Ya se va en octubre, Andrés Manuel, el viejo zorro, pero por lo pronto le envía al Congreso un atado de reformas.
No pocas. Una veintena. Cada una grande y ambiciosa.
Como siempre, sus opositores no entienden ni jota.
–Quiere que sigamos hablando de él –dijo la analista narcisista, esa que solo quiere que hablen de ella, no importa si bien o mal.
–Es una provocación, una pullita, es ruido –dijo el panista sensato, que oscila entre lanzar una pullita contra el viejo zorro y tratar de entenderlo.
–Son reformas que quieren seguir concentrando el Poder en un solo hombre –dijo el crítico calvo y chaparro, ese al que le rompen los lentes de un puñetazo cada que se alebresta a las 3 de la mañana en el bar.
Pero el viejo zorro se irá, así que carece de sentido la pullita o la acusación de pretensión de dictadura.
Es fascinante: sus opositores siguen sin entender a López Obrador luego de cinco años de tener los ojos fijos solo en él.
¿Qué no entienden, si le conocen cada palabra, cada gesto, cada traje y corbata?
Una sola cosa.
Con quién carajos dialoga el zorro por encima de sus doctoradas cabezas. A quién le habla y a quién dirige sus acciones.
No a ellos, los analistas. No a los otros políticos. No.
El viejo zorro cuando está lúcido tiene un solo interlocutor, la gente.
La gente. El Pópolo. La mayoría de los que vivimos en este país. El pueblo. Elija el lector, la lectora, el sinónimo que mejor encaje entre sus prejuicios o sus ideales.
No lo entienden a pesar de que el zorro lo ha dicho una y otra vez.
–Hay que caminar siempre con la gente.
Ay se sonrojan los analistas. Ay no lo creen los políticos neoliberales. Vacunados como están contra el populismo.
Da igual. El diálogo solo muy de vez en cuando ha sido con ellos. Con quien habla directo y a diario el viejo zorro es con la gente-gente, por encima del cerco de sus medios comerciales, desde su Mañanera, que atiende un promedio diario de 10 millones de personas.
Y tampoco le importa al zorro si las reformas que manda al Congreso son todas aprobadas o no, si son aprobadas unas cuantas y otras no, o si no es aprobada ninguna.
Lo que el zorro le manda al Congreso es su testamento político, en el cual el único heredero es el pueblo.
Manda la lista de las reformas que él hubiera querido dejar aprobadas para modificar más la vida concreta y diaria de la gente. Las reformas que considera son la agenda para la transformación del país.
Y el astuto zorro hace algo más al presentar al Congreso su veintena de reformas. Las presenta como la oferta electoral de su partido.
–Voten masivamente por Morena y así cumplan el Plan C: denos una mayoría calificada en el Congreso y esto aprobaremos: veinte reformar para transformar más al país –eso sí lo irá diciendo el zorro las próximas semanas hasta que lo diga diario, a todas horas, cada que haya un micrófono ante él.
Pensiones para los viejos. Por fin derechos para los pueblos originales. Un Poder Judicial que no solo sirva a los que pagan hoy la Justicia a precio de oro, sino para todos. Para empezar a enlistar las reformas propuestas.
Se lo tenía bien guardado el viejo zorro hasta que acabaran las pre-campañas, y ahora, antes de que inicie la recta final que culminará en el voto, suelta su oferta electoral tamaño gigante for us the people, nosotros la gente.
Ahí está: el mejor Andrés Manuel mostrando su dimensión de gran estadista, ese que solo ha tenido en la arena política un rival de su calibre. Él mismo, Andrés Manuel, las veces en que se ha desprendido de la gente por atender sus afectos personales.
Cuando ha condonado la corrupción entre sus próximos y sus correligionarios. Cuando ha fustigado con su rabia al periodismo honesto y crítico, en lugar de escucharlo y enmendar los yerros que señala. Cuando ha cortado algunos presupuestos con un hacha, no un bisturí.
Bye bye. Ya se va y se va tranquilo. Dejando su oferta de futuro para la gente.
Allá en su rancho, a la sombra de un guayabo copudo, se sonreirá a solas –mientras por el resto del país una era de políticos y analistas se desvanece.