62 días después de que se reveló la casa gris de José Ramón López Beltrán en Houston, el presidente aceptó que lo que hizo su hijo estuvo mal: “yo no lo haría”, sentenció ayer en la mañanera. 

El “yo no lo haría” es una condena implícita, es un deslinde de la actuación de su primogénito, es la aceptación de que la lujosa casa del hijo es una contradicción flagrante al discurso de austeridad del papá. El “yo no lo haría” de López Obrador significa que la casa gris es una equivocación, que la equivocación es de José Ramón y que el presidente no lo avala. “Yo no lo haría” es que Andrés Manuel no hubiera vivido en una casota con alberca de 23 metros y menos si era propiedad de un alto ejecutivo de una empresa contratista del gobierno. 

Por ahí hubiera comenzado. Si esa hubiera sido su reacción desde el primer día, el presidente se hubiera ahorrado una larga y penosa justificación de lo injustificable, se hubiera ahorrado simular que su hijo trabaja, inventar una página web de un día para otro para encubrir la mentira, terminar aceptando que el supuesto empleo se lo daba uno de sus asesores empresariales, dar tres explicaciones distintas y contradictorias sobre el origen del dinero para sostener esa vida de millonario, reforzar las sospechas de conflicto de interés auspiciando en Pemex una conferencia de Baker Hughes para defender al hijo, confesar que Baker Hughes triplicó sus ganancias de Pemex este sexenio. 

Si esa hubiera sido su reacción a la mañanera siguiente a la revelación del reportaje, se hubiera evitado exhibirse ante el mundo como el autócrata que persigue a la prensa que lo cuestiona, que rompe los límites de la ley y está dispuesto a usar todo el poder del Estado para perseguir a cualquier periodista que le resulte incómodo.

En síntesis, si el “yo no lo haría” hubiera sido su contestación inicial a la revelación de la lujosa casa gris de su hijo en Houston, no habría cavado un hoyo del que le ha costado mucho trabajo salir. El “yo no lo haría” acepta que estuvo mal, y como estuvo mal, hay materia para un reportaje. Así de sencillo. 

Pero el “yo no lo haría” llegó demasiado tarde y demasiado mal. Llegó 62 días después. Y no llegó como una contestación de un gobierno transparente que acepta la crítica y está dispuesto a investigar y enmendar, sino como un exabrupto presidencial dos meses después, ante la puntada de los senadores de oposición de armar un juguete tipo Lego de la excéntrica vivienda del hijo. 

La pregunta es si el “yo no lo haría” aplica a lo demás: yo no recibiría sobres como mis hermanos, yo no haría un carrusel de cash como mi secretario particular, yo no le inventaría un delito a mi familia para encarcelarla como mi fiscal, yo no daría contratos a mi prima, yo no tendría tantas casas como Bartlett e Irma Eréndira, yo no pediría moches como mi sobrina, y así. 

O quizá fue un lapsus de la “honestidad valiente”.

SACIAMORBOS

“El Lego le dio en el ego”.

historiasreportero@gmail.com

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