Para Monterrey, el único consuelo fue tirarse a la Copa. Beber de ella en exceso para olvidar que su acérrimo rival, los Tigres, le quitó hace días aquello que más quería para cerrar el Apertura 2017. El título de Liga.

No hubo de otra que conformarse con un trofeo que luce radiante en la vitrina, pero que no brinda nada, salvo la experiencia de escribir su nombre como el décimo equipo en conquistar la Copa desde su regreso en 2012. Sólo eso y un empujón anímico para encarar el siguiente torneo.

Cruda realidad y soso festejo para Antonio Mohamed y sus muchachos que vienen de una gratificante cosecha: en Liga acabaron líderes y en Copa conservaron el invicto.

Pero el trago de este campeonato no fue del todo amargo. Para el colombiano Avilés Hurtado fue un sorbo de vida y de reconciliación con la afición rayada, después de que falló un penalti durante la pasada final de Liga.

Ayer, el artillero saltó a la cancha del BBVA Bancomer con las cintas bien atadas, para avisar al conjunto visitante que estaban en su casa y que no volverían a festejar como en el Clausura 2016, con un gol de último minuto que le dio el título de Liga a los Tuzos y que representó la primera herida importante del flamante estadio.

En el primer tiempo, Hurtado tuvo las jugadas más claras, sobretodo un mano a mano que el portero Alfonso Blanco milagrosamente achicó. Ya en el segundo episodio, con las revoluciones a tope y con el dominio de la localía tras constantes ataques de Rogelio Funes Mori y Dorlan Pabón, Avilés cobró venganza contra la cabaña rival, donde su remate entró, a pesar del desvío del guardameta.

Así, en 60 minutos, el Gigante de Acero y sus 35 mil 658 espectadores pasaron de la incertidumbre al júbilo, porqueRayados capitalizaba sus penas con una Copa que se la tomaron con seriedad y casi por cortesía del Pachuca, que no mostró gran resistencia pese a llevarse sólo una anotación en contra y sin intención de apretar en los últimos minutos para obligar a los tiros desde el manchón penal.

Una que otra rabieta de frustración por parte de los Tuzos, pero el cotejo no pasó a más tras un trabajo limpio del árbitro central Jorge Antonio Pérez Durán.

Los pupilos de Diego Alonso estaban mentalmente perdidos. Jugaron a no perder por escándalo, para no despertar de su anterior aventura que fue el colgarse la medalla del tercer lugar del Mundial de Clubes de la FIFA.

Después de aquel jolgorio que organiza anualmente la FIFA, no es de extrañarse que los Tuzos como Keisuke Honda, Franco Jara y compañía despreciaran la Copa, para dársela al de más méritos.

La fiesta se la llevó el estado de Nuevo León y sus campeones: primero Tigres, después Rayados.

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