Con 12 años de edad, Mario Castellanos se convirtió en el símbolo de la Caravana Migrante que el pasado 13 de octubre partió de San Pedro Sula, en Honduras, rumbo a Estados Unidos.
Solo y sin dinero —por haberse escapado de su casa—, el pequeño quedó en medio de los disturbios que se registraron en el puente fronterizo Rodolfo Robles, cuando unos 7 mil migrantes intentaron ingresar por la fuerza a territorio mexicano y fueron contenidos por la Policía Federal (PF).
Su imagen le dio la vuelta al mundo: en medio de llanto y desesperación, el pequeño reclamaba a quienes le arrojaban gas lacrimógeno. “En Honduras uno sufre”, le dijo Mario a BBC Mundo.
En medio de la trifulca entre policías y hondureños, Mario fue asegurado por el Instituto Nacional de Migración (INM), que el pasado jueves terminó por repatriarlo a su natal Honduras.
Aunque caminó con el contingente durante siete días, recorriendo Guatemala y comiendo de la caridad, Mario fue deportado.
Al otro lado del río. En Honduras, el menor vivía entre la pobreza y el miedo. Habitante de Las Torres, uno de los asentamientos más pobres de San Pedro Sula, el niño se dedicaba a la venta de agua helada, otras veces iba al centro a vender chicles. No asistía a la escuela y temía ser asesinado por pandilleros, así lo expresó a diversos medios.
Aunque está de vuelta en su país, José Mario y Dilsia, padres del menor Mario, no han podido reunirse con su hijo.
José Mario, quien es guardia de seguridad, dice que el niño se fue sin permiso y notó su ausencia hasta que ya había avanzado.
La primera dama de Honduras, Ana García, explicó que las autoridades buscan determinar primero “las condiciones de vida de su familia” y “qué oportunidades podrá brindarle el gobierno para seguir adelante”. Este es el éxodo de un sueño que no se cumplió.
Por ser un caso público y ampliamente difundido por los medios de comunicación, se decidió publicar la fotografía completa del niño Mario.