“Pueden nacer flores en la tierra donde mataron a nuestros hijos”. Esta metáfora de esperanza, que da nombre a la obra Jazmines en el Lídice, refleja el dolor inconmensurable de las madres que han perdido a sus hijos a causa de la violencia, pero también el impulso de resistir, de encontrar alguna forma de vida en medio de la tragedia. Escrita por Karín Valecillos e inspirada en testimonios reales de madres venezolanas que sufrieron la pérdida de sus hijos en manos de la violencia, la obra se ha convertido en un espejo de las experiencias de mujeres que enfrentan la misma realidad en muchas partes del mundo, incluido México.

La pieza, dirigida por Giovanny García y producida por Jenny Navarro, presenta a seis mujeres que, en un encuentro íntimo, comparten su dolor y sus luchas. Las historias de estas mujeres no son ajenas a la cotidianidad del México actual, donde miles de madres enfrentan la misma tragedia: el asesinato de sus hijos, la impunidad, y la constante amenaza de que la violencia no solo se lleva vidas, sino también los recuerdos, las historias y los sueños que acompañaban a esas vidas. Ellas y ellos, los que han perdido la vida siendo asesinados, son recordados por la música que bailaban, la comida que disfrutaban, las plantas que sembraban en la entrada de sus hogares. Matan al descarriado, matan al niño inocente, matan al hijo ejemplar y asesinan masivamente la tranquilidad de comunidades enteras, a los ojos de quienes nos gobiernan, que con su despreciable indolencia, no miran para allá.

En la obra, el asesinato de un hijo es un acontecimiento devastador, pero también lo es la liberación injustificada del asesino, la lucha constante por encontrar justicia, y la búsqueda de algún tipo de reparación, aunque sea mínima. En México, la violencia se ha convertido en parte del paisaje cotidiano y la impunidad en una condena perpetua. Resulta indignante la irreverencia de minimizar esta realidad en las conferencias mañaneras y de darle continuidad a una estrategia fallida de seguridad que, desde el calderonismo no ha hecho más que intensificar proporcionalmente la militarización y los asesinatos.

En el sexenio de Andrés Manuel López Obrador las cifras de homicidios se dispararon de forma alarmante. Al cierre de su mandato, México acumulaba más de 200 mil homicidios, una cifra que refleja no solo la magnitud del problema, sino la creciente normalización de la violencia. En 2023, ya durante el gobierno capitalino de Claudia Sheinbaum, la Ciudad de México también reportó un repunte en los homicidios, con más de 2,500 casos solo en la capital del país. Esto nos da una idea de que, lejos de disminuir, la violencia sigue expandiéndose.

La obra Jazmines en el Lídice aborda este dolor con una intensidad que descoloca hasta al más estoico. Las madres de la obra no solo lamentan la muerte de sus hijos, sino también el sistema que les niega justicia. La vulnerabilidad que se genera por la complicidad entre crimen y autoridades destroza cualquier posibilidad de justicia.

Para las familias que huyen de la violencia, la migración se convierte en un acto de supervivencia, pero también en un acto de desesperación. Dejan atrás sus hogares, sus recuerdos, sus historias, en busca de un futuro mejor. Al igual que en Jazmines en el Lídice, el acto de migrar no es solo un escape, es un sacrificio emocional que implica dejar atrás una vida que ya no es posible continuar. La violencia no es solo un problema de números, sino de vidas que se apagan, de sueños que se destruyen, de recuerdos que desaparecen. La pregunta que queda es, ¿hasta cuándo permitiremos que la violencia y la impunidad sigan tragándose nuestras historias y nuestras vidas?

El dolor de las víctimas no puede seguir siendo un tema ajeno, ni puede seguir siendo minimizado como un simple dato estadístico. Es hora de que la violencia en México sea vista por lo que realmente es: un problema humano, social y moral que existe y crece, aunque la Presidenta no quiera pronunciarlo.

@MaiteAzuela

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