Maribel cumplió frente a las aulas su anhelo profesional. Desde niña, la mujer de 44 años de edad acomodaba sus muñecos frente a ella, los enseñaba a leer y calificaba sus tareas imaginarias. Siempre quiso ser profesora.

Hoy, tras 22 años de servicio, sabe que la labor del docente no empieza ni termina en el salón de clases y menos su responsabilidad con los alumnos. En el Día del Maestro, su mayor satisfacción es ver que su trabajo ha tenido un impacto y que gracias a él, un niño aprende algo nuevo que lo ayudará a convertirse en una mejor persona.

“Da tristeza el hecho de que menosprecien el papel del maestro. A veces en mi misma familia me dicen: ‘Cómo me agradaría ser maestro, siempre estás de vacaciones’. Me gustaría que estuvieran una hora con los niños y se den cuenta de la realidad: no cualquier persona se enfrenta a un grupo y trabaja con él”.

Los maestros enseñan, aconsejan, comparten su lunch con sus alumnos cuando no traen para comer y también los protegen, como Maribel Caballero. El día del terremoto del 19 de septiembre coordinó las acciones para evacuar y poner a salvo a 290 alumnos de primaria; luego, junto con sus compañeros, revisó la escuela Simón Bolívar en búsqueda de más niños.

A pesar del temor porque el edificio pudiera derrumbarse, cubiertos de polvo y tierra, con golpes en la cabeza y heridas que todavía sangraban, los maestros se quedaron en la primaria y la revisaron hasta asegurarse que ninguno de los niños se hubiera quedado atrapado en sus aulas.

“La nube de tierra nos cubrió totalmente, no nos permitía vernos entre nosotros ni a una distancia muy cerca, no podíamos ver a los compañeros ni a los niños. Pedimos que evacuaran y que salieran de la escuela. Nos quedamos a cerciorarnos de que ningún niño se quedara dentro de la escuela. Fue un trabajo en equipo, todos los maestros se responsabilizaron de sus alumnos, de que estuvieran bien y se fueran con sus papás”.

La profesora se recarga en el barandal del segundo piso de su escuela, la primaria Simón Bolívar. Desde ahí puede ver, a su izquierda, las paredes azules de los salones donde estudian sus alumnos y el patio donde juegan. A la derecha persisten unos pocos escombros de lo que fue la fábrica textilera de la colonia Obrera, el edificio de la calle Chimalpopoca 168 que se convirtió en la tumba de 22 personas ese 19 de septiembre.

Maribel y sus alumnos lo vieron derrumbarse frente a sus ojos.

Ese jueves 19 de septiembre, Maribel, quien desde hace un año se desempeña como subdirectora de Gestión Escolar, se había quedado de encargada de la primaria mientras la directora realizaba diligencias administrativas fuera del plantel.

Comenzó el temblor y Maribel tuvo que tomar el liderazgo y coordinar las acciones para evacuar y salvaguardar a los 290 estudiantes que en ese momento tomaban clases; todos resultaron ilesos.

“Todavía se me hace un nudo en la garganta. Ver que se cayó el edificio... a ti como persona se te viene a la mente tu familia, a mí se me vinieron a la mente mis hijos. En ese momento tenía a mi cargo a muchos más niños y pensé: ‘Cálmate, de tus hijos se van a hacer cargo sus maestros’. Eso me tranquilizó a pesar de todo lo que habíamos visto”.

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