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Leila Sucari (Buenos Aires, 1987) publica Fugaz, una novela de claroscuros que cruza la frontera que separa a la cordura de la locura. Pese a lo anterior, la novela va más allá de lo que se ve a simple vista. Es también una novela que busca erosionar el tema de la maternidad disidente, una historia sobre los límites, llena de paradojas y escrita con un lenguaje sutil y poético, que a ratos se torna violento y en otras compasivo.
En entrevista con Alex Reyes para EL UNIVERSAL San Luis Potosí, Leila da respuesta a algunas de las interrogantes de su más reciente relato Fugaz.
Fugaz es una novela sórdida y violenta sobre la maternidad, pero desde una mirada disidente, desde la mirada de una madre que cae, a veces, en una suerte de delirio. ¿De dónde surge esta necesidad de escribir desde la periferia?
LS: Sí, sí, hay mucho de delirio. Me parece que es necesario correrse del discurso de la maternidad más usual, edulcorada, común, tradicional, donde está el mandato hacia la mujer de qué es ser una mujer y cómo debe comportarse. Me interesaba bucear por esas zonas más oscuras y salvajes. No pensé que fuera una novela que hablara sobre la maternidad, sino que en realidad el motor fue esta deriva y esta búsqueda insaciable de un sentido que se fuga todo el tiempo, que tiene esta mujer que, además, es madre. Pero nunca pensé “quiero escribir una novela sobre la maternidad”. En realidad, surgió primero esta voz y cierto impulso hacia una búsqueda que no se sabe bien hacia dónde va. Hay algo del perderse, de la incertidumbre, de la errancia que me interesa mucho.
Es una novela fragmentaria, desde luego, y me parece que hay una relación similar con el lenguaje. ¿Esto viene de tu trayectoria como poeta?
LS: Yo trabajo mucho la forma. Para mí la voz y la forma, la exploración con la lengua, vienen antes. La trama viene después. La trama es una consecuencia de esa búsqueda que tiene que ver más con la forma. Sí trabajo con el contenido y hay un orden en la historia, pero lo que más me interesa es que haya cierta música en el texto. En ese sentido, sí, está muy ligado a la poesía que a la narrativa. Pero no es que yo venga o tenga una trayectoria de poeta y después devine en una escritora de narrativa, sino que desde siempre fui moviéndome por los géneros. Me interesa eso: lo difuso de la frontera, poder escribir narrativa que sea poética y poesía que sea narrativa, ficción y no ficción. No creo mucho en los géneros, sino en cierto impulso oscuro de la escritura.
En ocasiones, esta joven madre repudia a su hijo, lo mutila poco a poco, a veces cortándole el pelo, a veces de una manera simbólica, pero sometida siempre a la dualidad entre la violencia y la docilidad, ¿de dónde consideras que surge este rechazo?
LS: Justamente esta dualidad que vos planteas no siento que sea un rechazo, sino un estar atravesada por dos fuerzas opuestas. Por un lado, un amor descomunal; por el otro, unas ganas de huir. Sí, un rechazo, pero son las dos fuerzas en tensión todo el tiempo. Por un lado, la violencia agazapada; por otro, una ternura infinita. Me interesa manejar y pensar las fuerzas en tensión que atraviesan a las personas, los relatos, las situaciones, como lo que no es de una sola manera y que está en un equilibrio y a la vez un desequilibrio constante.
La imagen de la ballena como un desecho y una suerte de espectáculo aparece en la novela, y me da la impresión de que lo mismo sucede con Gervasio, hasta cierto punto, pero también en cómo su madre se ve a sí misma…
LS: La verdad nunca lo había pensado. Hay algo con relación a la ballena que me interesaba que es la desmesura y también hay una tensión en ese amor desmesurado y a la vez en lo microscópico. Cuando ella se acerca y ve el ojo de la ballena, ve las grietas. Tiene que ver con estar fuera del lugar y que no haya una norma, un tamaño común, sino poder moverse entre lo desmesurado y lo mínimo, y todo lo que hay en el medio que es infinito. Por otro lado, las ballenas son elementos que incorporé porque soñé con ellas durante quince años, y eran como mis sueños recurrentes. En un momento dije: las voy a escribir. De ahí eso que mencionabas en un principio que es el delirio y que tiene que ver mucho con lo onírico.
Hay una especie de redención con la existencia de Gervasio, como un bálsamo que a veces la cura, y en otras la envenena, pero finalmente ambos se necesitan a la par. ¿Cómo construiste esta especie de simbiosis que, a veces, pareciera más bien que raya en una especie de parasitismo?
LS: Bueno, la maternidad creo que está todo el tiempo jugando a cruzar esos umbrales. Es muy fuerte, tremendo y salvaje. Me parece que tiene que ver con el asombro, con el asombro que genera ese otro tan diferente como en el caso de la ballena, un extremo, y en el hijo también, cómo ese hijo puede ser a la vez un extraño por momentos.
En cuanto a la estructura de la novela, ¿cómo te enfrentas a la dificultad que supone escribir desde lo fragmentario?
LS: Para mí no es una dificultad, sino al revés: me genera mucha libertad de movimiento, de ir saltando como si fuera la imagen de un río con piedras. Voy saltando de una piedra a la otra. Un fragmento me lleva al siguiente y al siguiente, y así avanzo.
Es notable que trabajas en lo que hay debajo de la historia, lo que se esconde y no se menciona, lo que el lector infiere y reconstruye. ¿Esto es un interés y trabajo tuyos, o ha sido una suerte de escritura?
LS: No, me interesa mucho trabajar con los silencios, con no decirlo todo, confiando en que el lector y la lectora van a construir y va a terminar de armar la historia. Y sí, esta idea de los planos que tiene un relato, que por un lado está la acción que es la que lleva, pero a la vez hay un montón de otras capas que se superponen y se van develando. También en el proceso de escritura siento que hay pequeñas y grandes iluminaciones que una misma va descubriendo mientras escribís.
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Frases como “Parir es una trampa”, “Salí de una cárcel para meterme a otra”, “Que mi cuerpo vuelva a ser mío” nos acercan a una protagonista confundida, aturdida por la maternidad y sus mandatos. ¿Hasta qué punto consideraste que podrías cruzar el borde de un tema tan polémico y actual como la maternidad disidente?
LS: Me parece justamente que es un discurso necesario que hay que erosionar y que por suerte viene sucediendo, como la literatura escrita por mujeres viene a romper con un montón de ideas que son conceptos sin cuerpo. Cuando ves una historia particular y un cuerpo ves que todo el estereotipo y las ideas preconcebidas se caen. Entonces, también poder ver la paradoja que es la maternidad. Insisto con la paradoja y la contradicción porque me parece que son el punto. Por otro lado, yo seguí la voz de esta mujer sin pensar demasiando en qué pienso de la maternidad o esto es necesario para… no, fui entregándome a la historia misma.
¿Consideras que escribiste una novela sobre la enfermedad psíquica condicionada por la maternidad?
LS: Bueno, está en una crisis, en un desajuste total de ella con relación al mundo y dónde está parada y quién es. Hay algo de la maternidad que le provoca una disolución de su propia identidad. Encuentros fuertes, intensos, que tienen que ver con el amor. Esos choques tan profundos entre dos que provocan una disolución y donde la frontera se desdibujan también entre el uno y el otro. Sí, me apasiona investigar ese borde entre la locura y la cordura y hasta dónde se es una cosa o la otra, y quién lo determina y cómo se puede mover en un universo así.