El capítulo del addendum al addendum, todavía no se cierra y puede ser un torpedo en la línea de flotación de la 4T. Por lo pronto, las palabras para describirlo son ingenuidad, negligencia y torpeza. Pero hay otras, como incapacidad, engaño y traición. Así que la urgencia de saber los tiempos y los términos en que se vino dando la negociación, sobre todo en los meses recientes, no es una curiosidad morbosa. Es un asunto de Estado.

A ver: desde el inicio de su gobierno, supimos que Trump no estaba satisfecho y fue sumando obstáculo tras obstáculo para sacar ventajas voraces desde su posición de fuerza: el acero, el aluminio, los automóviles y luego las condiciones laborales; todo para arrinconarnos en la esquina de la desesperación. Es probable que nuestros representantes se hayan preparado con cientos de datos y estadísticas, pero también es probable que jamás hayan leído dos libros fundamentales: El arte de la negociación, cuyo autor —Trump, of course— afirma que “si mi enemigo es débil, primero lo aplasto, luego negocio”. El otro, del harvardiano Aaron James es Trump: ensayo sobre la imbecilidad, donde establece que no se refiere a que sea un idiota, sino a su arrogancia para abusar, atropellar y hasta humillar públicamente al de enfrente sin escrúpulo alguno. Cualquiera puede enumerar sus agresiones tan frecuentes como ofensivas hacia México. La política de la prudencia —a veces rayan en la sumisión— también puede documentarse con las amenazas arancelarias a cambio de cuidarles el patio trasero del amenazante éxodo de centroamericanos, al grado de ahorrarles el costo del muro. “Ya no lo necesitamos, México lo está haciendo muy bien”, dijo en junio de este año un exultante Donald.

Sin embargo, todos estos dichos y hechos aciagos en un primer año de relación parecían justificarse por el objetivo ulterior: la firma del T-MEC a como diera lugar. Y es que la economía del gobierno lopezobradorista, tan enferma por sus propias contradicciones —como la cancelación del aeropuerto de Texcoco— requería urgentemente de la inyección de este acuerdo comercial histórico. Con el T-MEC se abría la gloria, para ponerlo en términos de moda.

Por ello, la ceremonia se implementó en el mismísimo Palacio Nacional con el presidente López Obrador como testigo de honor y la firma de los representantes de Canadá, la viceprimera ministra Chrystia Freeland; de Estados Unidos, el representante comercial Robert Lighthizer, y de México un eufórico subsecretario de Relaciones Exteriores Jesús Seade, afirmando que en el documento no había letras chiquitas. El mismo que horas después confesaría: “me estoy enterando de que el gobierno de Estados Unidos mandó al Congreso otro addendum —el de los cinco agregados laborales— que no estaba en lo firmado”. Y de inmediato se fue a Washington de donde se trajo una cartita del señor Lighthizer donde coincide con Seade en que los susodichos serán inofensivos. El problema es que el trámite sigue en el Congreso. Además, nadie se imagina que los agregados iban a andar como Testigos de Jehová, de trajecito azul marino y cargando chicos portafolios de puerta en puerta en fábricas y sindicatos. La primera plana de EL UNIVERSAL de antier escalofría: una hotline para que cualquier trabajador pueda denunciar a patrones y líderes sindicales. Es decir, una vigilancia del país, al estilo de los encomenderos o la Santa Inquisición. Si muchos mexicanos estamos equivocados, es imperativo que lo aclare el gobierno. Pero sin otros datos. Queremos los datos. Nada más. Y nada menos.

 

Periodista. 

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