Todos hemos trabajado con alguien poco capacitado para realizar las tareas que se le encomiendan. Todos tenemos un amigo despistado que se pierde en las conversaciones de WhatsApp. Todos tenemos un vecino o pariente que siempre llega las reuniones e inevitablemente hace comentarios inapropiados en presencia de todos, sin antes pararse a pensar que eso que dice puede ofender a uno de los presentes. Como dicen los memes: "si no conoces a nadie así, tú eres esa persona".
Andrés Manuel no conoce a nadie así, por eso interpreta maravillosamente todos esos papeles antes mencionados. Lamentablemente, millones de mexicanos, hace ya más de tres largos (muy largos) años le dieron la confianza de estar al frente del que algún día (no sé cuándo) fue un gran país. Porque México es grande en extensión, es grande en recursos naturales, en cultura, en diversidad, en tradiciones. Pero también hay que ser honestos: la misma gente que dice “amar” a nuestro país se ha dedicado la mayor parte de su historia a arrastrarlo por la senda de la corrupción, el paternalismo, el populismo, la aceptación de la demagogia con tal de poder seguir alzando la manita para que "papá gobierno" le dé dádivas de vez en cuando.
Así es como llegamos a tener el gobierno que nos merecemos. Andrés es el perfecto representante de lo que es un típico funcionario público que llegó a su puesto gracias a favores (el favor del voto), que está rodeado de conocidos y que cree que puede hacer y deshacer como le venga en gana por el hecho de ocupar una silla en un despacho. Otro asunto curioso: al parecer no le gusta ocupar la silla por la que tantos años (más de doce en puras contiendas electorales) luchó. El señor que ha exigido su lugar en la historia de nuestro país se esfuerza cada día a base de madrugones a desprestigiarse él solito. De Presidente ha pasado a ser el reportero número uno.
Como jefe de Estado, él no tiene que estar al pendiente de las cuentas bancarias de particulares, ni dar informes detallados de casos específicos, ni explicando gráficos sobre pandemias, crisis o inflaciones; para eso está el gabinete y los expertos que contratan. Pero no, a Andrés le gusta estar ahí, frente a las cámaras de televisión haciendo cosas que no le tocan. ¿Por qué insiste en ello? Porque no quiere sentarse en su despacho y trabajar. Prefiere pasarse horas y horas paradito aquí, sentadito allá haciendo presentaciones de Power Point ante un grupo de aburridos reporteros que quién sabe qué karma están pagando, en vez de sentarse a leer, analizar, firmar convenios, resoluciones, propuestas de ley que sean beneficiosas para los mexicanos.
Después de tres años en los cuales hemos atravesado una pandemia, miles de muertos por el narcotráfico, miles de feminicidios (que a él no le importan) crisis económica, conflictos bélicos al otro lado del mundo, conflictos diplomáticos causados por él mismo y recientemente una consulta de revocación de mandato que para él era un medidor de popularidad (populismo), Andrés sigue sin trabajar por el bien de México. Dentro de tres años, su último informe de desgobierno seguramente concluirá con lo que ya todos sabemos: este sexenio pudo haber sido un e-mail. El señor se habrá pasado seis años sin gestionar nada de lo que se la pasa hablando en público.