Hace tres semanas Juan Zamorano llegó una mañana como cualquier día de escuela, con la mochila al hombro y la naturalidad con la que un adolescente de 14 años entra al salón de clases. Saludó a algunos de sus compañeros que no le dieron tiempo ni para acomodar su mochila en el respaldo del escritorio, para sentarlo sobre una silla que habían rociado con alcohol.
Juan sintió que el pupitre estaba mojado, pero pensó que era agua. Cuando se levantó, uno de los niños le prendió fuego con un encendedor. Juan sufrió quemaduras de segundo y tercer grado, aún no puede caminar y se ha tenido que someter a cuatro cirugías. Las quemaduras lastimaron la parte baja de la espalda, los glúteos, las pantorrillas y la zona genital.
Los niños que lo agredieron declaran que eligieron a Juan como víctima de sus perversas ocurrencias por ser indígena otomí y no hablar bien español.
La educación en casa y en la escuela son elementos clave cuando se trata de acompañar a las niñas, niños y adolescentes en sus procesos de desarrollo psicosocial. Cuando la violencia es un recurso de socialización aceptado en cualquiera de los espacios en los que se desenvuelven suceden terribles historias como la de Juan. Estas evidencian el peligro que hay cuando el acoso, el escarnio y las burlas sobre las apariencias físicas siguen siendo una dinámica normal para relacionarnos como sociedad. Pero sobre todo sacan a la luz las personalidades violentas que, desde la infancia, atentan contra la integridad y la vida de sus propios compañeros.
Como muchos especialistas en salud mental de menores de edad señalan, el problema de un niño o niña violento no es el menor de edad, sino sus padres. Es a ellos a quienes hay que atender, educar y sensibilizar.
México cuenta con más de 40 millones de estudiantes en nivel básico, de estos el acoso o bullying afecta a más del 50%, alrededor de 28 millones de niños tanto de escuelas privadas como públicas, según datos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos. La cifra supera a la población total de varios países del mundo como Cuba, Chile, Panamá o Portugal.
Por otra parte, datos generados por la ONG International Bullying Sin Fronteras posiciona a México en primer lugar a nivel mundial en acoso escolar, seguido de Estados Unidos, China, España y Japón, entre otros.
Cifras para la Ciudad de México indican que uno de cada tres niños es víctima de bullying, siete de cada diez niños en territorio nacional.
Justamente los agresores que recurren a violentar a sus compañeros de escuela, a familiares, a amigos, producen en sus víctimas una percepción de sí mismos que espejea la crisis de los victimarios. Estudios sobre el tema han destacado que las niñas y niños agredidos por sus compañeros presentan baja autoestima, bajo rendimiento académico, depresión, agresividad, aislamiento, pesadillas, insomnio, ansiedad o irritabilidad.
De acuerdo con una encuesta de la Secretaría Ejecutiva del Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (Sipinna), en México, cinco de cada 10 niñas, niños y adolescentes afirman que en su escuela se discrimina diariamente, además, el 63 por ciento dijeron haber sido castigados con un golpe o jalón de cabello como método correctivo por algo que hicieron. Este sector poblacional considera a la discriminación como un tema constante en sus entornos, 40% opina que la principal causa es por el tono de piel, 24% por vivir con alguna discapacidad y 16% por pertenecer a un grupo indígena. En cuanto al tema de violencia, 50% dice haber sido molestados con palabras ofensivas, amenazantes o con violencia física, principalmente por otras y otros compañeros del entorno escolar.
¿Qué hay detrás de avergonzar a alguien por su apariencia física? ¿Revictimización? ¿Fobias? ¿Racismo? ¿Clasismo? Definitivamente hay profunda ignorancia y una autoestima apenas sostenida en prejuicios de superioridad que justamente revelan la decadente identidad con la que se busca un sentido de pertenencia.
@MaiteAzuela
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