Esta producción de El Estudio, Canana Films y Bananeira Filmes, estrenada recientemente en cines y clasificada como no apta para menores de edad, rescata el mítico acontecimiento que sucedió en el México de 1901, bajo la dictadura de Porfirio Díaz y que escandalizó a la sociedad mexicana, por la supuesta falta de moral de los que participaron en el popular “baile de los cuarenta y un maricones”.
En el filme se narra la anécdota de un baile que se llevó a cabo en el entonces Distrito Federal, donde la policía, gracias a una denuncia anónima pero malintencionada, irrumpió en un domicilio privado para detener una fiesta que se estaba llevando a cabo. Al entrar, encontraron a 42 hombres; pero lo que resultó sorprendente, fue que la mitad estaban vestidos como mujeres.
La película protagonizada por Alfonso Herrera, quien da vida a Ignacio de la Torre (yerno de Díaz) retrata de forma muy fiel a la sociedad mexicana de ese entonces, el mundo de la política regida por el dictador, la importancia del abolengo, las habladurías y las apariencias que tan bien tenían que guardarse para evitar ser señalado.
Ignacio de la Torre, diputado y recién casado con la hija del mismísimo Díaz, no encuentra la felicidad en un matrimonio arreglado, pero no por el hecho de la mera conveniencia política y social, sino que debe ocultar sus verdaderas preferencias sexuales en una época y un país que consideraban la homosexualidad como motivo de escándalo público. Él, como muchos otros, halla refugio junto a hombres que comparten su mismo sentir, y solo en ese ámbito pueden experimentar una especie de momentánea libertad.
Cabe aclarar que la película no se basa en la obra literaria Los cuarenta y uno. Novela crítico-social, publicada en 1906 bajo el pseudónimo de Fecundo, lo cual se agradece, puesto que el libro es una narración sesgada y llena de homofobia cuyo único propósito fue resaltar el escarnio al cual fueron expuestos los homosexuales, y por el otro lado, enaltecer a las victimizadas mujeres cuyos esposos resultaron ser unos “depravados”.
El espectador que acuda a verla, podrá disfrutar de unos personajes muy bien construidos, que logran transmitir de una forma muy sutil y humana el posible sentir de alguien que debe callar su verdadero yo ante la mirada de quienes le juzgan. Las pocas escenas de sexo no son gratuitas y, a pesar de lo gráficas que pueden resultar, cargan con un significado profundo, así como las galas elegidas por los hombres que esa noche quisieron vestir de largo. La banda sonora no se queda atrás, y conecta perfectamente con las emociones que viven los personajes, mismas que se espera sorprendan al espectador en un acto de entendimiento, empatía y respeto, porque la burla y el castigo a los cuales fueron sometidos los hombres en ese entonces, sigue presente en nuestros días, a pesar de que se debiera haber avanzado en cuanto a libertades y respeto para los que no rigen su vida bajo la heteronormatividad todavía imperante.
Vale mucho la pena planear una visita al cine (que cuida al detalle las medidas de seguridad frente a la pandemia) y disfrutar de una película sobre todo humana, que invita a sentir sin juzgar.

