Jimena “N” estudiaba la preparatoria y siempre fue una persona dedicada a sus estudios, su sueño era convertirse en contadora y prefería no tener novios para no distraerse de sus metas.

Las actividades que prefería realizar eran familiares: cine con sus padres y salir con ellos de vacaciones. Además, casi no acostumbraba a ir a fiestas y las veces que lo hacía, siempre iba acompañada de sus padres o de su medio hermano mayor.

Pero hace 10 meses, Jimena fue convencida por sus amigos para asistir a una fiesta a la que su hermano no pudo acudir con ella, ya que meses antes se enlistó en las filas del Ejército y fue uno de los elementos seleccionados para conformar la Guardia Nacional.

Emocionada por haber conseguido el permiso de sus padres, quienes la dejaron asistir con la condición de que llegara temprano, salió de casa, sin saber que su vida estaba a punto de cambiar.

Al llegar a este punto de su historia, Jimena rompe en llanto y su madre, Elvira, continúa: “Jimena nos dijo que estuvo unas horas en la fiesta, bailó con sus amigas y en un momento se decidió a aceptar una cerveza que sus supuestos amigos le habían llevado. Los demás recuerdos son confusos”.

Ella dice que no supo qué sucedió, sólo recuerda que despertó en una habitación de la casa en la que fue la fiesta, tenía la ropa puesta, como si nada hubiera pasado. Al salir de la habitación, avergonzada, se fue de la fiesta, porque pensó que se había pasado de tragos y por ello la habían llevado a dormir.

“No supe qué pasó, sólo recuerdo que desperté en una habitación de la casa, tenía la ropa puesta. Lo primero que pensé fue en salir de la fiesta porque creí que había bebido de más y había hecho algún desfiguro, pero no era así”, afirma.

Estaba muy apenada, sentía la llamada cruda moral: la culpa y la vergüenza pudieron más que la razón. Después de un mes del evento, tuvo que preguntar a una de sus amigas si sabía lo que había hecho, pero nadie quiso decir nada.

“No sé si en verdad no sepan, o si estén encubriendo a alguien”, comenta Jimena.

Meses después, la joven notó que su menstruación se había retrasado; sin embargo, no tenía el valor de contarle a nadie. Pensó, en primera instancia, que sólo era algo que ella se estaba inventando.

“Pensaba que no era real, no había manera de explicar el retraso, yo no había tenido relaciones con nadie antes. No decía nada en parte porque no creía lo que estaba pasando y en parte por miedo, yo tenía muy claro mi futuro. Ojalá hubiera tenido el valor de hablarlo mucho antes, antes de que todo cambiara”.

Siete meses después, se armó de valor y acudió con sus padres, ellos de inmediato la llevaron con un médico a realizarle unos estudios, pero el diagnóstico fue claro: embarazo de siete meses sin la posibilidad de realizar un legrado bajo la consigna de un aborto.

Jimena pidió con dolor el apoyo de sus padres para mantener al bebé. Por el tiempo que ha pasado y por la manera en la que sucedieron las cosas, la denuncia por abuso sexual ha tardado, ella y sus padres piensan dejar el caso por la paz, ya que las autoridades en lugar de apoyarlos, sólo “ponen en duda la reputación y versión de su hija”.

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