Usted, lectora-lector, puede creerle a quien quiera en el juicio de Genaro García Luna , que se lleva a cabo en una corte de Brooklyn, Nueva York, y que es un caso muy relevante, porque lo que está en el banquillo es la viabilidad de la guerra contra las drogas de Estados Unidos y México, sus nulos resultados, su escasa utilidad luego de 51 años de sangre que han costado cientos de miles (¿o millones?) de muertos a causa de las balas y de los estupefacientes en ambos lados de la frontera.

Si usted es fan de Vicente Fox, ándele, créale el antiguo supercop, al exdirector de la Agencia Federal de Investigación durante el sexenio foxista, y sostenga que él nunca hizo montajes televisivos para presumir arrestos ni tampoco tuvo relaciones peligrosas con narcotraficantes, plagiarios y extorsionadores.

Si usted es admirador de Felipe Calderón y su guerra, venga, meta las manos al fuego por el exsecretario de Seguridad Pública (2006-2012), ese personaje que hechizó a tantos funcionarios, gobernadores, alcaldes, gente de la sociedad civil, y a no pocos periodistas que a diestra y siniestra dijeron ser amigos de quien -presumían sin pudor- era, según ellos, “el mejor policía de México y, si me apuras, hasta del mundo, mano”.

Si usted es un antiguo mirrey que amará siempre a su lord Enrique Peña Nieto , adelante, defienda al antiguo miembro del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN) y jure usted que el caballero contratista en ese sexenio no fue ni es corrupto, que jamás desvió recursos para enriquecerse, y que ni él ni sus familiares recibieron millonarias transferencias del gobierno mexicano a través de la Secretaría de Gobernación.

Si usted cree en la honestidad, rectitud y aptitudes detectivescas de ese ingeniero que apantalló incluso a académicos y a empresarios que lo hicieron su consultor, está usted en su derecho, defiéndalo en sus redes o en sus tertulias.

Si usted es un expolítico, un exalto funcionario gringo de seguridad o justicia, y recuerda con pasión cuando usted y los suyos no solo presumían a su mexican cop y le entregaban diplomas, reconocimientos y se tomaban fotos con él, sino que le compartían relevante información de seguridad nacional, archivos top secret, y le daban cuantiosos recursos a través de convenios de colaboración con México, good, continúe ensalzándolo, usted sabrá dónde terminaron esos documentos y dineros, y a quién beneficiaron en México y Estados Unidos.

Ahora bien, si usted no le cree nada a Genaro García Luna, y nunca se dejó hipnotizar por él, usted está en su derecho de crucificarlo.

Pero, entonces, ¿quién dice la verdad en el juicio contra el antiguo hijo predilecto de la DEA ? ¿El supuestamente impoluto ex sheriff mexicano, acusado de tres cargos por tráfico de cocaína, uno por delincuencia organizada, y otro por dar declaraciones falsas? ¿O el testigo de la Fiscalía, este violento criminal confeso, Sergio Villarreal Barragán, “El Grande”?

No sea prejuicioso con el capo, demos una repasada básica a lo que suele suceder con este tipo de declarantes, que sin duda desde hace muchas décadas tienen sus pros y sus contras en el sistema estadunidense. ¿Qué podemos decir a favor?

1.- Que gracias a gente que estaba dentro de las organizaciones criminales las instituciones de justicia de Estados Unidos pudieron construir casos sólidos contra relevantes capos a partir de los años 30 del siglo pasado y lo siguen haciendo hasta estos días.

2.- Que gracias a esas infidencias de los delincuentes ha sido posible conocer la forma en que operan sus organizaciones no solo en cuanto al tráfico de estupefacientes, sino al trasiego de armas y al lavado de dinero, y gracias a ello se ha conseguido desmantelar parte de sus cárteles. Lo mismo ha ocurrido en México, como hemos visto plasmado a lo largo de los años en los informes de inteligencia del Estado mexicano.

En contra podemos afirmar que muchos de estos testigos son capaces de inventar cualquier cosa e incriminar a quien sea con tal de obtener beneficios para reducir sus penas.

Yo, yo no puedo creerle a ninguno, porque, en primer lugar, los periodistas debemos dudar de todo, especialmente de aquello que proviene del poder (de cualquier poder, ya sea establecido o fáctico), y en segundo lugar porque el periodismo no es un acto de fe sino un oficio que tiene que sustentarse en lo comprobable, lo verificable. De entrada le digo que, en mi experiencia, casi todos los servidores públicos mienten, ocultan información, o la tergiversan, y los criminales suelen ser mitómanos incurables.

Entonces, ¿en quién confiamos, quién podría ser veraz en este caso?

¿LEVANTÓN Y OCULTAMIENTO, O MITOMANÍA?

Le expongo un solo hecho que por sí solo bastaría para determinar si El Grande habla con la verdad o inventa, y por tanto si todo el juicio contra García Luna será un caso sólido, o se tratará de un show mediático de poca monta (en Estados Unidos no ha llamado la atención) que no servirá más que para alguien teclee el guion de una serie de televisión muy chafita.

Durante el segundo día de su comparecencia ante la Corte del Distrito Este de Nueva York, El Grande afirmó que en octubre del 2008 (sexenio de Calderón) el entonces secretario de Seguridad Pública (García Luna) fue secuestrado en Morelos por órdenes de un capo muy famoso en aquella época, Arturo Beltrán Leyva, El Barbas. El objetivo del levantón habría sido amenazar a García Luna para que siguiera colaborando con su organización criminal, ya que el hombre andaba rejego, a pesar de que presuntamente lo tenían bien maiceado con cientos de miles de dólares (¿o millones?), y parecía, a ojos del narco, que el funcionario ayudaba a Joaquín El Chapo Guzmán e Ismael El Mayo Zambada, sus antiguos socios que luego se convirtieron en rivales.

“Para que veas que puedo llegar hasta ti”, le habría dicho el capo al policía.

Lo que se informó oficialmente en ese entonces fue que algunos escoltas del funcionario sí habían sido levantados por un comando armado que viajaba en ocho camionetas, pero que García Luna no estaba en el lugar de los hechos.

A ver, obviamente que era imposible que el muy macho gobierno de Calderón aceptara que un cártel le había dado un levantón a su policía estrella. Primer tiempo. ¿Cómo iba García Luna explicar a su jefe semejante bochorno? ¿Qué iba a decir? Este, jefe, con la novedad de que… me levantaron en Morelos los Beltrán Leyva , pero fue un error, y me dejaron vivo porque me respetan, y a usted le tienen miedo.

O, bien, para ocultar sus vínculos con el narco: Señor Presidente, estos desgraciados me levantaron porque quisieron negociar con nosotros, pero yo me negué, primero muerto que traicionarlo a usted y a la patria, y evocando su valentía, Señor Presidente, les dije que nosotros no negociamos con criminales, y les advertí que si no me soltaban, les caería encima toda la fuerza del Estado.

Por cierto, en los hechos así fue: poco más de un año después, en diciembre de 2009, la Marina abatió a El Barbas en Cuernavaca, luego de un muy duro enfrentamiento.

Segundo tiempo. ¿Qué decimos, Genaro? Sugiero, señor Presidente, que digamos que secuestraron un rato a unos cuantos de mis escoltas y que ahí quede todo.

Haiga sido como haiga sido lo ocurrido, para citar un clásico exabrupto de Calderón , así fue la versión oficial difundida por todos lados. Normal, no había manera de que el gobierno federal reconociera una afrenta así y resultaba muy complicado comprobar lo contrario, se hubiera requerido tener contactos muy riesgosos dentro del crimen organizado y que éstos aportaran evidencias rotundas.

Pero hoy, las cosas podrían ser diferentes: la Fiscalía de Estados Unidos posee una oportunidad de oro para hacer pedazos a García Luna y buscar cadena perpetua para su viejo aliado. La fiscal adjunta Saritha Komatireddy , que encabeza el equipo de fiscales en la Corte del Distrito Este de Nueva York en Brooklyn, junto a Erin M. Reid, Philip Pilmar, Marietou E. Diouf y Adam Amir, solo tiene que exhibir una cosa ante el juez Brian M. Cogan: una prueba de ese levantón.

Si El Grande dice la verdad, no puedo creer que Beltrán Leyva no haya guardado una imagen de tal encuentro forzado. Una foto, un video, un audio, algo, a menos de que en aquel violento operativo la Marina haya interceptado, en los teléfonos o computadoras de El Barbas, esas pruebas incriminatorias y que el narco no hubiera tenido la prudencia de mandarle copia a alguien.

En fin, si más allá de los dichos de los miembros del narco no hay evidencias contundentes de parte de la Fiscalía gringa, los dos meses del juicio solo serán un circo, una comedia de muñecos para crucificar a García Luna sin que nadie más sea imputado. Por ejemplo, Felipe Calderón , por complicidad u omisión.

Veremos.

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