En una huerta del poniente de la capital potosina, ubicada en Rincón de Santiago, cercano al puente municipio libre que los potosinos suelen identificar, el aire huele a humedad, a tierra recién regada y a flor.
Es la temporada del cempasúchil y entre surcos encendidos de naranja intenso, el ingeniero agrónomo Julián Jiménez Silva revisa con cuidado cada planta.
“Estas huertas ya tienen historia", explicó. Aquí se ha sembrado cempasúchil desde hace muchos años. Hay flores criollas, que son las de antes y también híbridas, que ahora usamos más porque son más rentables”.
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La variedad criolla, comentó, es la original, la que perfuma más y tiene pétalos de distintos tonos y tamaños. Sin embargo, producirla representa un riesgo económico: “De cada lote, la mitad puede salir macho y esa flor no se vende. Es trabajo perdido y al final uno invierte lo mismo”.
Por eso, con el paso de los años, Julián ha aprendido a combinar la tradición con el conocimiento técnico. En sus surcos hay también híbridos importados, más uniformes y con mejor rendimiento.
“Estas vienen de Estados Unidos, aunque la semilla es originaria de Asia. En México apenas se están desarrollando híbridos propios, pero todavía no alcanzan la misma calidad”, comentó.
El cempasúchil, además de ser símbolo del Día de Muertos, es una planta muy sensible a la luz. “Aquí, por estar dentro de la ciudad, el alumbrado público interfiere en su desarrollo”, explicó Julián, señalando las plantas que aún permanecen verdes.
Las siembras comienzan cada año a finales de julio. Son 90 días exactos de trabajo para tener las flores listas antes del 1 y 2 de noviembre. Sin embargo, el clima ha cambiado con el tiempo.
“Las lluvias son irregulares, bajan la temperatura y retrasan la floración”, indicó.
Aun así, el agua tiene su lado bueno: “Durante la etapa de crecimiento, la lluvia y la humedad aporta nitrógeno natural y ayuda a que la planta se fortalezca”, explicó el agrónomo. En sus terrenos utiliza riego por goteo, un sistema más eficiente que el tradicional rodado, que desperdicia agua.
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El productor reconoce que la venta de flor natural ha disminuido en los últimos años. “La gente ahora compra flores artificiales porque duran más. Una natural aguanta dos o tres días. Las otras las guardan de un año a otro. Eso ha bajado mucho la demanda”, aseguró.
Aun así, mantiene la esperanza de que la tradición no se pierda. “La flor natural tiene alma. Su aroma es lo que guía a los difuntos; eso no lo da el plástico”, afirmó.
El precio actual ronda los 10 pesos por planta, y los comerciantes las revenden en ramos de 20 pesos. “No es un gran negocio, pero alcanza para mantener la huerta”, comentó Julián.
La historia del cultivo en Rincón de Santiago empezó con su padre. “Yo aprendí de él, pero también he cambiado muchas cosas. Antes no se usaban híbridos ni sistemas de riego moderno. Ahora se combinan las dos visiones: la del campo y la del laboratorio”, relató.
Además de aplicar técnicas de ingeniería agrónoma, Julián promueve el uso de productos orgánicos y microorganismos benéficos que protegen el suelo sin dañar a los polinizadores. “Usamos tricodermas para combatir hongos y bauberías para los insectos. Son aliados naturales que mantienen sana la tierra y no afectan a las abejas”, explicó.
Tras la temporada del cempasúchil, la huerta no descansa. Se siembra avena para nutrir el suelo y después maíz elotero, que se vende directamente a las familias que visitan el lugar. “Aquí todo el año hay vida. La tierra no se puede dejar vacía”, afirmó Julián.
El ingeniero aseguró que más allá de la ganancia, lo que lo mantiene en el oficio es el simbolismo de la flor. “El cempasúchil no solo adorna los altares, también representa el vínculo con quienes ya no están. Por eso seguimos sembrando, aunque sea más difícil cada año”.
En Rincón de Santiago, el sol cae sobre los pétalos encendidos y el aire huele a nostalgia. “Cada flor es un recuerdo, una luz. Mientras siga habiendo quien las siembre, los muertos nunca estarán del todo lejos”, finalizó.