Claudia Sheinbaum será la presidenta electa de México, según las tendencias al cierre de esta columna. Las encuestas, la muy criticada “elección de Estado” y la injerencia del presidente Andrés Manuel López Obrador en la elección fueron efectivas. Como pocas veces, el jefe del Ejecutivo logró impulsar a su candidato hacia el triunfo electoral. Una vez más AMLO engañó con la verdad: echó a andar un proceso interno de “corcholatas” que terminó muy cuestionado y erosionó la unidad en Morena, pero dio como candidata a quien la mayoría de las encuestas y analistas anticiparon: Claudia Sheinbaum, la hija política, quien al igual que López Obrador aprovechó la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México como trampolín hacia la Presidencia.

La diferencia contundente del triunfo de Sheinbaum pone de manifiesto tres cosas: que los programas sociales han sido muy efectivos electoralmente, que la marca Morena sigue teniendo una alta aceptación entre la sociedad y que López Obrador, con todo y las violaciones a las leyes electorales, mantiene una buena aceptación y es el actor político más potente de la actualidad.

Los próximos días serán de definiciones: el posible gabinete, el equipo que la acompañará durante la transición, los mensajes a los inversionistas y la inevitable operación cicatriz con los empresarios, los medios de comunicación, las clases medias y la oposición política. Sheinbaum no será una jefa del Ejecutivo tan radical como López Obrador. No tiene ese arrastre social ni esa experiencia política para enfrentarse frontalmente a los grupos de poder. AMLO lo sabe y él mismo se los ha pedido: “Ustedes tienen que ser más moderados, correrse al centro sin 'zigzaguear' ni olvidar la esencia de la Cuarta Transformación”, les ha repetido el líder del movimiento a los morenistas, lo mismo del equipo de Sheinbaum que a los legisladores que buscaron la reelección y a quienes van a integrarse al Senado o a la Cámara de Diputados.

Claudia Sheinabaum ya se adelantó. Lleva meses de reuniones con medios de comunicación, con las cámaras y organizaciones empresariales del país y con interlocutores de Morena con la oposición. El talante altivo y arrogante que dejó ver en los tres debates presidenciales y en las entrevistas con la prensa va a cambiar, según integrantes del equipo de la presidenta electa. “No va a mantener una relación frontal con los poderes fácticos”, aseguran en su círculo más íntimo, lo que tampoco significa que será una jefa del Ejecutivo desmadejada, débil; va a ejercer el poder, pero lo hará con más equilibrio que López Obrador.

Sheinbaum buscará a toda costa acelerar la transición energética, con todo y que ha prometido mantener a Pemex y a CFE como los entes gubernamentales que rijan la política energética.

Otro flanco abierto en el que Sheinbaum trabajará acuciosamente es el sector exterior. La morenista está decidida a recomponer las relaciones con la Unión Europea –particularmente con España y buscará acelerar la renovación del acuerdo comercial–, además de apurar la resolución de controversias con Estados Unidos y Canadá.

El otro gran riesgo es el económico. Ya he hablado de las reuniones de Sheinbaum con el equipo de Hacienda del gobierno de López Obrador, con el cual ha discutido la necesidad de una reforma fiscal y el déficit fiscal, que busca lo dejen en 4.4% del PIB en lugar del 5.4% presupuestado en el Paquete Económico 2024. Se requiere recortar el gasto público en unos 400 mil millones de pesos, para lo cual los recursos proyectados para las obras de infraestructura icónicas tendrían que subejercerse. Con este mensaje, Sheinbaum también busca una operación cicatriz con los inversionistas y las agencias calificadoras.

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