Con una mano en el pecho, y bajo juramento de decir la verdad, el vicario Bartolomé Romero hizo la crónica más antigua que existe en los archivos de la Nueva España sobre el paso de un huracán.

En la remota noche del viernes 2 de septiembre de 1552, cayó sobre Veracruz un violento huracán que hundió la mayor parte de las naos y las barcas que estaban ancladas frente al puerto, arrasó con las calzadas “y derrocó las casas que se habían hecho por mandato del virrey”.

Según una relación dirigida por el alcalde García de Escalante Alvarado a “Su Sacra Cesárea Católica Majestad”, aquella noche “se perdieron muchas haciendas de mercaderes y vecinos e se hizo mucho daño en mucha cantidad de pesos de oro”.

Fue tan grande la devastación, “que en memoria de gentes no se ha visto de mucho tiempo a esta parte”.

El alcalde llamó a once sobrevivientes a fin de que declararan todo lo que habían visto. El vicario Bartolomé Romero dijo que luego del “gran viento” que destrozó Veracruz, cayó tanta agua del cielo que fue imposible decir misa. Relató que “vido dende su casa muchos árboles así de los montes como de las casas caídos por el suelo y quebrados de la dicha tormenta de viento”.

Al correr de las horas, Romero vio que el río comenzaba a salirse de su corriente y entraba en las calles y en las plazas “con grande ímpetu y gran corriente… que hacía muy grandes olas”.

Desde su ventana, el sacerdote vio al alcalde mayor y a los regidores salir en sus caballos para avisar a los vecinos que se pusiesen a salvo y sacasen sus haciendas “e las llevasen a los médanos y a los montes porque el río iba creciendo de hora en hora y de credo en credo”.

Comenzó el éxodo de Veracruz. Para el domingo en la mañana el agua en las calles tenía ya la estatura de un hombre, y en algunas partes era del doble de un hombre, y había derribado “todas las casas que eran de adobe y tapias”.

En Veracruz se desembarcaban y almacenaban mercaderías que venían de España. Romero narró que las bodegas eran arrasadas por el agua, y que barriles y botijas de vino, aceite y vinagre eran llevadas por la corriente: “Todo fue a parar al mar”.

El alcalde Martín Díaz bogaba por las calles en una barca, recogiendo a las personas que no habían querido salir de sus casas “creyendo que la corriente no fuera tan grande”. Díaz llevaba hacia los montes a hombres, mujeres, niños y esclavos.

Un mancebo llamado Juan Romero, “con dos negros suyos”, recorría Veracruz en otra barca “sacando muchas gentes de sus casas y muchos enfermos”. La barca en la que se movía hizo agua varias veces. Los tripulantes tuvieron que saltar por la borda, “y en aquellas idas y venidas se perdieron cofres con dineros y joyas”.

“Era de gran lástima ver”, declaró, a las mujeres y los niños llorar y lamentarse en los techos de las casas, pidiendo a Dios “que los librase de tanta tormenta e muerte”.

En una estela hallada en El Tajín, un personaje antropomorfo, con un ojo redondo, danza o brinca con una sola pierna sobre el cuerpo lastimado de Cipactli: la diosa de la tierra. Según los estudiosos, se trata de Huracán, a quien el Popol-Vuh llama “el rayo de una pierna”.

Ese fue el personaje que en 1552 pasó danzando sobre Veracruz y borró de la faz de la tierra absolutamente todas las casas que habían sido construidas en San Juan de Ulúa. Los relatos enviados a “Su Sacra Cesárea Católica Majestad” hablan de muertos, ahogados y desaparecidos en el mar.

Uno de los once testigos llamados a declarar por el alcalde García de Escalante Alvarado dejó un testimonio escalofriante. Relató que aquella noche trágica “por unas veces hacía (el viento) un sonido tal que parecían voces de personas” y que a muchos esto les despertó “gran temor por parecer que debían ser ángeles malos de los que quedaron en el aire”.

Los testimonios del huracán de 1552 fueron rescatados por Francisco del Paso y Troncoso en el Archivo General de Indias e incluidos en su Epistolario de la Nueva España. Hoy forman parte del Catálogo de Huracanes y Otros Episodios Hidrometeorológicos Extremos ocurridos en México desde año 5 Pedernal, en que según el Códice Vindobonensis un “dragón destructor”, “un ciclón destructor” azotó las costas de Oaxaca.

En dicho catálogo quedará incluido de modo irremediable el día de octubre de 2023 en que “ángeles malos de los que quedaron en el aire” cayeron sobre Acapulco: el día en que Otis, un “dragón destructor” de categoría 5, llegó, saltando en un solo pie, para dejar en las playas de ese puerto la mayor devastación en su historia.

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