La escritora y artista visual mexicana, Miranda Guerrero, presenta “La bruja del agua”, en exclusiva para EL UNIVERSAL San Luis Potosí, un cuento insólito sobre el precepto generacional que condiciona la vida de dos niñas, la figura de la bruja y la muerte que no renuncia a lo suyo.
El día en que mi madre murió se desató el peor diluvio del que se tenga memoria. Las gotas del cielo se desbordaban sobre nuestro tejado y, cuando caían al piso, su ruido recordaba a los golpes de un martillo.
—Ha llovido mucho, ojalá el sol no se moje ¿Te imaginas un amanecer sin luz? —dijo mi hermana pequeña, mientras trataba de acomodarse el velo negro a semejanza del mío, aunque terminó por deshilar una de sus puntas para iniciar un juego cuyo objetivo sólo los niños de su edad conocían.
Desde que comenzó a llover, nos quedamos sin luz. Estaba segura de que no éramos el único hogar sin electricidad. El pueblo era viejo, al igual que sus casas de concreto y pasillos inacabados; sin embargo, éramos las únicas con una muerta en la estancia principal.
—Mierda, esto no prende —susurré al ver cómo la cera consumía la chispa.
—¿Ves? Es que el sol ya está temblando de frío. Ve por el paraguas y aviéntaselo al cielo.
—El sol no se apaga, Aurora. Es un astro y está lejos de todos nosotros.
—¿Cómo mamá? —y, por un momento, ambas clavamos la mirada en el féretro que estaba detrás de nosotras, lleno de polvo y algunas cuantas flores.
Logré encender la vela de nuevo.
—De seguro el cielo ya la reclamaba, cerró los ojos y el agua inició —dijo Aurora, cuya mirada aprovechaba la oportunidad para esparcir su tristeza en cada una de las esquinas del cuarto.
—El verano es época de lluvias, nada más es una mera coincidencia.
—¿Verano? —ella me miró con sus ojos más abiertos de lo normal—. ¿En qué mes estamos?
—Estamos en julio.
—Ah, me había olvidado —musitó Aurora, quien regresaba al oficio de desbaratar el velo que, a duras penas, le había conseguido para la ocasión.
—Aurora, ¿estás bien?
Silencio.
—¿Aurora?
—A mamá nunca le gustó el agua —respondió, como si las palabras le pesaran.
—Sí, me acuerdo muy bien. De niñas, antes de ir a dormir, ella solía contarnos cómo casi se ahogaba en un río. Nunca podíamos volver a dormir después de aquella historia.
—Y eso que a ti nunca te bañó como a mí —susurró Aurora, como si estuviera hablándose a sí misma.
—¿De qué hablas? —indagué, sin saber si quería saber la respuesta a ello.
—Ella murmuraba palabras que nadie conocía cuando me bañaba en la tina. En un principio pensé que era porque se acordaba de algo que le dolía, hasta que un día la vi agarrar la esponja con sólo dos dedos, como si temiera quemarse.
— ¿Por qué nunca me habías contado esto?
—“Agua, te ofrezco la piedra que es mi corazón, pero no te las lleves a ellas” —empezó a decir Aurora al aire, como si imitara a mi madre, mientras su entrecejo se fruncía y su espalda empezaba a encorvarse.
—Aurora, para.
Mi hermana se quedó en silencio y me observó como si mis palabras fueran gotas que tardaban en resbalarse por un vidrio.
—A mamá nunca le gustó el agua porque de niña le pidió un deseo. A los tres días, se lo cumplió con la panza del tamaño de una sandía, pero dentro de ella no había ningún fruto, sólo una maldición.
—¿Qué estás diciendo? Nada de lo que mencionas tiene sentido.
—Desde ese día, nadie del pueblo le habló, dijeron que estaba maldita y, si uno la miraba directamente a los ojos, tuviera cuidado, porque el agua dentro de ella los iba a embrujar.
—No, no, Aurora. Esa no es la verdad, ¿quién te dijo eso?
—Nadie. Era suficiente con salir a caminar al pueblo. La gente me señalaba. Decían: “Mira, allá va la hija de la bruja del agua, ten cuidado”.
—Mamá no era una bruja. El pueblo la odiaba, siempre la odió desde que nos tuvo a nosotras. No podían con el hecho de que no estuviera casada, así que empezaron a contar historias y...
—Pero las historias eran ciertas. Mamá salía en la noche a cantarle a la lluvia, a suplicarle que parara en un idioma extraño, porque ella juraba que un día de estos la lluvia iba a desbordarse sobre ella a menos que le cantara o nos entregara a nosotras.
—No, Aurora. No digas esas cosas, no le faltes el respeto.
—¿Y cómo explicas la lluvia?
—Es una coincidencia.
—¡Mira! —y señaló hacia una parte del techo.
—No te asustes, es una gotera.
—Ay, no… Es demasiado tarde…
Y antes de que pudiera responder, una de las ventanas de la sala se abrió de par en par.
—¡Aurora, levántate!
—No, no, no me quiero mojar… ¡Por favor, no dejes que se lleven a mamá!
El agua comenzó a aglutinarse en la sala, se apoyó en los muebles y dejó su huella en sillas y mesas.
—¡Súbete al féretro! —clamé, inútilmente.
—¡La vela! ¡No dejes que se apague la vela! —empezó a farfullar Aurora
—¡Deja de perder el tiempo! —le grité, cuando alcancé el ataúd y la observé a ella, que entre patadas y brazadas se dirigía al único punto donde la luz aún no se extinguía.
—¡Ya casi llego! ¡No dejes que mamá se ahogue! —continuaba diciendo, cuando una parte del techo por fin cayó en medio de ese mar doméstico.
Las brazadas de mi hermana perdieron su ritmo. Su cuerpo desapareció.
—¡Aurora!
Me lancé al agua y el ataúd de mi madre quedó sumergido.
—¡Aquí!
Mi hermana, que a duras penas podía permanecer a flote, llevaba en su mano izquierda la vela y con la derecha le hacía resguardo en medio de una sala repleta de azul. A nuestro alrededor, el agua ya se había tragado el piso, los muebles flotaban en diferentes direcciones, listos para dar su última lucha y hundirse. Entonces, cuando nuestra cabeza ya estaba a un pulgar de distancia de alcanzar el techo, mi hermana tomó una de mis palmas.
—¿Quieres orar? —susurré, pensando que era la mejor manera de empezar nuestras muertes.
—Mejor cantemos a la lluvia—respondió Aurora y nuestras cabezas se sumergieron.
La vela se apagó.
Miranda Guerrero Verdugo nació el 27 de abril de 1993 en la Ciudad de México. Estudió la carrera de Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa. Ha publicado su trabajo gráfico y literario en revistas como Punto en línea, Círculo de Poesía y Tierra Adentro. También resultó una de las ganadoras del concurso #MiCasaEsMiEscenario, convocatoria emitida por el Sistema de Teatros de la Ciudad de México. Actualmente es creadora de contenido para Instagram.