Los vientos políticos han cambiado en Estados Unidos.

Hasta hace algunas semanas, todo parecía indicar que el partido demócrata se dirigía a una catástrofe de la que quizá no podría recuperarse en años. La inflación, la impopularidad del presidente Biden y otros irritantes sociales sugerían que seguramente perderían la Cámara de Representantes y, quizá, también el Senado en las elecciones de noviembre. Ese desenlace sería, además, congruente con la historia electoral de Estados Unidos, que sugiere que el partido en el poder generalmente pierde escaños en las elecciones de medio término. Mucho más si el presidente en funciones, líder de facto del partido, es poco popular.

Para los demócratas, perder el control del Congreso a la mitad de la presidencia de Joe Biden sería muy grave. El dibujo de los distritos electorales favorece al partido republicano, por lo que sería muy difícil para los demócratas recuperar el control legislativo si lo pierden ahora. Esto puede ser cierto también en elecciones futuras, pero una derrota de este calibre cuando quedan todavía dos años de la presidencia de Biden, no solo pondría punto final a cualquier aspiración legislativa, sino que también abriría las puertas del poder a Donald Trump en el 2024.
Pero las cosas han cambiado.

Ahora, a poco más de dos meses de la elección de noviembre, las encuestas sugieren que los demócratas lograrán mantener el control del Senado, a pesar de enfrentar un mapa electoral complicadísimo. Incluso hay voces afines al partido que sugieren que la supuesta “ola roja” (el término que se usa para describir un triunfo abrumador republicano) podría más bien convertirse en una “sorpresa azul” en la cámara baja, donde los demócratas tienen hoy una mayoría estrechísima de un puñado de escaños.

Varios factores explican este inesperado giro.

La inflación ha comenzado a ceder, lo mismo que costos de vida muy específicos que sirven como barómetro político, sobre todo el precio de la gasolina. Al mismo tiempo, el partido demócrata ha logrado ponerse de acuerdo para, contra todo pronóstico, aprobar propuestas legislativas de gran importancia, sobre todo a tan poco tiempo de las elecciones. Los republicanos, por su parte, no se han hecho ningún favor al reclutar y nominar candidatos polémicos o incapaces. Algunos de estos candidatos tienen el apoyo ferviente del propio Donald Trump y de sus simpatizantes, pero parece que resultarán tóxicos cuando llegue el veredicto del electorado general. El último factor es la reacción en contra de la histórica decisión sobre el derecho al aborto que tomó la Suprema Corte, dominada por los conservadores y diseñada por los republicanos. La medida es claramente impopular y es natural que genere resistencia en las urnas.

Para los demócratas, la incógnita es Biden, un presidente impopular que, sin embargo, de pronto ha comenzado a dar destellos de pelea y lucidez. Aun así, parece improbable que sea un activo para su partido. El factor Biden haría todavía más notable un desenlace favorable para los demócratas en noviembre.

Las consecuencias de un triunfo demócrata, o de al menos un empate técnico (perder la menor cantidad de escaños posibles), determinaría varias cosas a futuro. Una de ellas, por ejemplo, la candidatura presidencial del partido en el 2024. Para los demócratas sería mucho más difícil retirar de la ecuación a Biden si el partido tiene éxito en noviembre.

Por ahora, el partido demócrata sueña con que ese sea su problema a partir de noviembre. Hace poco, se miraba en el abismo; ahora, parece tener vida. Veremos qué ocurre dentro de 60 días. 

@LeonKrauze


 

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