En mis tiempos no había internet. Sí, es una frase cliqué para empezar un texto, pero también es la verdad. Yo conocí internet más o menos cuando tenía 13 años. En el colegio nos pedían las tareas con bibliografía, y eso significaba lo mismo que la etimología: ir a buscar en libros (enciclopedias, revistas, periódicos, libros de texto); a lo mucho, nos permitían usar la enciclopedia Microsoft Encarta, que para mí era genial, porque traía información de muchísimos temas, era fidedigna, incluía imágenes, videos e imágenes en 360° que te permitían una mirada asombrosa de aquello que investigabas.

Dos años después, el uso de internet (lo básico) ya comenzaba a ser generalizado. Ya nos permitían incluir fuentes informativas de internet. Nuestra ineptitud al respecto era tal, que escribíamos www.google.com en las referencias. Eso actualmente es incomprensible e inaceptable. No sabíamos distinguir entre el buscador y la página, y no sabíamos la diferencia entre página y sitio web. La novedad era mucha y no sabíamos ni cómo abordarla.

Me aventuraré a pensar que la mayoría de la gente de mi edad (y de mi círculo social) no imaginaba que en internet se podría encontrar información de cualquier tema (sí, piensen mal). El uso que le dábamos era escolar. Luego, encontrábamos las letras de las canciones de moda, después fotos de los artistas, luego los videos, y ya no teníamos que estar con la VHS pegados a MTV todo el día para cometer actos de piratería en favor de nuestra cantante favorita.

Pero todo ha cambiado, y lo ha hecho a una velocidad espeluznante. La mayoría de los jóvenes no conoce un celular que no sea inteligente. No tienen idea de lo que era teclear tres o cuatro veces para que la letra cambiara en la pantalla. Nos tardábamos mucho escribiendo un mensaje, mientras que ahora simplemente le dictas al teléfono y lo escribe por ti, si es que no eres de esos que mandan mensajes de audio (si eres de esos, no me caes bien).

Vivimos la paradoja de tener teléfonos inteligentes y gente tonta. Ya no saben cuál es el norte, porque Google Maps te da la ubicación a la cual quieres llegar o a dónde tienen que ir por ti. No saben escribir bien, porque el autocorrector les hace la chamba. No saben usar diccionarios porque el Traductor de Google les soluciona el problema. El problema es que viven dependiendo de la tecnología, idiotizados frente a la pantalla y perdiéndose de la vida que ocurre en el mundo real que los rodea.

Todo este rollo nació de la sorpresa, de la queja, que quizá muchos otros maestros enfrentados a las clases virtuales compartan. Se les pregunta algo a los alumnos, rápidamente acuden a otra pestaña del navegador para que san Google les dé la respuesta. Creen que no nos damos cuenta. “Ah, sí, espere maestra, ahorita se lo digo”, quiere decir “lo estoy buscando en internet”. Es triste y no tiene límites. En la clase de hoy, una alumna tenía que decir en inglés cómo llegar de un estacionamiento a una tienda de abarrotes. Pobrecilla ingenua que pensó que no me daría cuenta de que la respuesta correcta salió de la voz robótica de su teléfono celular. Que la tecnología sea nuestra aliada, sí; pero hay que saber cómo aprovecharla.

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