El año pasado el crecimiento económico sorprendió al alza. Las expectativas a inicio de 2023 estaban mucho más cercanas al 1% que al 3.2% que se acabó observando al cierre del año. La sorpresa se debió, en gran medida, a que la muy anticipada recesión en Estados Unidos no se concretó para beneficio no solo de ese país sino también para este lado de la frontera. Mes a mes los pronósticos de crecimiento del PIB mexicano se fueron ajustando al alza. La demanda agregada al último trimestre del año mostró un incremento de 5.1% en el consumo privado, 3% en la cantidad de bienes y servicios demandada por el gobierno, 19% en la formación bruta de capital fijo —a la que normalmente nos referimos como inversión—, una disminución de 7.2% en las exportaciones y un incremento en las importaciones de 3.4%.
El buen desempeño de la economía en el año pasado se debe a varios factores, incluyendo el mencionado en el párrafo anterior y sin olvidar que apenas en 2023 recuperamos el nivel de producción de 2018.
Este año es distinto. A punto de terminar la primera mitad de 2024, las expectativas de crecimiento se han ajustado a la baja. Los datos con los que se cuenta hasta el momento muestran el freno en la economía mexicana. Algunas instituciones que empezaron el año esperando un aumento en la producción cercano a 3%, ya ubican sus pronósticos debajo de 2%.
La moderación en el crecimiento esperado en muchas ocasiones alude a que el nearshoring, o la relocalización de cadenas productivas de Asia hacia economías más cercanas a los Estados Unidos, no se ha concretado en la magnitud esperada incluso considerando el crecimiento inducido de un gasto público mayor a los demás de esta administración al tratarse precisamente de un año electoral.
Recuerdo las conversaciones en momentos similares de hace seis años. Habiendo ya ganado López Obrador las elecciones, y por un margen menor al que obtuvo Claudia Sheinbaum, las conversaciones giraban en torno al pragmatismo que tendría el entonces futuro presidente. Que si el vínculo con los empresarios les había jurado que el que sería el nuevo aeropuerto no se cancelaría, que si era mucho más cercano al empresariado de lo que decía ser o que si la realidad le mostraría una cara distinta al entonces presidente electo.
Hoy escucho conversaciones muy parecidas, tratando de dilucidar el carácter de la virtual presidenta electa, discutiendo sobre su formación científica y cómo impactará sus decisiones, y si prevalecerá el pragmatismo o su carácter ideológico.
Mientras tienen lugar esos devaneos con el futuro, la economía mexicana se ralentiza. La producción durante el primer trimestre del año creció únicamente 0.3% frente al último del año pasado y en su comparación anual el aumento fue de solo de 1.9%, crecimiento mediocre si consideramos que deberíamos estar en pleno momentum de nearshoring y con nuestro principal socio comercial creciendo sin problema. El IGAE de abril también mostró poco dinamismo y la inversión se ha estancado desde finales del año pasado.
Más allá de las conversaciones, lo que queda claro, con la información que tenemos hasta ahora, es que ya se observa un freno en la actividad económica. ¿Será que es año electoral y las dudas sobre las decisiones de la futura presidenta impactan la determinación de las inversiones? ¿O será más bien que las supermayorías tienen muy nerviosos a inversionistas y a mercados? ¿O serán ambas? Quizás no sean excluyentes.