La Justicia y la venganza se asemejan. En ambas alguien que ha sido vejado cobra a sus vejadores el agravio.

Pero la Justicia tiene un elemento adicional. El Estado se apersona para estudiar la dimensión de la vejación y dicta el castigo adecuado —y el resultado es que la confianza en la honestidad fundacional de una sociedad se restituye.

Tal ocurrió el martes pasado, cuando en Nueva York un jurado declaró a García Luna culpable de cinco cargos y una ola de satisfacción se propagó del otro lado del Río Bravo y nos hermanó a los mexicanos, sin distingo de clase o de ideología.

Los mexicanos fuimos vejados y el jurado lo reconocía al reconocer a García Luna como un traidor de dimensiones épicas.

Cómo expandir el momento de Justicia
Cómo expandir el momento de Justicia

De inmediato en México se abrió la pregunta de cómo podríamos expandir el momento de Justicia. Cómo podríamos convertirlo en un hito. En el comienzo de una nueva época.

No hay misterio al respecto. La única forma es romper la omertá, el pacto de silencio y complicidad entre los poderes reinantes, y que cada poder haga lo que le corresponde.

Al presidente Obrador le correspondería renegociar con el Ejército la entrega del general Cienfuegos a la Justicia de Norteamérica.

¿Hiere nuestro orgullo patrio que no sea juzgado en México? Seamos honestos: es allende la frontera norte donde se ha acumulado un expediente voluminoso contra el general.

Y al Ejército le correspondería entregar al General Cienfuegos. Que responda en un juicio a las acusaciones que se le achacan.

La Suprema Corte de Justicia tendría también que poner su parte y demostrar su actual autonomía, pidiendo a la Justicia norteamericana la abultada investigación sobre García Luna, para estudiarla y para ponerla a la disposición de la prensa, el público y los académicos.

Los mexicanos nos merecemos conocer cuánto y cómo delinquió el siniestro García Luna, no solo para reescribir la historia reciente, sino para poder levantar la red de sus cómplices, una fraternidad de policías criminales que todavía hoy opera en nuestras instituciones de seguridad.

Y los jueces supremos tendrían también que llamar a cuentas al expresidente Felipe Calderón.

Nos lo preguntamos todos. ¿El expresidente fue cómplice de García Luna o fue engañado por él? Está en las manos de los jueces supremos que la duda no se eternice.

Sí, ya lo sé, propongo lo que a muchos les parecerá lo imposible —y lo que otros pocos se afanarán en que sea siempre imposible. Pero es lo que nos corresponde hacer a quienes analizamos la realidad de nuestro país: no ser parte de las intrigas que mantienen atada a la Justicia en México, sino parte de quienes la quieren libre y operando.

El idealismo es un imperativo moral del periodismo de opinión. Nuestro trabajo es contrastar lo que ocurre con lo que debiera ocurrir y nuestro único poder es apalabrarlo.

No hago menos y no hago más. E invito al lector, a la lectora, a que haga también su parte: que normalice la idea limpia y sencilla de que la Justicia en nuestro país es deseable y también posible.

¿Cómo?

Repitiendo la idea. Publicándola. Reclamándole a cada poder que haga su parte.

Si no somos nosotros, ¿quién lo hará?

Y si no es ahora, ¿cuándo?

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