Nací en la Ciudad de México el 11 de diciembre de 1940; a los pocos meses mi padre, originario de República Dominicana y diplomático de carrera, fue comisionado a Panamá, donde nos fuimos mi mamá, poblana de nacimiento, mi papá, y mi hermano Rafael, mayor que yo.

De ahí viajamos a Venezuela y otras naciones. Quizá un aspecto que siempre me atrajo en mi niñez estuvo durante la estancia en Panamá. En ese momento no me daba cuenta pero más tarde comprendí que muchas de las cosas que había visto en ese país forjaron mi carácter, gustos y vocación.

Así habló Eduardo Matos Moctezuma al iniciar el relato de su fructífera vida, durante una entrevista con Notimex. “De mi infancia tengo recuerdos alegres y otros no tanto, como todo niño. En Panamá mi padre tenía muchos libros, pues además de escritor era un gran lector, al igual que mi madre”.

Consultar esos libros le sirvió de mucho, al grado que después pudo escribir sobre una danza llamada De los Moctezumas, que viene del siglo XVI y todavía se baila en ese país. “Luego me encontré información escrita sobre la danza completa y vine a darla a conocer en México”, añadió el arqueólogo por antonomasia.

Matos Moctezuma descubrió que la arqueología existe porque veía información sobre Egipto y Grecia; el mundo mesoamericano todavía no se le descubría. “Ya en la preparatoria, sobre todo en el último año, mis padres se preocuparon porque yo no sabía qué carrera iba a seguir, y ya debía elegir”.

Por esos días, un buen amigo le obsequió un libro, Dioses, tumbas y sabios, del escritor alemán C. W. Cerampor, publicado por primera vez en 1949. A ese volumen, traducido desde entonces a numerosas lenguas en muchísimas ediciones, se le atribuye la virtud de abrir las puertas de la arqueología a quien lo lee.

“Me apasionó el capítulo de Egipto y decidí estudiar arqueología. Corrí a comunicar a mis papás esa determinación, me inscribí en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y ahí conocí a las sociedades mesoamericanas que me atrajeron mucho más, sin perder el encanto por Egipto”.

El 28 de febrero de 1978, de manera casual, se descubrió la escultura monumental de la Diosa Lunar Coyolxauhqui, quien según el mito había luchado contra su hermano, Dios Solar Huitzilopochtli. A partir de ahí se estableció el Proyecto Templo Mayor que opera desde marzo de ese año y está por cumplir 41 años.

El entrevistado fue designado Jefe de Excavaciones Arqueológicas de ese proyecto. La labor de excavación, consolidación y restauración fue realizada por 149 trabajadores, 82 técnicos y 25 investigadores, todos mexicanos. El Templo Mayor es la parte principal de la restauración del Centro Histórico de la Ciudad de México.

“Un orgullo para quienes pertenecemos al proyecto es la información recuperada para conocer mejor el universo mexica, y la enorme cantidad de publicaciones para darlo a conocer. Hasta hoy se han publicado cerca de mil 200 fichas bibliográficas, caso insólito en un proyecto de investigación”, abonó a sus declaraciones.

De acuerdo con Matos Moctezuma, lo que siempre busca el investigador arqueológico es plantear un problema, investigar sobre él y obtener resultados positivos en torno a esa problemática. “A partir de esa perspectiva, el Templo Mayor ha sido el proyecto más grande de mi vida”, señaló.

Al hacer un ejercicio de modestia y hablar de los muchos lugares donde ha trabajado, subrayó sin titubear que su mayor aportación ha sido la creación y puesta en marcha del Proyecto Templo Mayor, que también ha sido tema de muchísimas tesis de licenciatura, maestría y doctorado durante varias décadas.

Igualmente, el proyecto dio pie al diseño, creación y apertura del Museo del Templo Mayor, inaugurado en 1987. “Por cierto, en uno o dos meses más, vamos a recibir al visitante número 20 millones, lo que significa un motivo de satisfacción; dar a conocer el rostro del mexica es mi gran orgullo”.

Ganador de numerosos reconocimientos, Matos Moctezuma destacó dos. Uno, la Medalla "Henry B. Nicholson" por la Excelencia en la Investigación en Estudios Mesoamericanos otorgado por la Universidad de Harvard, “por tratarse de una de las instituciones de educación superior más importantes del mundo”.

Esa universidad creó en 2016, comenzó en 2017 y continúa la cátedra “Eduardo Matos Moctezuma”, distinción que nunca antes había hecho por investigador alguno; la otra, agregó, es el Doctorado Honoris Causa que la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) le confirió en 2017.

Por sus venas corre sangre de escritor. Además de los libros de arqueología y alrededor de 500 artículos publicados, le ha atraído mucho la poesía. “Hay gente que considera que en todo lo que escribo se nota un guiño poético, aunque he escrito algo sobre ese género”. La anécdota acudió a su memoria y así la explicó:

“Cuando ingresé a la Academia Mexicana de la Lengua (AML) el doctor Miguel León-Portilla me dio la bienvenida. Es mi gran amigo y maestro y señaló algo de eso, al decir ‘Eduardo, además es poeta’. Espero que los poetas opinen igual, aunque yo creo que se resisten a decirlo”, comentó con hilaridad.

Maestro por más de 35 años en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Matos Moctezuma ha impartido cursos en España, Francia, Estados Unidos. Preparar nuevas generaciones de especialistas es otra de sus inquietudes. En este momento ha culminado una tarea que se había impuesto a lo largo de los años, desde que se graduó en 1959.

“Ver que el Proyecto Templo Mayor y el Programa de Arqueología Urbana, ambos creados por mí, siguen produciendo, me dan una satisfacción enorme. Todo eso se conjuga para sentirme pleno y satisfecho. Hoy sólo me preocupa que se pueda continuar con las investigaciones que se realizan desde 1978”.

Finalmente, Eduardo Matos Moctezuma dejó ver su deseo, lo que lo ocupa y preocupa en este momento: “Que la arqueología mexicana siga adelante, porque es una ciencia que analiza al hombre en su devenir histórico, y eso es importantísimo porque es la manera de conocernos a nosotros mismos”.

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