crían animales.
Su mamá es la responsable de toda la familia con un negocio de comida en su pueblo, en Oaxaca. Estar en Ayotzinapa, dice Juan, es una forma de quitarle una carga a su madre, es un gasto menos, es una boca menos que alimentar.
La normal de Ayotzinapa es distinta a casi todas las demás. En la puerta un letrero recibe a los visitantes: “Ayotzinapa, la cuna de la lucha social”. Acá los días transcurren cumpliendo cinco ejes fundamentales: el académico, el político, el cultural, el deportivo y el productivo.
Hay temporadas en que las clases se suspenden y los estudiantes se convierten en luchadores sociales, salen a las calles a marchar, a bloquear carreteras para exigir mejoras o justicia por sus compañeros asesinados o desaparecidos.
“La parte política para nosotros es fundamental, en mi caso y de muchos compañeros que vinimos de zonas rurales, comenzamos a liberarnos, a entender que tenemos derechos y a defenderlos”, dice Juan, quien nos guía por la normal.
Los 140 jóvenes que año con año entran a Ayotzinapa se preparan para estar frente a un grupo, pero también reciben clases del socialismo, de la vida comunitaria, aprenden a bailar, a tocar un instrumento y replican lo que muchos hacen en sus pueblos: siembran maíz, flores, crían cerdos, vacas.
Desde 2014 algunas cosas han cambiado en Ayotzinapa y otras más continúan intactas. Por ejemplo, la semana de prueba, un examen de resistencia que imponían los estudiantes ya no existe, ahora la llaman semana de adaptación.
Otro cambio es la preparación física de Los Pelones, como le llaman a los de nuevo ingreso.
Ahora, antes de comenzar el día, a las 5:00 de la mañana, los levantan a correr, a trotar; el objetivo es que ninguno de los normalistas esté sin condición física. Otro cambio es el trabajo en grupo, en cuadrillas de 20 jóvenes, para generar lazos entre ellos. La razón de estas prioridades: deben estar preparados y juntos cuando los policías o criminales los ataquen.