San Juan Bautista Cuicatlán, Oax.- Aristeo Miguel Castillo Sánchez sabe que nació hace 87 años, un mes y 20 días. Sabe que cuando él llegó a este mundo, en San Pedro Nodón, comunidad enclavada en la región Cañada de Oaxaca, ya se había edificado la “iglesia abuelita”, que data de 1805. Y sobre todo, sabe que cuando los habitantes mixtecos refundaron esta población, poco antes de los tiempos del hambre, los pequeños montículos desordenados de piedra caliza, que forman las tumbas de su cementerio, ya tenían siglos ahí.

Ninguno de los cinco hombres que recorren las tumbas de piedras apiladas sin dejar de tejer sombreros de palma puede aportar un solo dato más. Los siglos han borrado los vestigios.

Aunque la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) indica que en este lugar es posible encontrar tumbas aisladas y sitios ceremoniales mixtecos, también yacen restos recientes, pues en este panteón la gente de San Pedro Nodón sigue enterrando a sus muertos.

Si bien entre los vestigios de piedra y cal es posible observar algunas tumbas construidas con materiales industrializados, las autoridades de la comunidad tomaron hace años la decisión de que los futuros entierros se realicen utilizando sólo la piedra caliza como se hacía antes.

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Para conservar la identidad del lugar, las autoridades de la comunidad decidieron que los futuros entierros se realicen utilizando sólo la piedra caliza, como antes.

Lo anterior es un intento de conservar una identidad que se desvanece: actualmente, en la localidad la lengua se extinguió, puesto que ya nadie habla mixteco. Su memoria también se ha erosionado con el tiempo, pues los documentos en los que estaba registrada fueron sustraídos durante una invasión de la población vecina, en 1930.

Más de dos siglos

El panteón ya estaba ahí cuando llegaron, repite Aristeo Miguel, y eso es todo lo que se sabe en San Pedro Nodón de este espacio asentado sobre una loma, a un costado del camino principal que lleva a San Juan Bautista Cuicatlán, su cabecera municipal ubicada a 120 kilómetros de la ciudad de Oaxaca. Y en la comunidad nadie podría saber más sobre el asunto que este anciano, a quien el agente municipal Raúl Hernández Gaytán le ha pedido contar a EL UNIVERSAL los orígenes del poblado. Tras solicitar la aprobación de la autoridad, como un gesto de respeto, Aristeo accede a narrar la historia.

Para hacerlo sólo cuenta con una viga de la “iglesia abuelita”. En ella se hace constar que este edificio que fue destruido en el sismo de 1985 terminó de edificarse 180 años antes, en 1805.

“La iglesia de Ixcatlán (comunidad vecina) se acabó en 1739. Yo no sé si esas mismas personas vinieron a hacer un plano acá”, dice Aristeo y aprovecha para recordar que desde entonces el cementerio mixteco ya estaba ahí.

Aristeo sabe de lo que habla. En su juventud, junto con otros compañeros, se desempeñó como músico, así que tocó en los sepelios de la comunidad cuando la muerte golpeaba más de una puerta a la vez.

“Teníamos que ir a enterrar a señores, a señoras, a parvulitos, a todo lo que se daba, porque en ese tiempo vino una influenza y murieron muchos niños”.

Con sus 87 años encima, Aristeo explica que la vida de San Pedro Nodón sólo puede contarse así, a partir de sus calamidades sufridas, como la refundación por la sequía, los tiempos del hambre, la época de la fiebre de la influenza o las invasiones.

Dice que antes Nodón era una ranchería que pertenecía a San Juan Bautista Coixtlahuaca, pero por la lejanía —debían caminar más de 10 horas entre cerros para llegar a su cabecera municipal— en 1953 solicitaron formar parte de Cuicatlán.

Esa no fue la primera vez que la comunidad inició de cero. Mucho tiempo antes, en una fecha perdida en el tiempo, en algún momento de finales del siglo XVIII, una sequía prolongada obligó a los mixtecos de esta comunidad a reubicar sus hogares, construidos con troncos de madera y techos de palma, un kilómetro más abajo, sobre un llano, donde encontraron dos ojos de agua.

Fue así como siete familias refundaron San Pedro Nodón, otras caminaron mucho más lejos y algunas más tienen que ver con la fundación del pueblo mixteco de San Juan Coatzospam, ubicado a 166 kilómetros de esta localidad.

La época del hambre ocurrió más de un siglo después, en 1914, según le contaron sus abuelos. En ese tiempo el maíz escaseó y algunos habitantes de San Pedro Nodón se aventuraron a caminar hasta conseguirlo en Huautla o más allá, hasta Cuyamecalco y Chiquihuitlán, pero sin éxito.

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Cuando los mixtecos refundaron el pueblo de San Pedro Nodón, los montículos de piedra caliza que forman las tumbas de su cementerio ya tenían siglos ahí.

Apenas regresaban con un poco del grano, la gente les pedía que les vendieran. Los viajeros de la semilla, entonces, sólo les regalaban un “puñito” y por eso mucha gente murió de hambre y fue enterrada entre las piedras de cal del cementerio. Fue hasta 1940, cuando se construyó la carretera federal que pasa por Coixtlahuaca, su antigua cabecera, que en San Pedro Nodón tuvieron otra forma de salir y conseguir alimento.

“Se comenzó a saber que había maíz en Nochixtlán, había una plaza muy buena, que [daban] muy barato todas las cosas: la ropa, los calzados, los huaraches, el maíz, y por lo mismo se animaba la gente. Yo tenía ocho años, pero mi papá no podía salir porque tenía sus animalitos y me decía ‘vete, hijo, con mi compadre’”, recuerda.

Las calamidades siguieron en 1931, cuando el poblado sufrió la invasión de sus vecinos de San Miguel Huautla, quienes también arrojados por una crisis de maíz entraron violentamente a San Pedro Nodón y robaron todo lo que pudieron, incluido documentos que se encontraban en la iglesia.

“Nosotros estamos muy amolados porque estamos en medio de tres pueblos grandes (Jocotipac, San Miguel Huautla e Ixcatlán). Por eso tenemos poco terreno, queremos criar animales y no es suficiente el terreno para mantenerlos”, dice Aristeo.

Ellos dominan las suficientes tierras, y como antes era rancho todavía, no tenía la categoría de agencia, pues los grandes manosean a los chiquitos.

Unos 30 años después de las invasiones, en 1964, llegó la epidemia de la influenza que, de acuerdo con estimaciones de Aristeo Miguel, quien en ese entonces fungía como secretario municipal, murieron 60 niños; además de “niños grandecitos” y personas mayores. Como autoridad, a él le tocó enterrar a todos esos muertos.

Aristeo —cuyos cinco hijos que murieron de niños, de los 12 que tuvo en total, descansan en este panteón prehispánico, cuyas tumbas resaltan con montículos de piedra como mausoleos— se disculpa por no saber más datos del sitio ni del pueblo.

Sin embargo, agrega que han decidido preservar el panteón y la manera en que sus antecesores enterraban a sus muertos; no obstante, el agente advierte que carecen de recursos para evitar que se dañe.

“Ojalá los gobiernos —municipal y estatal— den una aportación para conservarlo, se han encontrado cuevas y vestigios de entierros de antepasados”, dice sobre el sitio sagrado que ahora protegen.

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