Después de la derrota electoral en la Ciudad de México en 2021 él la citó a Palacio y la regañó: le dijo que eso pasaba por mostrarse moderada. Ella decidió dar un giro de 180 grados, se despojó de cualquier asomo de personalidad propia y se convirtió en una suerte de robot que repetía lo que él decía y actuaba como él señalaba. Él dictó las reglas para la selección del candidato de la alianza de Morena y ella siguió al pie de la letra el guion dictado: ella sería la gran beneficiaria. Él le levantó la mano. Él le dio el bastón de mando nombrándola como la nueva líder de su movimiento. Y ella sonrió para la foto con la claridad de que su papel era secundario, de comparsa: él seguiría tomando las decisiones, él seguiría dando las órdenes.

Él ofreció puestos en el gabinete. Él definió quiénes iban a coordinar las bancadas en el Congreso. Él determinó quién fungiría como coordinador de la campaña. Ella ni chistó. Ella se atrevió a pedirle una sola cosa: que García Harfuch fuera el candidato a jefe de Gobierno. Él dijo que sí, pero luego ya no le gustó. Y le dijo que siempre no. Aunque la humillación fue pública, ella no hizo ni un solo gesto. Él impuso a una impresentable cercana como ministra de la Suprema Corte de Justicia sin importarle que ella tenía su propia favorita, que era mucho mejor perfil. Ella, de nuevo, guardó silencio y apoyó la decisión. Ella creyó que era su decisión armar su proyecto de plan de gobierno. Y reunió a un grupo de figuras moderadas, bien vistas por distintos sectores. Él le impuso una agenda de 20 reformas que son en realidad un plan de gobierno porque abarcan lo mismo justicia y economía, que agua y vapeadores. Ella salió públicamente a apoyarlas: dijo que las adopta como propias. Él ya anunció que dejará una lista con recomendaciones de proyectos de infraestructura que no pudo concretar por falta de tiempo. Con ironía remató: “estoy seguro que me van a hacer caso”. Ya sabemos qué hará ella.

En su campaña presidencial, Claudia Sheinbaum no ha podido despojarse de la percepción de que ella no tiene personalidad ni proyecto propio, sino que es una copia desabrida de López Obrador, una marioneta manejada desde Palacio.

No lo ha logrado, en buena medida, porque el presidente con sus dichos y hechos es el principal alentador de esa imagen. Quizá les resulte una buena estrategia de campaña. Quizá ese sea justo el diseño. Sería devastador para la lucha feminista. Pero el pragmatismo político no tiene convicciones.

La doctora Sheinbaum está llevando al extremo la estrategia empleada por la mayoría de los morenistas que hoy son gobernadores en los estados: hacer una campaña con bajo perfil dejando que sea la fuerza del presidente la que consiga el triunfo. La diferencia en esta elección es que la ruta de salida de AMLO ya se ve y ya se siente. Este 2024 inició bastante turbulento para el presidente y no está claro que llegará a la campaña oficial con la fuerza de procesos electorales pasados. De apuesta segura podría pasar a apuesta arriesgada.

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