Reflejo de su soberbia y su fascinación por el poder, el régimen de la 4T y su clase política gustan y practican, en exceso, dos de los peores vicios que hay en la política mexicana: la adulación y la simulación. Desde la cabeza hasta los liderazgos menores, los políticos del actual partido gobernante muestran una debilidad chocante y casi enfermiza por el autoelogio y la autocomplacencia; lo mismo cuando se califican a sí mismos como una “transformación histórica” —sin más datos o indicadores reales que su autopercepción—, que cuando se halagan unos a otros hablando de su “legado”, aún antes de que los juzgue la historia, o se adelantan a decir que tendremos a “la mejor presidenta del mundo mundial”.

En ese vicio por presentarse a sí mismos como “los mejores” y los “más puros y honestos” no importa que la realidad del país los golpee en la cara y los desmienta. Porque mientras ellos hacen giras de autopromoción y celebran un supuesto cambio, la corrupción rampante en su gobierno sale a flote como los excrementos y se documenta un crecimiento de 675 millones de pesos en las propiedades de la familia Bartlett que aprovecharon la información confidencial del gobierno para adquirir enormes extensiones de terrenos en la zona de desarrollo de obras públicas como el Tren Maya.

Y mientras ellos van sonrientes y lanzándose elogios mutuos todos los fines de semana, la violencia homicida y criminal sigue asolando estados y regiones enteras del país, asesinando y desapareciendo a ciudadanos y obligándolos a desplazarse de sus municipios y comunidades o a abandonar el país y cruzar las dos fronteras, la del norte y ahora también la del sur, en busca de la paz y la seguridad que aquí no tienen.

No es que la simulación y la adulación sean algo nuevo en la política nacional. Ambos vicios y su práctica constante en el ejercicio de gobierno, son herencia del viejo régimen priista y fueron practicados también por los gobiernos panistas. Pero en los actuales gobiernos morenistas, desde la Presidencia hasta en los estados de la República, pasando por los Ayuntamientos, los cargos legislativos y cualquier cargo público, han llevado la zalamería y la autocomplacencia a niveles insanos y vergonzosos para la vida pública.

Porque no sólo es que la nueva clase política se crea y se trague su propio discurso de que “todo va requetebién” y de que cualquier problema, delito o ilegalidad que sucede en el país es un “invento o una conspiración de los conservadores”, sino que además cuando se autoelogian y se adulan entre ellos, lo hacen con ese aire de superioridad moral de quien dice estar “del lado correcto de la historia”, pasando de ignorar y desconocer la realidad que viven muchos mexicanos, a tratar de imponer su visión del país como la única válida y legítima, mientras descalifican y atacan a todos aquellos mexicanos que tengan una visión distinta de la realidad nacional.

El estilo narcisista y demagógico de ejercer el poder, impuesto por el presidente e imitado de arriba hacia abajo por la inmensa mayoría de los gobernantes y funcionarios del actual régimen, se exacerbó y se volvió más visible y ofensivo tras su aplastante victoria en los pasados comicios. No sólo con los desplantes autoritarios de López Obrador que quiere sus reformas constitucionales y las quiere ya, sino también con los anuncios y las declaraciones de la próxima presidenta que, en su afán de complacer a su mentor y mantenerlo contento, ofrece una continuidad tan absoluta e igual, que cada vez cuesta más trabajo distinguir dónde terminará el gobierno saliente y dónde empezará el nuevo gobierno.

Continuar con las nefastas conferencias mañaneras, aceptar nombramientos “sugeridos o impuestos” por el mandatario saliente, acatar y plegarse a la aprobación de reformas constitucionales apuradas y sin consenso social, repetir e imitar cada una de las posiciones y expresiones que se emiten en Palacio Nacional, son hasta ahora los rasgos más sobresalientes que ha mostrado la presidenta electa Claudia Sheinbaum, cuya imagen se debate entre la imitación y la lealtad total hacia López Obrador, y el ofrecimiento de un gobierno con un estilo propio.

Para muchos mexicanos, los más críticos y escépticos, Sheinbaum no será más que una calca del estilo y las prioridades del obradorismo; para otros tantos, los más optimistas, resulta totalmente entendible que por ahora la futura gobernante se apegue totalmente al liderazgo de su tutor político, se pliegue a sus caprichos y venganzas y evite incomodarlo o desafiarlo, so pena de sufrir anticipadamente las consecuencias. Los primeros no esperan mucho de la administración entrante, si acaso “más de lo mismo”; los segundos mantienen viva la esperanza de que, “a más tardar en un año” la primera mujer presidenta que tendrá el país, reivindique su propio estilo de ejercer el poder y sus propias decisiones, haciendo a un lado —sin romper ni confrontarse— al expresidente, para tomar ella y solo ella, sus decisiones de gobierno. ¿Cuál de las dos visiones anticipadas de cómo será el gobierno de Claudia Sheinbaum terminará siendo la que veamos en los próximos meses?

Justo ayer, en una de esas estampas que se repiten cada fin de semana, desde que comenzó la llamada “transición de terciopelo”, la doctora volvió a refrendar que su lealtad, más que con los mexicanos todos o con sus votantes, será con el ya casi expresidente: “Hoy vengo aquí a Veracruz a decirles que no vamos a traicionar, que vamos a seguir con el legado del mejor presidente de México, de Andrés Manuel López Obrador, que no va a haber marcha atrás, que no va a haber traiciones”, dijo Sheinbaum Pardo en la inauguración de una carretera que conectará el sur de Veracruz con la Ventosa en Oaxaca.

Y como en la 4T adulación, con adulación se paga, el presidente que en menos de dos meses dejará el cargo, aunque no se sabe si dejará el poder, le devolvió los elogios a quien será su sucesora en el cargo: “Y Claudia, de primera, la mejor presidenta del mundo, del mundo. Como dirían allá en mi pueblo, del mundo mundial. Por eso estoy muy contento, ya quisiera yo que fuera el día de entregarle la banda; no hay ningún problema, pendiente, no hay afortunadamente nada que temer, van muy bien las cosas”.

Lo dicho: aman la adulación, buscan la imitación y practican la autocomplacencia.

NOTAS INDISCRETAS… Y como las adulaciones no cambian la cruda realidad, ayer asesinaron a balazos a otro periodista en el país. En Celaya, Alejandro Martínez, a quien apodaban “El hijo del Llanero solitito”, y uno de los reporteros más conocidos e influyentes en el Bajío guanajuatense, fue rafagueado en su camioneta por sujetos armados que se le emparejaron en el camino, justo cuando regresaba de reportar en sus redes sociales la muerte por atropellamiento de una persona en las calles del municipio de Villagrán. A Alejandro lo mataron con todo y los dos escoltas que tenía asignados por el gobierno municipal y su muerte suma ya entre 38 y 47 periodistas asesinados en el gobierno de López Obrador, según la organización que documente los asesinatos. Y en ese México en el que “no hay ningún problema, ningún pendiente y nada que temer”, según dijo ayer mismo el presidente, durante el fin de semana la riqueza creciente de los Bartlett fue noticia al publicarse reportajes que documentan cómo el hijo y la pareja del director de la CFE, Manuel Bartlett, no sólo llegaron ricos y millonarios al gobierno de la austeridad republicana, con sus más de 25 propiedades documentadas en 2019, sino que para terminar el sexenio, entre León Manuel Bartlett Álvarez y Julia Abdalá Lemus, lograron aumentar en 675 millones de pesos su riqueza en terrenos y propiedades que, casualmente, se ubican en las zonas por donde se darán los desarrollos comerciales, turísticos y urbanos planeados en la ruta del polémico Tren Maya, según documentaron investigaciones periodísticas publicadas por la revista Proceso y el diario Reforma. Pero sigamos celebrando porque tenemos al mejor gobierno y tendremos pronto uno todavía mejor… Los dados mandan Escalera Doble y regresan recargados. Siguen girando siempre a favor de los amables lectores.

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