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Héctor de Mauleón, Julia Santibáñez, Armando González Torres y José Luis Martínez compartieron anoche anécdotas que tuvieron con José Emiilio Pacheco en el evento “Lectores de José Emilio: la otra forma de la amistad”, que se llevó a cabo en el Salón Covadonga en honor de los 80 años del nacimiento del escritor.
La intempestiva suspensión del homenaje planeado en Bellas Artes, el martes pasado, condujo a los escritores amigos del finado autor a celebrar este evento en un ambiente ajeno a las instituciones, y fue Armando González Torres quien insistió en realizar un homenaje y lectura entre amigos de Pacheco.
Héctor de Mauleón se expresó del poeta homenajeado como un “despliegue del arte de la palabra”, y recordó la primera vez que salió de juerga con el maestro tras una conferencia en El Colegio Nacional. Entonces Pacheco se expresó con melancolía sobre las calles del centro: “todo lo que veas, míralo bien porque puede ser la última vez; esta ciudad está hecha de destrucciones, lo que estás viendo hoy, mañana ya no va a estar”.
De Mauleón describió al autor como un profeta de lo catastrófico. “Lo que hace tan enigmático a Pacheco, es que escribe a la sombra de la memoria; decía que nunca podremos recuperar el pasado de la misma forma en que no podremos saber la verdad; y como no sabremos la verdad, nos queda la literatura, que es la única manera de acercarnos a lo que ya ha sido”, concluyó.
González Torres describió al autor de Batallas en el desierto como un hombre de pasión moral que creía en la integridad del sujeto y defendía valores que él consideraba atemporales: “Era un humanista, pero también era un escéptico; era defensor del concepto de persona, pero también de las fallas del carácter humano”.
Agregó que Pacheco estuvo preocupado por los espejismos del progreso y por la necesidad de reconciliarse con el pasado, aspectos presentes a lo largo de su obra siempre crítica ante ese progreso que González Torres nombró “mimético e impersonal, que enfrenta a los hombres de carne y hueso con abstracciones susceptibles de minar sus formas de vida, de empobrecerlos y arrebatarles su identidad”.
Otra preocupación presente en la poética y novelística de Pacheco fue la capacidad de comunión con el mundo, pues el progreso tecnológico había destruido el sentido de dependencia del individuo; de ahí la necesidad en su obra tardía de pensar constantemente en la finitud del hombre y “en remendar la cómica terquedad de su soberbia”.
Julia Santibáñez añadió que José Emilio Pacheco se describía a sí mismo “como un producto de la imprenta; un adicto a la letra”. Recalcó, además, que “todo lo que pasaba por el lente de sus ojos lo convertía en poesía”, pues era un poeta de la vida cotidiana, siempre conectado con la tierra a pesar de su excelencia.
Santibáñez recordó que, para Pacheco, “el poema es efímero, pero la poesía, si es que hay poesía en un escrito, entonces sí puede otorgar al poeta la eternidad”.