Sobra decir que el martes 8 de marzo fue una fecha importante, y como cada año desde hace algunos (pocos) años, la esperaba con ansias, como los aficionados de un equipo de fútbol, bueno no, nada que ver con eso. No desde lo festivo porque no lo es, sino por la conmemoración, por la movilización de miles de mujeres, por saber que las consignas de justicia se escucharían por las calles otra vez. Con esa emoción la esperaba.

Por la mañana, me preparé para ir al gimnasio con mi playera morada, porque sí soy de esas que se visten ese día como para ir uniformadas a la batalla. Al llegar, vi que había otras vestidas de morado, lila o rosa. Las buscaba con la mirada, sobre todo. Después del entrenamiento, una foto sugerida por mí al entrenador de todas las chicas participantes de la clase de tabata, me di cuenta que el atuendo de las demás fue coincidencia. El entrenador no recordaba la fecha.

Ahora, hay que volver un poco al pasado, justamente hace dos años (días antes de que la pandemia nos llegara de golpe a todos). La “institución educativa” en la que trabajaba se había pronunciado enfáticamente en contra del paro nacional de mujeres con argumentos que sólo a ellos les convenían. Al final, lo aceptaron e incluso nos pagaron el día (¡maravilla!). Pero el tema era delicado de tratar en ese espacio, los directores no mostraban apoyo por la marcha y los alumnos lo mencionaban como “su paro”, etc.

Este año, en otra escuela que se jacta de sus valores no se recibió ni una sola indicación acerca de cómo aproximarnos al tema o si no hacerlo. Los señores dueños y directores no se dejaron escuchar al respecto. Yo me vestí de morado y fui con gusto abanderando la causa frente a mis alumnos sin esperar nada. Para mi sorpresa, las alumnas de cuarto semestre instalaron una especie de pancarta en la que plasmamos nuestra huella y algunas palabras reivindicativas. Fuera de eso, nada más pasó. Al menos, las jóvenes tienen la espinita de alzar la voz.

Por la tarde, no podría ir a la marcha con algunas de mis amigas. Un compromiso previo me lo impedía, y eso me tenía un poco de bajón. Al llegar al lugar de la cita, la persona a cargo de la sesión también traía puesta su bandera: compartíamos color, ideas, la lucha. Esta sesión de reflexión sobre arte contemporáneo trató acerca de Kara Walker y Judy Chicago: el feminismo por todas partes. Así que, si no pude ir a la marcha, al menos sí que aprendí mucho acerca de la expresión del feminismo puro y duro a través del arte.

El día fue un típico 8 de marzo, un poco extraño, con subidas y bajadas de emociones ante una realidad que no termina de cambiar: muchos siguen indiferentes (y muchas), otros no lo entienden, y en casa (¡gracias!) se esfuerzan por enarbolar sus puños color violeta.

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