Conocí a Rosario Villajos una noche en Córdoba, España, en el Salón de Actos de la Fundación Antonio Gala. Rosario viajaba entonces como parte de su gira para promocionar "La educación física", la novela que la hizo acreedora del 65 Premio Biblioteca Breve. Hasta entonces sólo la había visto en fotografías que compartían los medios. Tenía la curiosidad de saber si su cabello era así de vívido en persona, largo y alborotado, y si su voz era tan dulce como en el video que compartía la editorial Seix Barral, en un acto de promoción vía redes sociales.
No me equivoqué. Rosario sonreía y bromeaba todo el tiempo, incluso cuando intentaba ser seria. Me preguntaba ¿en dónde le cabe tanta alegría? Esa noche, al terminar el evento, esperé a ser una de las últimas personas en la fila para que me firmara la novela de la que se ocupa esta entrevista. Siéntate, me dijo, siéntate en el confesionario (una silla bajita, incómoda, que me parecía que podría dejar a cualquiera sin columna, en la que se había sentado minutos atrás Marta Jiménez Zafra, presentadora del evento), y me preguntaba: ¿cómo alguien puede ser tan dulce?
Fue dentro de un bar (al que nos había invitado a todos) donde le pedí esta entrevista. Flotaba un aire de melancolía en ese sitio de luces tenues y cabezas inclinadas al suelo, en el que a menudo la gente acudía por los conciertos que tienen lugar los fines de semana. Sonaba Harvest Moon de Neil Young antes de que llegara Rosario. Desde que lo hizo, siguió firmando libros allí dentro, imparable, uno detrás de otro, sonriendo y atenta todo el tiempo. Lo hacía con tanta precisión y encanto, que pensaba que le podría dar lo mismo si se le acalambraban los dedos. Luego de un rato y muy sonriente, me respondió que sí, y yo me volví a preguntar: ¿cómo alguien puede ser tan dulce?
La entrevista con Rosario sucedió una semana después, vía Zoom. Ella en su casa de Madrid, yo en Córdoba. Detrás de ella estaba un librero alto y una planta que le caía poco arriba de la cabeza. Pasaban los minutos y a cada tanto se diculpaba: «Perdón, es que tengo que abrirle la puerta a mi gata». ¿Por qué se disculpa tanto?, me preguntaba yo. Pensé que eso era oficio de mexicanos. Lo que hay a continuación es el resultado de lo que conversamos la tarde de ese viernes, vacío de nubes, en el que por su ventana y la mía entraba una luz tan intensa como la que dejó ella por su paso en Córdoba.
AR: Podríamos aventurarnos a decir que "La educación física" es una novela sobre cómo actúa y habla el cuerpo. Pese a la voz de la tercera persona, es el cuerpo el que se impone. ¿Había esta intención desde un principio, Rosario?
RV: Sí, de hecho, intenté hacerlo en segunda persona, como si hablara el mismo cuerpo, el que decía haces esto o lo otro. Catalina no tenía nombre todavía, pero había algo que no funcionaba. Algo fantasmagórico. Entonces, decidí probar con la primera y tercera persona. La primera no me gustaba porque quedaba como un retrato quejumbroso. Entonces, dije: voy a escoger la tercera.
AR: ¿Por qué elegiste la adolescencia?
RV: Porque estoy ahora con la perimenopausia [ríe], que es el periodo antes de la menopausia. Comienza con cambios hormonales, en el que te entra la mala leche de repente y te sientes muy rebelde. Me recordaba mucho mucho a cómo vivía yo la adolescencia. Me recuerdo muy violenta y me apetecía mucho escribir sobre cómo me siento ahora, pero no lo sé del todo porque aún estoy ahí, a mitad del camino, intentando. Creo que hasta que no has pasado una etapa no puedes saber bien cómo ha sido. Por eso preferí hablar de la adolescencia. Me resultaba gratificante. Estaba con otra novela y, como ejercicio literario, escribía un diario adolescente inventado. De repente, me di cuenta de que estaba mucho más enganchada al diario que a la novela.
AR: Catalina es muy incisiva en su forma de actuar, ¿será este el resultado de toda la mitología que ha consumido, además de la vida que ya llevaba?
RV: Yo creo que es una observadora. Siempre he pensado que hay dos tipos de personas: unas que actúan y otras que observan. Catalina es una observadora. Eso le permite ver qué posición es la suya. Sabe que hay gente por debajo, pero también sabe dónde está y que no puede llegar a nada más. Creo que sí, toda esa violencia viene de toda la Historia que conoce.
AR: Rosario, a lo largo de la novela se repite el tema del rapto, el de las hijas de Leucipo, el de Europa, Perséfone, Elena de Troya…, pero también sobre un tipo de violencia muy específica ¿esto responde a un problema actual o frecuente en España?
RV: Actual no es. Lo cogí de los noventa. Claro, como tú no viviste aquí… no sé si eras un bebé o todavía no estabas en el mundo, pero ocurrió algo muy grave. A tres chicas que estaban haciendo autostop las cogieron dos chicos y les hicieron de todo. No es la primera vez que esto ocurría, pero en esta ocasión la Policía y Guardia Civil encontraron los cuerpos y supieron lo que les habían hecho. Esas niñas tenían la misma edad que yo tendría entonces. Si hubieran sobrevivido, tendrían la mía. Entonces, a la gente de mi edad, un poco más joven y un poco mayor, nos caló tanto como para estar aterradas y que se nos metiera siempre en la cabeza.
AR: ¡Ay, qué horror!
RV: Las estadísticas son reales a las que muestro yo ahí: un 6% no vuelve a casa. Pero nunca se preguntan por qué han huido tantas chicas. Nadie se lo pregunta. Nos hicieron creer que lo peor estaba afuera, cuando la estadística dice que a la mayoría de las chicas las rapta una persona de su entorno.
AR: En tu novela hay distintas violencias que, a veces, el hecho de que sean tan sutiles o tan normalizadas pasan inadvertidas, como el desdén de los padres, el abandono, el desamparo emocional…
RV: Eso fue surgiendo un poco solo. Con respecto a las familias, era muy fácil porque, normalmente, las chicas dan por hecho que tienen que madurar antes y dejar de ser niñas. Con el tema de las amistades supongo que te refieres a que ella no sale, a que no le dejan hacer nada y que sus amigos cada vez hacen más planes sin ella. Me inspiraba en mí y en gente que yo he conocido. Como no salíamos, cada vez nos llamaban menos. Porque decían: a esta no le van a dejar hacer nada, no va a poder hacer nada, su madre le sigue haciendo la ropa como si tuviera seis años. Y pensaba mucho en una chica que conocí así y me preguntaba qué habría sido de ella. Imagino que saldría de casa embarazada por no tener ni idea de sexualidad o no salir nunca y quedarse a cuidar a sus padres para siempre. Me imaginaba algo así de triste. Quería que Catalina fuera una persona que dijera: ni hablar, soy una observadora, me doy cuenta de lo que tengo a mi alrededor, pero yo sobreviviré.
AR: En cuanto a la estructura, ¿de dónde surge la idea de configurar el tiempo de esta manera? ¿Estaba desde un principio?
RV: Sí, no de meter los relojes, pero sí de ir contando el tiempo, de que ella cada vez estuviera más aterrada con la idea de llegar tarde a casa. Sobre todo, porque no sabe qué le va a contar a sus padres. Para ella es mucho peor no sólo llegar tarde, sino que noten que ha pasado algo y que se lo pregunten. Está segura de que le van a echar la culpa. Sabe que es mucho mejor no decir nada.
AR: La llegada de "La educación física" ha despertado viejas angustias en lectoras, sobre todo en quienes crecieron durante la época en la que transcurre la novela… ¿han acudido a ti para contarte sus historias?
RV: Sí, de hecho, ayer estuve en Zaragoza y me sorprendió mucho porque era un grupo muy ecléctico y muy amplio. Había gente de veintipocos años a gente de setenta. Todas mujeres y sólo un señor. Hubo una de ellas, como de la edad de mi madre, que dijo: “No, yo estoy segura de que estas cosas sí le pasaron a mí generación, pero yo estoy segura de que a mis hijas no les ha pasado esto”. Y sus hijas tienen mi edad. Dijo: “Yo estoy segura de que esto no sigue pasando”. Entonces, dos chicas súper jóvenes dijeron: “sí, sigue pasando”. Y una de ellas contó que, conforme leía el libro, sentía que estaban contando su vida. Le dije a esta mujer mayor que tal vez sus hijas no se lo han comentado porque sigue sin haber comunicación entre madre e hija. A las personas mayores nos cuesta mucho escuchar a la gente joven. Me he prometido a mí misma escuchar lo que los jóvenes tengan que decir, voy a intentar comprender todo lo posible, porque no quiero volverme una vieja amargada. No quiero decirle a nadie lo que tiene que hacer. Cuando era jovencita, deseaba tener una guitarra eléctrica. Mis padres nunca me la compraron. Fueron mis hermanos quienes me la regalaron un par de años más tarde. Entonces, hice todo lo que quería hacer con esa guitarra porque a mis padres les decía grupo de rock y automáticamente pensaban en drogas, sexo y Rock and roll. No era así para nada. Era meterte en un garaje y hacer música. Nada más que eso.
AR: Creemos que la violencia es algo que está afuera, sin embargo, en la novela es algo que siempre está dentro, como en la casa o dentro del cuerpo…
RV: Hay un momento en el que hablo de la anorexia y pongo de ejemplo a una chica. No le he puesto nombre en la novela, pero la he llamado Chica Polilla. También fue un caso real que hubo en España. Yo ya me monté una película. Solo sé lo que leí en el periódico, que una chica desapareció de una clínica a mitad de la noche. Lo que se cree es que la sedaron demasiado y se la cargaron esa misma noche en la clínica y han hecho como que se escapó. De lo que quería hablar es de que sus padres la metieron en una clínica contra su voluntad. ¿Por qué era anoréxica? Nadie se lo ha preguntado. Tiene mucho que ver con el tema de controlar tu propio cuerpo, de ser capaz de no comer durante días y días; eso viene de que no nos dejan controlar nuestro cuerpo.
AR: Otro de los temas claves de la novela es el miedo, Rosario. Se repite, por ejemplo, en el cuerpo, en el riesgo de ser violentada, en los padres y en la incapacidad para sostener un vínculo afectivo. ¿Pensabas en el miedo como medio de control?
RV: No, la verdad es que también es una cosa que salió de forma casual. Quería que Catalina tuviera una familia en donde la violencia no fuera de maltrato físico, sino de ponerle una faja, no sólo para que no la toquen fuera de casa, sino también para que ella no pueda tocarse a sí misma. Porque si tú estás durmiendo con una faja siendo pequeña, no se te ocurre, no sabes cómo tocarte, ni cómo quitártela, porque te la pone tu madre. También en el sentido de que una persona no te hable a ti, sino que lo haga con tu madre para dirigirse a ti o que te ignore cuando habla. Eso es violencia. El silencio también es violencia. Es mucho más sutil. Creo que la genia hablando de esta sutileza ha sido Sara Mesa con La familia. Hay gente que dice que es frío. A mí me parece que lo ha hecho de una forma magistral. Yo no he sido tan sutil,
pero tampoco quería hablar de violencia física. La única cosa así, exagerada, que además cuando se me ocurrió dije que era una locura, porque no conozco a nadie que haya hecho esto, pero que lo haría la madre de Catalina, era afeitar a su hija mientras dormía la siesta. Suena a película de Stephen King. Me parece que es lo más violento que ocurre.
AR: El cuento que se narra hacia la mitad de la historia ahonda también en los límites del cuerpo, aunque desde otra perspectiva: el cómo los padres explotan o sacan provecho de los hijos. Sin embargo, como Catalina, la muchacha también se cansa y se opone a que se utilice el suyo.
RV: Creo que es una metáfora de la misma novela. Ocurre prácticamente lo mismo. La protagonista no habla, no se queja, tiene unos padres que también la quieren explotar. En ella, en el sentido de aprovechar su seda; en Catalina, lo que quieren es que dentro de unos años cuide de ellos. Hay muchos padres que tienen hijos para que los cuiden en un futuro. No parece que se den cuenta de la responsabilidad que es traer a alguien al mundo. El cuento era bastante más triste. Yo lo interpreto en mi cabeza como una chica que se entierra a sí misma en su propio pelo y, cuando despierta, es porque está muerta. Todo su pelo está blanco. En mi cabeza es así. Quería darle un tono más luminoso y de cuento de hadas. Pensaba en el montón de niños que han muerto por decisiones de sus padres, como la chica de la clínica. Para mí era una especie de metáfora entre Catalina, ella y toda la historia que estoy contando de explotación a las mujeres.
AR: ¿Después de La educación física has continuado escribiendo?
RV: Yo siempre estoy escribiendo. Llevo seis días sin hacerlo y me siento fatal. Necesito escribir lo que sea. Ahora estoy con cuentos de hadas. Era lo que me apetecía. No sé si retomaré la novela en la que estaba antes de ponerme con esta. Yo empiezo a escribir y hay un momento en que un personaje o una situación me tira más que otra.