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Tras 26 años de participación dentro de la Procesión del Silencio, el objetivo de Salvador Aguilar Ibáñez es un ofrecimiento físico a cambio de un crecimiento espiritual.
Su labor como costalero, perteneciente a la cofradía de El Montecillo, es llevar sobre sus hombros junto a otros 13 compañeros al Señor de la Flagelación, una efigie de 800 kilogramos de peso a lo largo del recorrido de más de dos horas.
Su iniciativa por participar en la Procesión del Silencio se dio cuando tenía 15 años de edad y junto a algunos de sus compañeros recibió la invitación de parte del sacerdote de la parroquia, y así tal vez movido en un principio por la curiosidad, inició como banda de guerra para posteriormente incorporarse como costalero, algo que agradece, pues su tiempo en Semana Santa es para dedicarlo de lleno a la procesión.
Su trabajo literalmente lo ha marcado, pues en su hombro lleva ya una piel endurecida causada por el peso y la flagelación que implica la carga.
“Si es doloroso, pero lo veo como un ofrecimiento considerando también que los que somos costaleros vamos descalzos…es una penitencia y significa para mí acercarme más a lo espiritual y conforme pasan los años te vas dando cuenta de lo que la procesión significa para muchas personas”, señala.
A Salvador lo acompañan cuatro de sus hermanos y tres hermanas que fungen también como costaleros, cofrades, damas del rebozo y horquilleros donde cada uno, al igual que él, tienen muy en claro el compromiso y la misión que tienen frente a ellos ante la mirada de miles de personas que siguen atentos el andar lento y solemne de quienes participan dentro de la Procesión del Silencio, que en este año cumple 66 años de tradición.

sergio.marin@clabsa.com.mx
vkc
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