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Las acusaciones de corrupción que llevaron preso al ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte, ha distanciado geográfica y sentimentalmente la relación con su esposa Karime Macías.
Luego de la detención en Guatemala del ex mandatario, Macías viajó de ese país a Colombia y luego a Europa; desde ahí se conoció que ella solicitó el divorcio del matrimonio que generó un amor iniciado cuando eran estudiantes universitarios.
En su gestión como gobernador, se les veía muchas ocasiones parcos y fríos en público y privado. No había apelativos amorosos entre ellos.
Se dirigían entre ellos por sus nombres de pila y nada más. Ella siempre defendía a su esposo de las acusaciones sobre corrupción que comenzaban a aflorar a la mitad del sexenio; y él siempre tenía palabras de reconocimiento para su esposa.
Karime trataba siempre de mostrar una posición sumisa cuando estaba frente a secretarios de despacho o colaboradores de la administración estatal, pero muchas veces se hacía notorio que tomaba decisiones.
Era frecuente observarlos, en sus viajes en aeronaves oficiales que hacían con compañía, absortos en sus pensamientos y en sus teléfonos celulares, incluso apartados físicamente en cada extremo de los asientos.
En las camionetas blindadas en las que se transportaban de Casa Veracruz, la residencia oficial de los gobernadores, hacia el aeropuerto El Lencero, pocas veces cruzaban palabras y sólo se daban reportes de actividades menores. Javier tenía más comunicación con el chofer y con su escolta
Si bien se recibían siempre con un beso en la boca, era raro verlos mostrando otro tipo de afecto físico, pero siempre con una sonrisa se presentaba en actos públicos y en las reuniones de gabinete.
Macías y Duarte sostenían una relación distante también con sus familiares cercanos. Ambos se quejaban del padre de ella, Antonio Macías Yazegey, a quien consideraban como un hombre “insaciable” a pesar de los negocios que tenía, como la venta de terrenos del parque tecnológico del puerto de Coatzacoalcos.
Su mayor cercanía era con Mónica Giham Macías Tubilla, hermana de Karime, y su esposo Armando Rodríguez Ayache. La relación de Karime con su suegra, Cecilia Ochoa, y con sus cuñados era distante. Se veían poco, lo estrictamente necesario.
Karime cocinaba algunas veces para Javier y sus tres hijos, aunque regularmente contaba con dos niñeras. Ella tenía peinadora y maquillista personal.
En Casa Veracruz, la pareja tenía oficinas distintas desde donde operaban acciones de gobierno y de comunicación con un grupo importante de colaboradores y familiares que convivían con los tres hijos, quienes algunas veces aparecían con las niñeras.
En público, ambos sonreían cuando tenían cerca a los tres descendientes, pero Karime era especialmente dura con Javier, el primogénito, a quien sólo le permitía ver la televisión media hora y podía jugar cuando terminaba sus tareas escolares.
El matrimonio compartía también asesores: confiaban ciegamente en Enrique Jackson y Rubén Aguilar, quienes estuvieron juntos incluso el día de la elección en que el PRI perdió la gubernatura.
Eran moderados e incluso fríos, pero se apoyaban en todo; encabezaban reuniones de amigos y fiestas oficiales, y defendían sus proyectos personales, como cuando un día después de haber perdido la elección de gobernador, Karime llamó a algunos allegados y les dijo que la batalla aún no estaba perdida, que pelearían en los tribunales para arrebatarle el triunfo al panista Miguel Ángel Yunes Linares.
El amor en la universidad
En los primeros años de gobierno, Karime Macías se mostraba como una mujer tolerante, sensible y comprensiva que siempre se emocionaba profundamente cuando recibía libros de regalo.
Sin importar los autores, su nacionalidad o los temas que abordaran, se bebía las historias con una ansiedad pocas veces vista en una primera dama e incluso se tomaba la molestia de llamar telefónicamente para agradecer las obras y, de paso, recomendaba otras.
Leyó y recomendó a Le Clézio, Patrick Modiano, Haruki Murakami y Banana Yoshimoto, entre otros; siempre tenía temas de conversación y reflejaba lo que era: una mujer muy culta.
No era algo fortuito, provenía de una familia rica y fue educada con rigor. Siempre lo demostraba. Pulcra en su vestir y en su figura, extremadamente disciplinada en su alimentación y con el ejercicio.
Montaba a caballo todo el tiempo, no sólo en Veracruz, sino también en la Ciudad de México.
Para muchos fue extraño que accediera a los cortejos de Javier Duarte de Ochoa, un joven de clase media-baja, huérfano de padre que tuvo que trabajar al lado de su madre en las panaderías que tenían en la zona de Córdoba.
La relación de ambos se construyó en la Universidad Iberoamericana, donde estudiaban. El cupido fue Moisés Mansur, amigo de Karime, y señalado como uno de los principales socios del ex gobernador prófugo de la justicia.
Mientras Javier tenía que trabajar para pagarse su carrera, Karime era refinada, incluso selectiva con sus amistades. Muy discreta y poco afecta a las joyas durante el sexenio de su esposo, usó casi siempre el mismo reloj.
Exigente y dominante, Karime fue una aliada invaluable para las aspiraciones políticas de Javier Duarte. Ahora, la distancia es evidente.